Saludo Semanal

Padre Rector  Luis Guillermo Robayo Mendoza

¡Señor, abre los ojos de mi corazón, para creer, verte y seguirte!

 

Saludo y bendición, a todos ustedes, queridos fieles.

 

   El Evangelio de hoy, por su sencillez llega al alma, toca nuestra sensibilidad y despierta ternura y esperanza. Se trata de “Un mendigo ciego, sentado al borde del camino”, con su sombrero en el suelo, a la espera de “una limosnita por el amor de Dios”. El ciego escucha la vida que pasa a su lado, pero no la ve; siente la moneda que cae en el sombrero, pero no ve ni el rostro ni la mano del que le da. Solo se orienta por las voces y el ruido y quizá un bastón para medir sus pasos. No había otra solución a su problema sino estarse ahí. “El ciego depende ciegamente de los demás”, hasta que se encontró con Jesús, en quien dejará su ceguera.

 

   Este hombre ciego tiene rostro y nombre: “El ciego Bartimeo, hijo de Timeo”. Él quiere valerse por sí mismo porque nadie lo ayuda y, “al oír que era Jesús nazareno” se le despertó la esperanza, sintió un lapo en su corazón y acudió a lo único que le queda, con frecuencia, al pobre: “gritar” a Jesús, su única esperanza: “Hijo de David, ten compasión de mí”. Gritar es hacer escuchar la voz de su pobreza, y la única manera de despertar a los que pasan indiferentes. Jesús no lo mandó callar, sino que atendió su grito: “Jesús se detuvo y dijo”: “Llamadle”. Mientras los demás eran simples compañeros de camino, el ciego Bartimeo se convierte en seguidor de Jesús. “Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino”.

 

   Recordemos dos refranes: “Ver para creer” y “no hay peor ciego que el que no quiere ver”. Con el ciego Bartimeo ocurrió lo contrario: él “creyó para ver. Quería ver, pero primero quiso creer”. Sus gritos se hacen oración, y su fe era ya un salto hacia los brazos del Señor. Gracias a esa fe y a la confianza de saber que iba a ser atendido por el Señor, no se soltaría de él; sería su misionero. Creía y confiaba tanto en Jesús que antes de verlo ya creía en él. Lo vio con los ojos de la fe y antes de verlo con sus ojos físicos, lo buscó ansiosamente con los ojos del corazón. Ahora le pediría al Señor lo más urgente: “Maestro, que pueda ver”. La respuesta de Jesús es inmediata: “Tu fe te ha salvado”. Viendo a Jesús lo verá todo con ojos de fe; esa fe que lo llevó a ver al Señor. Luego dejó la capa, lo abandonó todo y se puso en movimiento. Viendo al Señor, “Luz de Luz”, encuentra su riqueza. El ruido de las monedas queda superado por el eco amoroso de la voz del Señor.

 

   Junto con la vista, Bartimeo recibe una nueva vida. “Al instante recobró la vista y comenzó a seguir a Jesús por el camino”. Todo el que recibe algo de Dios no puede quedarse indiferente ante él. Su mirada y su palabra ponen en movimiento hacia él, y se abren las perspectivas de una vida nueva. Aquel que busca al Señor, como lo hizo Bartimeo, se encontrará con la mirada nueva del Señor que le permite verlo todo con “una mirada de fe”, y como a Bartimeo, nos señala un nuevo sendero.

 

   Reconociendo nuestros pecados y tantas cegueras podemos darle un nuevo rumbo a nuestras vidas. Todos los días Jesús pasa junto a nosotros y nos abre sus brazos para que demos un salto hacia él. La valentía de Bartimeo nos enseña a pasar de las palabras a los brazos del Señor. Nos muestra que el verdadero discípulo es aquel que, con la luz de la fe y a pesar de sus limitaciones y sus cegueras, busca al Señor, porque en él lo tiene todo.

 

   Y a todos nos da miedo la ceguera. Cuidamos nuestros ojos con todo tipo de gafas, y acudimos al optómetra y al oftalmólogo. No obstante, arrastramos otro tipo de cegueras que nosotros mismos creamos. La más delicada es la falta de fe, o ceguera espiritual que no nos permite ver a Dios. La falta de fe es la que nos lleva a decir: “Hasta no ver, no creer”, y el Señor nos responderá: “…Dichosos los que se parezcan a Bartimeo, que creen sin haber visto”. Cuántas maravillas, regalos de su amor y de su misericordia, nos atrevemos a retarlo y a exigirle pruebas para que creamos en él. Deberíamos aprender del ciego Bartimeo que lo más importante no es ver, sino dejarnos ver por el Señor, y clamar desde el fondo del alma: “Señor ten compasión de nosotros que somos ciegos de corazón”. Cuando cerramos los ojos de corazón, así tengamos los ojos perfectos, quizá nos deslumbren las cosas del mundo, pero no nos servirán para vernos por dentro, ni para ver a los demás con los ojos del Señor.

 

   “Los ojos son el espejo del alma”. “De lo que atrae nuestra mirada, de eso se llenará nuestro corazón”. ¿Tendrá nuestra alma algo de la mirada de Dios? Somos la mejor obra de Dios, que nos hizo a su imagen y semejanza, y ¿por qué no reconocemos su firma en cada uno de nosotros? ¡Cuántas maravillas vemos todos los días! y ¿por qué no reconocemos al autor de la belleza del cual proceden?

 

   Bartimeo en su ceguera, y después de ella, confiaba ciegamente en Dios; quedó lleno de él y le cambió la vida. “Su ceguera lo llevó a creer”. Y nosotros ¿confiamos ciegamente en el Señor? Si lo hizo Bartimeo que estaba ciego, ¿cómo no hacerlo nosotros que no lo estamos? Nuestra misión de cristianos es contar lo que hemos visto y decir lo que hemos oído, para que otros también “oigan, vean, crean y sigan al Señor…”.

 

   A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.capillasantaanachia.org o del Facebook de la Capilla Santa Ana, les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo la buena nueva del Señor, donde quiera que nos encontremos. 

Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Virgen los proteja. Amén.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía  

“El Que No Vive Para Servir, No Sirve Para Vivir”

 

Saludo y bendición, a todos ustedes, queridos fieles.

 

   En el Evangelio de hoy, Santiago y Juan piden a Jesús un puesto de honor para ellos en el reino. Los dos discípulos se sienten con derecho a ser los “primeros”. “Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir”. Es una forma casi impositiva marcada por la ambición personal, los deseos, honores, dignidades y vanagloria, les cerró la puerta del corazón a estos discípulos, quedando la sombra y de espaladas al plan de Jesús, a su abajamiento y su cruz.

 

   “Estamos frente a dos lógicas diferentes: los discípulos quieren emerger y Jesús quiere sumergirse. Emerger expresa esa mentalidad mundana por la que siempre somos tentados. Como los dos discípulos, todos buscamos “subir”, “ser los primeros”, “ser los más y los mejores” y, así, vivir todo para alimentar nuestra ambición, para subir los peldaños del éxito, para alcanzar puestos importantes. A esta lógica mundana, Jesús contrapone la suya: sumergirse, bajar del pedestal. Mirar y abajarse en el servicio, y no tratar de trepar para la propia gloria”. (Papa Francisco)

 

   Ya en otra ocasión los discípulos discutían sobre quién de ellos era el más importante y quién tendría el mejor puesto en el Reino. Jesús les muestra que la verdadera "importancia" y el "primer puesto" es el del servicio. “El que quiera ser el primero, que se haga el servidor de todos”. Esa es la clave de la vida cristiana: “muchos últimos serán primeros y muchos primeros serán últimos”.

 

   El modelo de autoridad es el “servicio”. Mientras ellos piensan en “subir a los primeros puestos”, Jesús está pensando “en subir, pero a la cruz”, y subir a la cruz es “rebajarse hasta lo más hondo de la condición humana”, “hasta lo más hondo del “servicio”: “entregar la propia vida por los demás”. “Perder la vida en actitud de servicio”.

 

   Cuando en un grupo alguien se quiere “trepar”  a los primeros lugares, el grupo comienza a resquebrajarse. Porque en el fondo, “todos ansían lo mismo”. Las ansias de “subir”, de “ser los primeros” tiene su primer efecto en las relaciones entre los miembros de la comunidad. Se deja de “ser hermanos” y se convierten en “competidores”. Y donde hay “competencia” no hay armonía ni comunión.

 

   Si el combustible de nuestro corazón es la ambición, el ascenso o el éxito, ni miraremos a Jesús, ni miraremos a los demás. ¿Acaso no llevamos dentro de nosotros esa ansia de “poder”, “de mando”, “de jefe”, de “ocupar los primeros puestos?  ¿Será verdad que “necesitamos del poder” para “servir a los demás? ¿El que “no sirve desde el llano”, podrá servir desde arriba?

 

   La competencia por el poder y por ser el primero crean división y resentimiento. Para llegar a los que están más arriba hay que pedir permiso, sacar cita y esperar si la dan, mientras que nadie compite por estar abajo, ni para ello se requiere sacar citas; basta salir a la calle y encontrarse con los demás: Estar arriba hace que uno se mire a sí mismo; estar abajo con los demás, hace que todos nos miremos a la cara. El que sirve de verdad busca la cercanía, siente las necesidades de los demás y está siempre disponible para ayudar. Ese es el primer paso hacia el servicio. El que sirve a sus hermanos no pierde nada y lo gana todo.

 

   El Señor, que “no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida para salvarnos”, muestra que el camino va marcado por la humildad, la caridad y el servicio. Pero nuestro corazón, al querer liberarse de tantas cargas y fatigas, sueña, - como les pasó a Santiago y Juan-, dar como una especie de “salto automático” a lo más alto y al primer lugar, para ahorrarse el peso y las exigencias del camino de Jesús, que, con todas sus cargas, sus fatigas y su cruz, es el sendero necesario para llegar al reino. ¡Lo fácil nunca es bueno!

 

   No es posible que desde la cima de los montes podamos servir mejor a los que están en el valle. ¿Será que desde las alturas se ven y se sienten mejor las urgencias de los que están abajo? El servicio no nace del “título” ni del “lugar que ocupamos”, sino de “nuestra condición de hijos y hermanos”. Nace de “saber reconocer la dignidad de los demás”, y de “seguir a Jesús, el “servidor de todos”. Solo se requiere estar cerca, al lado del que lo requiere.

 

   ¡En el templo, muchos se sientan en el último puesto… pero no por humildad, sino para salir de primeros luego de la bendición! ¿Queremos ser los primeros? Entonces ya sabemos el camino: hacernos los servidores de todos, pero no desde arriba, sino desde abajo, viviendo con todos y como todos. ¿Queremos que haya comunión entre nosotros? ¡Amemos! ¿Queremos estar arriba? ¡Imitemos la humildad de Jesús, que prefiere estar en el último puesto!

 

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Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Virgen los proteja. Amén.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía  

“Suelta lo que te Lastima, y Deja que Dios te Abrace”

 

Saludo y bendición, a todos ustedes, queridos fieles.

 

   En el Evangelio, Jesús da el primer paso hacia el encuentro con el joven que le pregunta por la vida eterna, por la verdadera felicidad: “Maestro, ¿qué debo hacer para obtener la vida eterna?”. Jesús lo acoge con amor, lo mira con cariño, como a un amigo, y le propone un estilo de vida gratuito, por amor, sin la dependencia de las cosas. Y coloca en sus manos el tesoro de una vida nueva marcada por el amor, solo si descubre a Jesús como el verdadero tesoro y la riqueza del corazón. El cambio consiste en sacar del corazón los tesoros pequeños, y reemplazarlos con los tesoros de Dios.

 

   Aun sabiendo que nuestra alma clama por lo eterno, muchos, como el joven del evangelio, dejamos de lado a Dios. El joven rico lo tiene todo y puede disfrutar de la vida. Lo tiene todo para salvarse,y sin embargo, hay un vacío en su corazón. Es tan bueno, que hasta Jesús “se le quedó mirando con cariño”; de pronto “con esperanza, con ilusión e ilusión; e decir, lo “mira con futuro”. El joven está atrapado por lo material, no obstante, el Señor le da la clave para ganar la vida eterna: "una cosa te falta; anda, vende lo que tienes, dá el dinero a los pobres y luego sígueme…”. El joven cambia el panorama: “frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico". Y Jesús, que conocía su corazón, “se quedó mirándolo con cariño” como diciéndole: hay algo más grande para ti. Tú estás hecho para salvarte, para heredar la vida eterna y, para que, gracias a lo que tienes, ayudes a que otros se salven.

 

   Para ser cristiano no bastan los mandamientos. “Ser cristiano” implica “seguir a Jesús”, y comenzar algo nuevo y distinto. Es “saber preocuparnos por los demás”. Es “saber ser feliz de otra manera”. Es aprender a salvarme dándome a los demás. Y no es que las riquezas sean malas, lo malo es cuando ellas se nos pegan a la piel del corazón y ponen freno a los valores de alma. El joven no entendió la llamada del Señor. Quería vida eterna pero no quería renunciar a los bienes terrenos; quería seguirle, pero sin dejar lo que tenía. No está bien que, al Señor, dador de todo, se le coloque en segundo lugar después, de las cosas. Para el joven, eran más importantes sus riquezas que el servicio al Señor. Entonces, se echó atrás, volvió a su casa y siguió con el brillo de la riqueza material, pero en la penumbra y la soledad por la ausencia de Dios. Y hasta Jesús le miró con tristeza en el alma.

 

   “Heredar” la vida eterna es algo que a todos nos compete y que todos deseamos, pero no podemos caer en el egoísmo de “salvarme yo solo”; hay que “salvarse en racimo” “Nos salvamos salvando”. Cuando lleguemos al cielo la pregunta será: “¿Y dónde están los demás?” Con los bienes que Dios nos presta podemos socorrer al pobre y tener un tesoro en el cielo. El joven rico cumplía los mandamientos, pero su alma iba cargada de alforjas pesadas. La riqueza del Evangelio es la que aligera y llena el alma en el viaje a la eternidad.

 

   El Señor no quiere decir que el rico se condene por ser rico, o que el pobre se salve por ser pobre. Lo que está en juego es la actitud del corazón. La salvación no viene de la pobreza, ni la condenación por la riqueza, sino del amor al prójimo y a Dios que no permite manejar la creación para compartirla con los más necesitados, imitando su generosidad. La riqueza bien empleada, se convierte en causa y fuente de felicidad, pero mal usada puede ser causa de desdicha. El joven rico no supo que la caridad es la medicina contra el egoísmo; que la caridad con el necesitado es la “urna bendita y la puerta de entrada” a la salvación. “Allí donde está tu tesoro ahí está tu corazón”. Al joven rico la riqueza lo tenía atado entre las rejas de su propio tesoro. ¿Cuál es el tesoro al que le hemos dado el corazón?

 

   Todos tenemos el corazón apegado a algo, por mínimo que sea. La advertencia del Señor al joven rico, es también para nosotros. “Nos falta reconocer lo que verdaderamente nos hace falta” Miramos demasiado a la tierra, a lo que tenemos y no descubrimos la belleza de su mirada. Y por eso “no nos sentimos tocados y  atraídos”. ¿Qué debo hacer para ser feliz?: Soltar el corazón de cuanto nos ata y nos atrapa el alma. Miremos más “a Jesús que nos mira, como diciéndonos: “Sígueme, y descubrirás que yo soy tu plena riqueza ”. Dejemos que su mirada de cariño no arrastre porque “el alma reclama la eterna felicidad”. “Cuando el gorrión hace su nido en el bosque, no ocupa más que una rama. Cuando el ciervo apaga su sed en el rio, no bebe más de lo que le cabe en la panza”. (Anthony de Mello).

 

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Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía  

¡Señor, Guárdanos en Tu Amor, Para No Separarnos de Ti…!

 

Saludo y bendición, a todos ustedes, queridos fieles.

 

“…No es bueno que el hombre esté solo, voy a hacerle a alguien como él”. En el relato de la creación, Dios, que quiere la felicidad completa para el hombre, dirige su mirada a la mujer, establece un vínculo con ella y la presenta al hombre. A partir de ahí, en la mirada de la mujer siempre habrá algo de la mirada divina a través de la gratuidad de su propio ser que acaricia, protege, abriga, se preocupa y se consagra, convirtiéndola en casa, en hogar (hoguera) y compañera. La aclamación de Adán lo dice todo: “esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne”. Con la creación de la mujer como un supremo acto de amor, Dios culmina y corona su obra creadora y completa la existencia del hombre.

 

Es en esta lógica que el amor conyugal se instala en el amor divino. Entra en diálogo con Dios amor, que por su bondad le permite al hombre y a la mujer prolongar su amor. La ruptura de este diálogo con Dios es el primer divorcio con él, el fin del diálogo, el funeral del amor y el regreso a la soledad. Cuando se deja de dialogar con Dios, con el conyugue y consigo mismo, se cae en el divorcio, la depresión y el abismo total, y puesto que el matrimonio se inscribe en el plan de Dios, a él no se puede ir de cualquier manera, ni como un ensayo, sino con un amor bien examinado y cualificado.

 

Desde el prncipio, hombre y mujer son seres en “relación esencial, y los dos “forman una sola unidad”. Por eso, no conviene que el hombre esté solo. Ningún ser humano y ninguna cultura pueden negar, ni mucho menos romper lo que la creación nos ha regalado. Al respecto, explica el Papa Francisco: “Debemos entender bien que marido y mujer son una sola carne, y sus criaturas son carne de su carne. Cuando el hombre y la mujer se convierten en una sola carne, todas las heridas y todos los abandonos del papá y de la mamá inciden en la carne viva de los hijos”.

 

Ante la pregunta “sí o no al divorcio”, Jesús apela al sentido natural y al plan original diseñado por Dios. Más que una elección de atracción carnal, el matrimonio es la llamada de Dios a transmitir la vida y a vivir en un estado nuevo el amor de los amados. El amor que dura sólo un instante, una noche o unos meses, se revienta y será cualquier cosa, pero nunca fidelidad ni mucho menos "imagen de Dios". En el matrimonio cada uno es don de Dios para su pareja y para los hijos. Aunque haya debilidades y dificultades, cuentan con la gracia de Dios: “Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre”. La clave es dejar espacio a Dios para que actúe en el matrimonio. Ahí está la gracia del “sacramento”: los conyugues, bajo el yugo suave del amor, dirigen su mirada en la misma dirección de Dios. Así se comprenderá mejor el vínculo sagrado.

 

Cuando un hombre y una mujer dicen públicamente: “!Sí, quiero!”, no lo dicen por unos sentimientos efímeros y cambiantes, sino por una entrega generosa del uno al otro en el marco de la fe, es decir de la fidelidad, sea en la salud o en la enfermedad, en la abundancia o la carencia hasta el final. El matrimonio no es la celebración de una fiesta social, o el viaje de luna de miel. Es la celebración del amor, del encuentro con el otro, del afecto profundo, la confianza, la aceptación y el conocimiento real del otro. Es la puesta del amor en las manos de Dios para iniciar con él, una sagrada familia, y solamente de la mano de Dios se podrá sostener. ¿Habrá dificultades? Si, pero en Dios siempre se podrá recomenzar.

 

San Agustín decía que “las mejores amistades son aquellas que Dios une”, porque de la mano de él siempre dará recursos para proteger lo que él unió. Es que se trata, ni más ni menos, de un proyecto divino que sobrepasa los propios proyectos, y es el amor de Dios quien sostiene y permite entregarle totalmente el futuro a la persona amada. De ahí que es en el seno de la familia donde crece la verdad, el amor, la belleza, los valores y todo lo sagrado. Obvio que también habrá cruces, pero al final de ellas, está la resurrección.

 

Hoy que hablamos tanto de la igualdad de género, quizá estamos olvidamos nuestras raíces creacionales, y pensamos demasiado “en lo cultural”. Lo fundante de nuestro ser no es la cultura, sino el principio creacional de donde venimos hombre y mujer. No le estamos regalando nada a la mujer, ni le estamos quitando nada al hombre; estamos reconociendo su naturaleza creacional, el principio creador de Dios. “Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”. “Lo que Dios ha unido que no lo separe la cultura”.

 

Que la Sagrada Familia interceda por nosotros y nos ayude a defender siempre el verdadero sentido de la familia.

 

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Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Virgen los proteja. Amén.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía  

¡Trabajo en Común: en el Pentagrama de Su Amor Cabemos Todos!

 

Saludo y bendición, a todos ustedes, queridos fieles.

 

El Evangelio siempre será radical, pero nunca excluyente. Hoy nos pide erradicar cualquier obstáculo que nos atrevemos a colocar a las personas que quieran entrar “en el Reino de Dios”. Nos pide tener un espíritu de apertura al amor de Dios porque todos cabemos en su corazón. En él no hay lugar para la división, porque el Espíritu Santo sopla donde quiere, cuando quiere, como quiere y con quien quiere, haciendo de todos, uno solo en Cristo.

 

Los discípulos argumentan: “…Esos no son de los nuestros”, pero Jesús no vino a crear “quipos de fútbol” o “partidos políticos” sino una comunidad fraterna. Nos cuesta aceptar que también los demás pueden creen en Jesús, aunque no sean de nuestro “grupo” o de nuestro agrado. El pecado es el que divide entre “los nuestros” y “los otros”. Y es posible que muchos “no sean de los nuestros”, y sin embargo “sí son de Jesús”, porque puede que muchos de ellos vivan el evangelio mejor que nosotros, aunque no lo digan. Por eso nos exhorta: “No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede hablar mal de mí”.

 

Tenemos la manía de creernos “los únicos”; de creer que “tenemos la exclusiva” en lugar de fijarnos en “lo bueno que hacen los demás”. Y en el anuncio del reino nadie tiene la exclusiva de “hacer el bien”, ni de “pertenecer a Jesús”. Los cristianos no somos los poseedores exclusivos de la verdad y tampoco podemos impedir que quienes quieran la busquen. Todos estamos en una continua búsqueda, y necesitamos la ayuda de todos para llegar a la verdad plena. Tenemos el reto de ser como la luz que ilumine a los que nos rodeen; como la ciudad construida en lo alto de un monte, o como el faro que indica el camino que Cristo ha señalado.

 

El que divide no vive del evangelio. El que excluye a los demás no puede hacerlo con el evangelio en la mano. El que juzga y condena a los demás no puede justificar su vida con el evangelio. Un discípulo de Jesús no prohíbe que Jesús llegue a todos, ni que los demás hagan lo que nosotros hacemos, y mucho menos, que actúen en su nombre porque, a la luz del evangelio, la exclusión nunca viene de Dios ni del evangelio, que es buena noticia para todos. Al contrario, se requieren aliados en el anuncio del evangelio sabiendo que él será nuestra recompensa.

 

Si el Padre celestial nos ama a todos y en su corazón cabemos todos, entonces no podemos excluir a los demás o poner fronteras entre “buenos y malos”. En la viña del Señor todos tenemos que trabajar porque el anuncio de Reino es una tarea común, para que todos lleguen al conocimiento de la verdad, sean de donde sean y vengan de donde vengan. Ese anuncio no tiene fronteras porque Dios tampoco las tiene. Dios actúa y se manifiesta en, y desde el corazón de todos, sean creyentes o no. “Hay que meterle ganas al anuncio del reino. Todos por el bien de todos”. Habrá que jugársela por lo que nos une, y evitar cuanto nos separe. Así lo dicta el mandato del Señor: ¡Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio!

 

En esta tarea común de anunciar el evangelio hay que estar atentos para utilizar bien las facultades que Dios nos dio. La mano, el pie y el ojo mal usados, nos pueden llevar al pecado. La mano, símbolo de nuestra tarea creativa y caritativa, también la usamos para robar, para esconder y para tomar en lugar de dar. El pie signo del discípulo que lleva la buena nueva a los hermanos, también puede usarse para transitar por las vías del pecado. El ojo, figura del que ora y espejo del alma, también puede usarse para mirar con ira, o como puerta del mal. “Dios nos dio ojos para ver, y párpados para no ver”.

 

En alguna parroquia colocaron un día un Cristo sin brazos con esta inscripción: «No tengo más brazos que los tuyos». Jesús quiere hacer mucho bien en el mundo y necesita de nosotros. La recompensa ya está asegurada: “Os aseguro que quien os dé a beber un vaso de agua porque sois mis discípulos, tendrá su recompensa”.  Extendamos, de manera generosa y sin exclusiones, el único amor, el que viene del Señor Jesús. Si alguien hace el bien y anuncia el evangelio, estará trabajando por el jornal de la Gloria. Y Dios será nuestra recompensa.

 

Nosotros preferimos marcar siempre las diferencias, las pertenencias. Preferimos “separar” y “dividir”, antes que “unir y hermanar”. Y no puede haber una santidad del que “excluye”, o “de los intransigentes”. Como tampoco podremos hablar de amor si solo amamos a los nuestros. Reconozcamos que el Espíritu Santo actúa también en quienes nosotros pensamos que no. Aprendamos a “reconocer lo bueno que hay en los demás”. Y aunque muchos nos caigan mal, o sean “antipáticos”, a Dios le caen bien y son muy amados por él.

 

Aprendamos a ver tanto que hay de bueno, lo que tienen y lo que hacen los demás. El que ama de verdad “siempre encontrará lo bueno, aún en aquellos que decimos malos”. El bien lo pueden hacer también los que no creen o los que creen distinto a nosotros. Aprendamos de las abejas a volar de flor en flor sacando lo mejor de cada una, porque solo así podremos tener una rica miel, del único campo, que es el reino de Dios. Unamos y no dividamos.

 

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Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía  

La Primacía y el Poder del Servicio

 

Saludo y bendición, a todos ustedes, queridos fieles.

 

Hoy continuamos con el Evangelio del domingo pasado. Pedro acaba de confesar la divinidad de Jesús, pero no acepta “que Jesús sea entregado y condenado”. Y hoy Jesús los instruye sobre “su condición humana”, y les quiere hacer entender el misterio de su muerte.

 

Hay cosas que nunca entenderemos cuando no nos interesa entenderlas. “Pero ellos no entendían aquello, y les daba miedro preguntarle”. Cuando uno no quiere entender tampoco pregunta. Prefiere seguir en la ignorancia, pero no pregunta. Y no pregunta porque teme la respuesta. Tienen miedo a “preguntar” porque su maleta de viaje está llena de ambiciones humanas. ¿Acaso no es también esta nuestra actitud con Jesús? Tampoco a nosotros nos interesa comprender el misterio de la Cruz, y preferimos no preguntar para evadir el compromiso que ella implica. Cuando no queremos aceptar a un Jesús crucificado, preferimos guardar silencio. Quizá sea mejor no hablar de la cruz pues sabemos que la profundidad de sus exigencias se traduce en el servicio extremo.

 

En la lógica de Jesús, no es importante el que domina, sino el que sirve a los demás. Nos enseña la grandeza de lo débil y lo pequeño. De hecho, los doce apóstoles eran pescadores humildes y sencillos y fue sobre su “debilidad” que fundó su iglesia; con ellos difundió por el mundo la grandeza del evangelio, y fueron los humildes, los pobres y sencillos quienes mejor lo entendieron. El evangelio no es apto para quienes ambicionan poder y lo llevan en su corazón. Es para los últimos, los humildes y sencillos, aquellos que son felices sirviendo a los demás, incluso, sin que nadie se entere.

 

Tal vez el discurso del Señor no nos interese porque seguimos con lo nuestro; queremos éxitos y triunfos y que nuestro nombre suene. Hoy diríamos que, Jesús emite en frecuencia modulada y nosotros le escuchamos en onda corta. Jesús habla del sentido de la cruz, y ellos no lo entienden, y así no hay posibilidad de encuentro. No les gusta que les hablen de la cruz porque no logran entender su verdadero sentido. Físicamente pueden estar muy cerca de Jesús, pero espiritualmente están muy lejos.

 

El tono de Jesús es “la primacía del servicio”; el tono de los discípulos es saber ¿quién de ellos será el primero en el reino? y ¿quién será el más importante? Cada cual va por un camino distinto y sin el director de orquesta. Jesús les habla del servicio pleno, de dar la vida por los demás, a ellos les preocupa es saber quién va ocupar los puestos de privilegio.

 

En el mundo hay muchos que tiene poder, pero muy pocos que lo usan para servir. Todos quisiéramos un reino más barato y más fácil donde cada uno pueda vivir su vida a sus anchas y sin mayores compromisos. Todos quisiéramos estar arriba, pero eso sí, que todos los demás estén a nuestro servicio. “Poder, sí; pero servicio, no”. Y este es el dilema que plantea Jesús en el misterio de la Cruz: “servir o ser servido”. Quien pretenda esquivar la experiencia de la cruz, vivirá un cristianismo de engaño y mentira. Hablar de la Cruz no es una invitación al sufrimiento o al masoquismo, sino al servicio de los demás; la cruz asume y resume la vida del cristiano. Es una invitación a un modo de pensar distinto, aunque eso sí, la cruz ejerce un juicio crítico a nuestras ansias de poder.

 

Jesús nos invita a mirar la vida con ojos de niño. Y en esta lógica no caben disculpas ni evasivas. “El que quiera ser primero, sea el último de todos y el servidor de todos”. Al abrazar al niño, Jesús nos advierte que la vida cristiana ha de ser apertura, acogida y servicio al más humilde. Ser como niños, es estar desarmados de tantos deseos de poder, avaricia y mundanidad. "Ser como niños" no es una asignatura en la que un día uno se gradúa. Nadie se ha "graduado" de niño. Es una actitud, es un camino. Hacerse pequeño es un modo de escapar de las redes de grandeza. Al pequeño, el orgullo o la vanidad nunca lo atrapan. Jesús, al elegir a un niño, nos muestra el rostro de la sencillez, humildad y servicio, y define la grandeza y la importancia de sus discípulos por la transparencia, el desprendimiento y la generosidad, en el marco natural del niño.

 

Como las abejas se esfuerzan cada día en la búsqueda del polen, y aún entregan su vida por defender el panal o como la madre que se sacrifica para que sus hijos estén bien, como creyentes debemos entender que nuestra identidad de hijos de Dios se descubre y se revela en el servicio y la entrega. No dejemos sobre los hombros de Dios nuestras responsabilidades. Hay que ayudarlo, sirviendo y dando la vida por los demás. La cruz da la talla y la medida de Jesús, y nuestra cruz lleva la talla y la medida de nuestra entrega por los demás. No tengamos miedo a la cruz, ella es la que nos llevará a la Gloria de la Pascua. El triunfo de la resurrección tiene que pasar siempre por las oscuridades de la Cruz.

 

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Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Virgen los proteja. Amén.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía  

“¡Aparta de Mí Señor, Cuanto Me Separe de Ti…¡”

 

Saludo y bendición, a todos ustedes, queridos fieles.

 

Hay preguntas de todo tipo, y quizá es más fácil responder por los demás. El problema está cuando la pregunta y la respuesta va directo a nosotros. Esto supone enfrentarnos y cuestionarnos a nosotros mismos. El evangelio de hoy hace que nos miremos por dentro y cada uno le respondamos a Jesús las dos preguntas: ¿Qué dice y qué piensa la gente de Jesús? Y ¿Qué decimos y pensamos nosotros de Él? ¿Quién es Jesús, y qué significa para mí? Porque tal vez todos quisiéramos un Jesús fácil de seguir o que nos dé rebajas en su evangelio.

 

La respuesta de Pedro es una verdadera profesión de fe y el modelo a seguir: “tú eres el Mesías, el Hijo del Dios bendito…”. Y esta profesión de fe implica un estilo de vida que se caracteriza por la exigencia, por el camino estrecho, por la entrega y el sacrificio; es decir, por la cruz. El amor divino, al profesarlo hay que entregarlo, de lo contrario no es amor. “Lo cristiano de los cristianos es Cristo, y él en la cruz”.

 

Hoy, el turno es para nosotros. Mientras Jesús cuestione la fe de los demás no hay problema. El problema está cuando “cuestiona nuestra fe” y “nos enfrenta con nosotros mismos”: “qué pensamos de él”, “qué sabemos de él”; “quién soy yo para ustedes”. Teóricamente podemos dar muchas respuestas, pero la respuesta radical es “qué significa Jesús en nuestras vidas”. Es fácil decir: “yo creo en Dios”. Lo difícil es responder: “qué significa Dios en mi vida”, “qué rol ocupa l Señor en mi vida”, “cómo influye él en mi vida diaria”.

 

Como a Pedro, también a nosotros, el corazón nos puede traicionar. Queremos un Jesús que haga milagros, que solucione todo y que su evangelio no tenga demasiadas exigencias. Como aquel viejo adagio que dice: “serás mi amigo siempre y cuando no pongas piedras en mi camino”, quizá así queramos al Señor. Él lo dijo: “quien no tome su cruz y me siga no es digno de mi”. Para entrar por la puerta del cielo, hay que emplearse a fondo en la causa del Señor. Para confesarlo no basta con despegar los labios y decir “sí creo”; se nos exige construir la    vida con la solidez de la fe, del perdón y un testimonio vivo y eficaz.

 

La pregunta del Señor siempre es actual, y él sí conoce lo que llevamos dentro. El problema es que nosotros no somos sinceros con él, y nuestro corazón siempre esconde algo. Primero preguntémonos ¿Qué soy? y ¿Quién soy yo para Jesús? ¿Quién es el Señor para mí, y qué significa en mí vida? Si reflexionamos en la magnitud de estas preguntas, mucho más profundas y significativas serán las respuestas que le demos al Señor. La grandeza de lo que soy, es, apenas, el resplandor de aquel de quien venimos, en quien vivimos, nos movemos y existimos. Y no olvidemos reconocer que el Señor es la única verdad que no admite rebajas.

 

Si nuestra relación con Dios no es profunda, nos podemos parecer a aquel nadador que cruzó un inmenso río y al llegar a la otra orilla le preguntan: “¿Son profundas las aguas?” Y él respondió: “la verdad es que no me he fijado, porque yo solamente quería nadar en la superficie y no bucear”. Pretendemos quedarnos en una relación superficial con Jesús. Se requiere que profundicemos y vivamos lo que creemos; que no rehuyamos aquellas situaciones en las que podemos demostrar si nuestra fe es oro sólido o arena que se escapa entre las manos. Ser cristianos confesando al Cristo total, no es tarea fácil, porque implica “confesar la encarnación y la humanidad de Dios”. Y el Señor lo dijo: “El que quiera venirse conmigo que cargue con su cruz y me siga”. El verdadero Jesús, será el “Jesús entregado, condenado y crucificado”. El verdadero Jesús es el que “sirve a los demás, y ama hasta dar su vida por todos”.

 

San Agustín dijo que junto a Cristo no hay dolor, y si lo hay se convierte en amor. Es como si el amor le colocara rodachinas a la cruz. Tomar la cruz no es sinónimo de masoquismo, ni huir del mundo para refugiarnos en una dimensión desconocida. Es enfrentar la vida tal como viene; aceptar nuestra realidad histórica con sus luces y sombras, y trabajar para que impere aquel amor que, pasando por la noche de la cruz, adquiere resplandor de eternidad.

 

Recordemos que la cruz sostuvo el cuerpo del Señor para que no cayera en el vacío. Y en los vacíos de nuestra vida también nos sostiene y nos eleva a él. “Si la cruz llevó a Cristo a la Gloria, no habrá Gloria sin pasar por la cruz” Como afirmó el apóstol Pablo: “No quiero saber entre vosotros más que a Jesucristo, y éste crucificado”. Sencillamente: “La cruz asume y resume el estilo de vida del creyente”.

 

A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.capillasantaanachia.org o del Facebook de la Capilla Santa Ana, les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo la buena nueva del Señor, donde quiera que nos encontremos.

 

Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Virgen los proteja. Amén.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía  

“Abre, Señor, Nuestro Corazón Para Escucharte y Hablar de Ti”

 

Saludo y bendición, a todos ustedes, queridos fieles.

 

Exaltando la grandeza de Dios dice el profeta Isaías: “Este es el Dios grande y poderoso, que hace hablar a los mudos y oír a los sordos”. Y el Evangelio nos presenta a Jesús curando a un sordomudo, restableciéndole la plena comunicación con Dios, consigo mismo y con los demás. La sordera le hacía incapaz de escuchar y de comprender no sólo las palabras de los demás sino también la Palabra de Dios; y la mudez le impedia comunicarse con sus hermanos. 

 

En el Antiguo Testamento la gran oración del Israel era: “Escucha, Israel”. Y en el Nuevo Testamento Jesús repetirá con frecuencia: “el que tenga oídos para oír que oiga”. En la curación del sordomudo Jesús no busca espectacularidad, ni utiliza sus poderes para ganarse la admiración, sino que lo aparta de la gente a un lado. Tampoco Jesús actúa a distancia, sino que le toca las orejas y la lengua del sordomudo para restablecer la relación con este hombre que está «bloqueado». Luego, Jesús implora al Padre y, elevando los ojos al cielo le ordena: «¡Ábrete!»; y los oídos del sordo se abrieron.

 

San Pablo afirma que «la fe nace del mensaje que se escucha» (Rm 10,17). Es decir, la fe nace de “hablar y escuchar”. Recordemos que con el Bautismo se nos abrieron los oídos para poder escuchar a Dios, y se nos destrabó la lengua para poder hablar, anunciar y proclamar el Evangelio del Señor. Como hizo con el sordomudo, - tocándolo y curándolo -, también el Señor llega a nosotros con signos sensibles de su poder salvífico. “Se nos acerca” con signos sensibles de su amor, “nos toca" con cada uno los sacramentos, nos habla con su palabra, nos lava con el agua bautismal, nos limpia con el sacramento de la reconciliación y nos alimenta con la eucaristía. Así restaura en nosotros la imagen y semejanza de Dios que deterioramos con el pecado. Somos nosotros los ciegos, sordos y mudos, incapaces de ver sus signos, porque, tristemente preferimos cerrar el corazón a Dios.

 

Hay diferentes tipos de sordos, ciegos y mudos: unos de nacimiento, otros a consecuencia de accidentes; otros porque no nos comunicamos con nadie o también porque no les dejamos hablar. Pero también los hay porque nos hacemos los ciegos, los sordos, los mudos, y solo queremos ver, escuchar o hablar lo que nos conviene. Hoy Jesús quiere curarnos de todos esos males. Lo dice el refrán: “No hay peor ciego que el que no quiere ver, ni peor sordo que el que no quiere oír”. Según esto: No hay peor ciego, sordo o mudo, que aquel que no quiere ver las obras de Dios, ni escuchar su palabra, ni hablar de él, ni seguir su proyecto de eternidad. Ésta es la peor manera de ser ciego, sordo y mudo. Si la lengua calla es porque el corazón está vacío y no ha experimentado ni el amor, ni la bondad, ni el perdón de Dios. Si no reconocemos los signos y milagros del Señor en favor nuestro, tampoco podremos exclamar: ¡Y todo lo ha hecho bien! Olvidamos que somos ¡la mejor obra de Dios!

 

El sordo del evangelio no era completamente mudo. El texto del evangelio dice que apenas podía hablar. Es imposible hablar bien cuando no se escucha. Quien no escucha al Señor ¿cómo podrá hablar de él? Está mudo en la fe. Si vivimos sordos a su llamada, ciegos a sus obras, insensibles a su amor, indiferentes y encerrados en nosotros mismos, solo levantando barreras, entonces no tendremos ninguna palabra que decir, ninguna buena noticia que anunciar. Pero si nos abrimos al Señor, nuestro interior se activará, y aunque nuestro corazón tenga muchas heridas que sanar, podemos empezar a curarnos admirando cuántas maravillas hace Dios por nosotros. Abramos los ojos, los oídos y la boca, pero sobre todo el corazón. La llave del corazón es el amor del Señor, y ahí está la clave de todo cambio.

 

El sordomudo viene a ser “el símbolo de la soledad del corazón humano”. ¿Hay, acaso mayor soledad que el no escuchar a los que están a nuestro lado? ¿Hay mayor soledad humana que cerrarse a la palabra de Dios y no escucharlo dentro de nosotros? ¿Hay mayor soledad que la de no querer comunicarnos con los demás, aunque no somos mudos? ¿Hay mayor soledad que la de no poder comunicarnos con Dios, porque ni le escuchamos ni le hablamos?

“Jesús, como otorrino divino” tiene mucho trabajo ya que todos estamos necesitamos de “escuchar y de hablar”

 

No nos dejemos encerrar en nosotros mismos, ni ahogarnos en el silencio, ni en el sin sentido. El Señor hoy nos repite «Ábrete». Reconozcamos nuestras enfermedades y no tengamos miedo de abrirnos a su palabra y a su acción salvífica. Su fuerza sanadora siempre será una oferta para todos. Que la mano del Señor toque a los que no saben hablar o hablan con necedad porque no saben escucharlo. Dejemos que su poder actué en nosotros y ablande nuestro corazón. “…Un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias, Señor”.

 

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Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Virgen los proteja. Amén.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía  


¡Danos, Señor, ¡Un Nuevo Corazón!

 

Saludo y bendición, a todos ustedes, queridos fieles.

 

El evangelio de hoy nos recuerda que lo esencial está en el corazón. Jesús cita al profeta Isaías: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos”. Quizá nos preocupamos más de las normas humanas para imponerlas a los demás, y olvidamos que lo definitivo y esencial son los “preceptos de Dios”, la limpieza del corazón, la sinceridad de nuestra relación con él y el cumplimiento de su voluntad. Lo definitivo no está en lo que dicte la ley o hablen los labios, sino en el amor, impreso en el recinto sagrado del corazón.

 

Dios es amor, y él será la suprema ley. Las otras leyes se habían convertido en objeto de adoración y centro de toda reverencia, hasta el punto que sólo ellas eran causa de salvación o condenación. Jesús no es enemigo de las leyes, pero las coloca en su lugar. El objetivo de la ley no es estar por encima de los demás, sino al servicio de ellos. Tan solo son caminos y ayudas para el comportamiento humano.

 

Con tantos preceptos humanos, terminamos atribuyéndole a Dios lo que en realidad son caprichos y normas nuestras. ¿Cuántos padres de familia se preocupan más por la higiene corporal de sus hijos, que, por la formación en los valores, la limpieza del alma, la ética, las virtudes, la cultura, los buenos modales y la vida espiritual que perdura como legado? ¿Acaso tiene sentido un aseo meticuloso mientras que el corazón está repleto de pecado? ¡Hay manzanas que brillan por fuera, pero su interior está dañado ¿Qué pasaría si dedicáramos más tiempo y atención para limpiar el corazón, así como lo dedicamos para cuidar lo físico? Muchos acudimos a gimnasios y Spa, pero no acudimos al ejercicio espiritual que descansa el alma.

 

Jesús disfruta más con la armonía y la música del corazón que con el bochinche de los labios. ¿Qué estrépitos mueven nuestro corazón? ¿Será el ruido del odio, de la avaricia, del sexo, de la pornografía, del adulterio, de la pereza o de las adicciones? Todo eso hace de la familia, de la comunidad y de la sociedad un caos, un infierno, y un lugar en el que desaparece Dios. "Todas esas maldades salen del corazón y manchan al hombre y hacen de nuestro culto a Dios, algo vacío y malo. La buena noticia es que Jesús viene a purificar nuestros corazones para que de ellos brote la armonía que le agrada a Dios: el amor, el perdón, la felicidad, la generosidad, la alabanza y la justicia. Todo eso también sale del corazón, nos hace agradables a Dios y hace bien a los demás. Si nuestros actos externos – que son los que prolongan lo que hay en el corazón-, no están sustentados por un espíritu sincero, solo serán trampas que anestesian nuestra conciencia y nos impiden un compromiso real con Dios y con los demás.

 

Por más leyes que se inventen, ¿acaso, el ser humano deja de ser codicioso, envidioso, infiel, orgulloso, vulgar, injusto o ladrón? La multiplicación de leyes puede terminar ocultando la verdadera voluntad de Dios. ¿No estaremos cambiando la ley del amor de Dios por las tradiciones humanas? Ni el mundo, ni la sociedad, ni el País, ni la familia cambiarán si no se cambia el corazón. Pueden salir muchas leyes, pero no olvidemos que, echa la ley, echa la trampa, y la solución no estaría en construir cárceles para encerrar infractores. La clave está en construir corazones nuevos para no estar presos de nosotros mismos. “Cambiemos el corazón…Y habremos cambiado todo”.

 

¿Será nuestro corazón como una caja de Pandora? Narra una leyenda que Pandora, la primera mujer en la mitología griega, llevó a la tierra una caja misteriosa que contenía todos los males. Cuando la caja fue abierta, las calamidades se esparcieron por el mundo y “sólo quedó dentro la esperanza”. El corazón del ser humano se parece a esta caja funesta. «De él proceden los malos propósitos, las fornicaciones, los homicidios, las codicias, la envidia, la injusticia…» La contaminación ambiental nace del humo de las chimeneas, de los gases nocivos, de los desechos, los residuos industriales y puede envenenar al hombre. La contaminación moral viaja al revés. Nace de nuestro corazón y va intoxicando las empresas, las escuelas, los campos, las fábricas, la familia y la sociedad. No obstante, si nuestro corazón guarda todavía la luz divina y la esperanza, todo se podrá orientar a lo eterno, a lo noble, a lo bueno, a lo santo, a lo agradable, a lo perfecto, es decir, hacia Dios.

 

Recordemos el maravilloso himno de pentecostés: “…Entra hasta el fondo del alma, divina Luz y enriquécenos…Mira el vacío del hombre si tú le faltas por dentro. Mira el poder del pecado cuando no envías tu aliento…” Habrá que estar vigilantes para mantener limpio el corazón. “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”, y porque Dios verá a través de un corazón limpio. San Agustín, en su conversión exclamó: “…Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva. Yo te buscaba afuera, y tú estabas dentro, muy dentro de mí…” Dejemos que el Señor mire y habite nuestro interior para aprender a mirarnos con los ojos del Señor y habitar en su corazón.

 

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Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía  

“…Señor, Tú Tienes Palabras de Vida Eterna”

 

Saludo y bendición, a todos ustedes, queridos fieles.

 

   Las palabras de Jesús: “Mi carne es verdadera comida, mi sangre es verdadera bebida”, nos colocan entre la espada y la pared. Su modo de hablar era duro. Él no suavizó el evangelio para ganarse adeptos, porque la Buena Nueva no tiene promoción ni rebaja, sencillamente se ofrece. Se acepta o se rechaza. Y como presenta exigencias, algunos discípulos se echaron atrás y lo abandonaron. Con la misma libertad que comenzaron a seguirlo, igualmente se fueron.

 

   La pregunta a sus discípulos: “¿También queréis marcharos? Les genera una crisis, pero también los hace decidirse. Pedro da la cara y confiesa: “Señor, ¿A quién iremos? Sólo tú tienes palabras de vida eterna”. Muchos que nos llamamos cristianos tendremos que responder: “¿También queremos marcharnos? Ante la desbandada de la gente, los discípulos deben tomar una decisión. Cuando todos se van, alguien tiene que quedarse. Cuando todos dejan de creer, alguien tiene que mantener viva la fe. Cuando todos tratan de silenciar a Dios, alguien tiene que levantar la voz por El.

 

   Definitiva es la salvación que nos ofrece el Señor, como definitiva y radical ha de ser nuestra respuesta. La fe que recibimos desde el bautismo exige una opción radical por Dios, prescindiendo de cuanto la estorbe. Somos cristianos cuando nos definimos por el Señor asumiendo el reto de imitarlo, aunque “sus palabras sean duras e impliquen exigencias duras”. Es que Jesús no es una ideología, es una decisión: ¡Estoy o no estoy conectado con él! Así lo entendió Pedro que eligió quedarse con él, y hoy coloca en nuestros labios su respuesta de fe: ¿Señor, a quién iremos? ¡Sólo tú tienes palabras de vida eterna! Y es para decirlo con la misma convicción, sobre todo en los momentos difíciles.

 

   La “dicha” de seguir al Señor, para poder entrar en la novedad y estilo de vida que él ofrece, es superior a aquella “dicha solo temporal”. Elegir el camino del Señor supone encauzarnos por sus sendas y por las “obras del Espíritu” dejando de lado las “obras de la carne y de la sangre”. ¿Por qué Pedro decidió quedarse con Jesús a pesar que no lo entendió del todo? Porque encontró en Jesús el alimento y las palabras de eternidad, contrario a lo que ofrece el mundo envuelto en penumbra, donde todo se desmorona. Como Pedro, tendremos que aferrarnos a Jesús, el único consistente, y quien nos asegura las realidades eternas, mientras peregrinamos en la brevedad de este tiempo.

 

   Es en los momentos difíciles de la vida en que necesitamos llenarnos del valor y tomar la decisión que tomó Pedro. Caminar como discípulos de Jesús no quita las dudas y las contradicciones. Y quizá, más de una tendremos la tentación de echarnos para atrás. Ya el Señor lo había advertido a sus discípulos: “el que coge el arado y mira hacia atrás, no es digno de mí”. Se requiere mirar con ojos de fe para descubrir en Jesús el único camino a seguir. También Josué, en la primera lectura, refiriéndose al Dios de Israel, confesó: "Yo y mi familia serviremos únicamente al Señor".

 

   Y la pregunta sigue: ¿Seguimos o no seguimos al Señor? Aunque el llamado de Jesús para pensar y actuar de manera nueva nos parezca duro y dificil, tenemos su presencia cercana y compaña, con la certeza que solo los humildes y sencillos de corazón serán capaces de reconocerlo como la palabra última y definitiva. Aferrados a él no zozobramos. No es lo mismo admirar a Jesús que creer en él. Se trata de aceptar la vida nueva que desde el bautismo nos heredó.

 

   Es fácil decir cuando todos dicen . Tendremos que aprender a decir sí a Dios cuando otros lo nieguen. Es fácil ser bueno cuando todos dicen serlo. Seamos buenos, aunque muchos no lo sean. Es fácil decir la verdad cuando todos creen que la dicen. Digamos la verdad aún, cuando muchos mientan. Es fácil hablar de Dios cuando todos hablan de él. Hablemos de él cuando muchos callan y quieren desaparecerlo o de la constitución, o de las aulas de clase, o ignorarlo pisoteando los valores. Es fácil declararnos creyentes cuando todos lo hacen. Que nuestro orgullo sea ser creyentes, cuando muchos se enorgullecen de todo, menos de Dios. El reto de seguir o no, es definitivo: “La decisión es nuestra: tuya y mía”.

 

Es tiempo y es el momento de purificar nuestra fe. Es tiempo de poner al descubierto quién es quién y quienes están dispuestos a seguir al Señor. Nuestra fe no puede depender de lo que hacen o piensan los demás. “Señor, aunque muchos te abandonen, nosotros seguiremos contigo” ¿De qué sirve ser parte de muchos, si no optamos por el mejor y lo mejor? Que por nuestro testimonio muchos busquen al Señor, y que él nos libre de alejar a muchos por el anti testimonio. Una sola palabra puede ser suficiente para decidir toda una vida.

 

   Me llamas “SEÑOR” y no me obedeces. Me llamas “LUZ” y no me ves. Me llamas “CAMINO” y huyes de mí. Me llamas “VERDAD” y mientes. Me llamas “VIDA” y buscas muerte. Me llamas “AMIGO” y me traicionas.  Me llamas “SABIO” y no me sigues. Me llamas “RICO” y no me pides. Me llamas “MISERICORDIOSO” y no te fías de mí. Me llamas “NOBLE” y por tu orgullo, no me sirves. Me llamas “PODEROSO” y no me honras. Me llamas “JUSTO” y no me temes.

 

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Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía 

"¡Oh Banquete Precioso y Admirable!”

 

Saludo y bendición, a todos ustedes queridos fieles.

 

La liturgia de hoy canta bellamente a la eucaristía, Pan de Vida: "Oh sagrado banquete en el que se recibe a Cristo, se renueva el memorial de su Pasión, el alma se colma de gracia, y se nos da una prenda de gloria futura". Santo Tomás de Aquino exclama: "¡Oh banquete precioso y admirable!, y San Agustín comenta: "Los hombres quieren lograr con comida y bebida no tener hambre ni sed. Sin embargo, esto no lo otorga más que esta comida y esta bebida. Quien las toma se vuelve inmortal e incorruptible y se ve introducido en la comunión de los santos. Allí habrá paz y unidad completa y perfecta".

 

A lo largo del discurso del Pan de Vida la palabra clave es “comer”. El que “coma” de este Pan vivirá para siempre. La tentación del primer hombre, Adán, fue “comer o no comer del árbol del bien y del mal”, y la serpiente despertó en Adán su apetito y su ambición y comió del árbol prohibido. Hoy, Jesús, nuevo Adán, y vencedor de la serpiente, nos invita a “comer su cuerpo” que da Vida eterna. A los judíos que escucharon el sermón de Jesús aquel sábado, les resultó escandaloso. Sus oídos no podían creer lo que oían.

 

Aunque nos alimentarnos con lo mejor, si no nos alimentamos con el Pan de Dios nos secamos y morimos. Cuando comemos el cuerpo de Cristo nos hacemos mejores cristianos (“cristianos eucaristía¨), y como los primeros cristianos deberíamos decir: "no podemos vivir sin celebrar el día del Señor". Al compartir la mesa del Señor nos comprometemos a mejorar nuestras vidas, a crear unidad, a compartir nuestro pan, a amar a los hermanos, a abrir nuestros corazones a todo lo que es bueno y a cerrarlo a todo lo que no es de Dios. Comer el Pan de Vida, es optar por la dieta de Jesús versus las dietas que ofrece este mundo, que, quizá, muchas adelgacen, pero pueden secar el alma.

 

¿De qué nos alimentamos cada día? ¿Cuál es nuestra dieta? ¿Nos sentamos a la mesa humilde del Señor, o al fastuoso banquete de la locura?. Con frecuencia, personas aparentemente sensatas, incluidos todos nosotros, nos alimentamos de malas noticias y tanas preocupaciones que nos generan ansiedades, egoísmo e intolerancia, odio y desesperación, es decir, “comidas que nos vuelven locos”. Aquí, en la eucaristía, Jesús no sólo es el anfitrión, sino también la comida, el celebrante, el sacerdote, la mesa, el pan y el vino. Y, nosotros, en la comunión recibimos los dones de Dios para el viaje de la vida, pregustando aquel banquete que el Señor nos tiene preparado en la mesa celestial. Comulgar con Jesús en la eucaristía significa participar ya desde esta tierra en su vida gloriosa y en su comunión con el Padre. "Dichosos los invitados a las bodas del Cordero" (Ap 19,9).

 

La Eucaristía es el gran regalo que Jesús nos dejó para crecer en estatura divina, en eternidad. Los papás se esfuerzan porque sus hijos crecer sanos: “Camilo, tómate la sopa”. “Claudia, no se te olviden las vitaminas”. Y el doctor nos dirá: “Usted necesita una dieta balanceada”. Hoy, Jesús nos dice: «Yo soy el Pan de Vida. El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo». Sin embargo no todos entendieron lo mismo. Quizá, también nosotros seguimos buscando a un Dios lejano y olvidamos que él se encarnó entre nosotros y está tan cerca, como cerca está el pan cotidiano en nuestras mesas, con la diferencia que el pan eucarístico es más hondo, más elevado y soberano. Es el Pan de Dios en nuestras bocas.

 

Cuando los obreros, empleados, profesionales, campesinos o industriales se entregan al trabajo cada día, están haciendo un trueque doloroso que el amor convierte en alegría: se está cambiando vida por pan. En la eucaristía Jesucristo nos cambia Pan por Vida. Vida que es amor ante el egoísmo, energía ante la tentación, luz en la sombra, examen de conciencia ante nuestro pecado, unión en las tensiones de familia, deseos de seguir mejorando el mundo, cuando muchos se refugian en la desesperanza. Vida que es vida eterna: «Yo lo resucitaré en el último día».

 

Concédenos Señor Jesús, que, por María Santísima, Nuestra Señora de la Asunción, patrona de nuestra Diócesis de Zipaquirá, podamos gozar plenamente de su vida divina en el banquete eterno que pregustamos en este sacramento de la eucaristía, y seamos ahora colmados de gracia y bendición. Amén.

 

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Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía 

 “Tú Eres, Señor, el Pan de Vida”

 

Saludo y bendición, a todos ustedes queridos fieles

 

   Belén, en hebrero, significa “Casa del pan”. Desde que nace, el niño Dios ya es el Pan de Dios. El pan de vida llega a la tierra en un niño, débil y sin hacerse notar. Viene del seno del Padre y se convierte en alimento para la humanidad. Él sabe que todos tendremos hambre de Dios. Desafortunadamente, esa pequeña cuna donde viene el Pan de vida, no la reconocen aquellos que solo esperan el brillo de lo fugaz.

 

   Los judíos murmuraban porque Jesús les cambió el menú. Jesús, el hombre de Nazaret, el hijo de José y de María, uno más del pueblo, se les presenta como “el pan bajado del cielo”. Si aceptarlo como el pan era difícil, lo de bajado del cielo les crea más confusión y más irritación. Con las palabras «Yo soy el Pan vivo bajado del cielo» Jesús señala que no vino a este mundo para dar algo, sino para darse a sí mismo, para dar su vida como alimento para los que tienen fe en Él. Solo Jesús, el Pan vivo que viene de lo alto, es el único capaz de alimentar y calmar la sed de eternidad, lo que no puede alimentar ningún pan terreno. Jesús ofrece lo esencial; lo demás, aunque sea útil, siempre será secundario. Si el pan en la mesa es alimento e indica reunión y familiaridad, el pan del cielo, en la mesa del altar, nutre para siempre, y en la eucaristía, reúne en comunidad y anticipa la eternidad.

 

   Muchos nos alimentarnos de las satisfacciones que encontramos en lo que llamamos éxitos personales, económicos y sociales. Solemos tener sed de poseer, de gastar, de comprar, de prosperar, de tener más y más. ¿Cuánto gastamos en salud? ¿cuánto gastamos todos por prolongar un poquito más nuestra vida? ¿Cuánto gastamos incluso, por prolongar una vida

entre tubos en cuidados intensivos?

 

   En cambio, hoy Jesús se nos anuncia “como la gran medicina”, no la que buscamos en clínicas y hospitales, sino que él mismo “es el médico de los cuerpos y de las almas”, y se nos da “como pan de vida”. Y nos anuncia una vida plena, “haciéndose él mismo vida en nosotros”. “Yo soy el pan de la vida”, “el que coma de este pan vivirá para siempre”. No tenemos que esperar hasta la muerte para tener en nosotros la vida eterna, porque la eucaristía nos da la gracia sacramental que nos anticipa la eternidad dichosa.

 

   ¿No será que Dios nos ha puesto las cosas demasiado fáciles? “Si nos cobrara comulgar”, tal vez valoraríamos más la comunión. “Si tuviésemos que comprar ese pan de vida”, quizás muchos vendrían a comprarlo. Pero, como la vida eterna que Dios nos ofrece es “gratis”, no le creemos. ¿Será por eso que decimos que “lo barato sale caro”? Y la triste verdad es que muchas de estas críticas provienen, no de los paganos, sino de quienes en algún momento hemos creído o hemos dicho que creíamos, como si nuestra fe se estuviera quedando sin carga ni batería.

 

   Jesús “se hace pan de vida” en cada uno de nosotros. Y “nos hace vida” para los demás. Porque comulgar con él, es comulgar con los “hermanos”. Y comulgar con “los hermanos” es regalarles vida. La Eucaristía entraña un nuevo estilo de vida que exige una respuesta de fe. Nos hace “pan partido para los demás”, nos impulsa a trabajar por un mundo más justo y fraterno. Entraña una respuesta de fe y un compromiso en favor de menos favorecidos. Comer el Pan de vida, no es solo “tener vida”, es convertirnos en “vida para los demás”. Somos “cristianos eucaristía” porque partimos el pan de Dios que da vida a los demás”.

 

   La oferta del Señor es muy sencilla y extraordinaria: “Yo soy el pan de vida, el que coma de este pan vivirá para siempre” ¿Queremos vivir? Pongámonos en gracia de Dios y recibámoslo en comunión. En cada Sagrario, Jesús se ha quedado regalando vida. No vendiéndola, sino “regalándola” y dándola gratuitamente. El que no comulga, es porque se contenta con una vida sin viático a la eternidad, mientras que, en cada Eucaristía, Jesús nos ofrece la “vida eterna”, la que nunca muere, porque va cargada de eternidad.

 

   Nadie quiere morir. Jesús nos ofrece en la comunión la “vida eterna”. Ya es hora de olvidar el “maná del desierto” y abrir el apetito al “nuevo pan” del cielo. Comulguemos “el pan de vida” y viviremos “para siempre”, porque comulgar es asegurarnos, no una vida frágil como la que llevamos; es asegurarnos que “el que coma de este pan, el que comulgue, vivirá para siempre”.

 

   Que el Señor, Pan de Vida, haga de nosotros panes que siembran vida, que quitan el hambre de los más necesitados, y unen los corazones sedientos de Dios.

 

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Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía 

“Eucaristía, Alimento de Eternidad”

 

Saludo y bendición, a todos ustedes, queridos fieles.

 

Hoy nos unimos a la muchedumbre que necesita y busca a Jesús. Hay algo en él que los atrae: “porque los había saciado de pan”. Pero Jesús no quiere que lo busquen solo por “el milagro externo y el alimento material”. Y aunque él mismo les ha enseñado a pedir a Dios «el pan de cada día», hay otro Pan, el Pan de Dios. Él quiere ofrecerles un alimento que sacia para siempre el hambre espiritual, no solo la física, porque una cosa es tener lleno el estómago y otra muy distinta, sentir saciada el alma.

 

Lo buscan “hoy” por el pan que comieron “ayer”. Él, en cambio les ofrece el pan sin fecha de caducidad y les muestra un camino superior: el Pan que recibimos en cada eucaristía y alimenta hasta la eternidad. No es el pan material el que les va a sacar de la situación de indigencia, de caminar y caminar buscando alimento. Es aquel Pan, -que es Jesús-, el que les dará la verdadera vida. El pan material se compra y se negocia en una panadería; pero el pan que nutre de eternidad viene de lo alto.

 

Jesús, verdadero Pan que baja del cielo, es el único que remedia el hambre de la humanidad y calma la sed de aquella felicidad que solo él puede colmar. Él les habla claro: trabajar para ganarse el alimento, sobre todo el que perdura para la vida eterna. El reproche de Jesús es que han limitado su horizonte al alimento que se acaba. Quizá nos interesa un Dios que nos ayude con las cosas materiales e inmediatas, más que el Dios, alimento de eternidad. Le pedimos algo y si no lo conseguimos entramos ya en crisis de fe. Poner todas las fuerzas en lo perecedero desgasta, pues nunca estaremos satisfechos y siempre queremos más. Quizá somos más estómago y olvidamos que necesitamos el alimento que nutra el alma.

 

¿Será que nosotros le pedimos a Jesús signos para creer en él? Siempre resulta curioso el hecho que Dios tenga que justificarse para que podamos creer en él. Somos nosotros los que tendríamos que dar razón de nuestra fe, sin embargo, exigimos que Dios nos dé suficientes motivos para que creamos en él. Y Dios no suele dar “razones”, él se ofrece a sí mismo como el “signo” predilecto de Dios. Se requiere saber ver los signos de su presencia y de su amor para razonar menos y creen más en él.

 

Dios pone su firma en todo, pero nos resulta difícil ver sus señales, porque no reconocemos su autenticidad. Diera la impresión que Dios escribe en un lenguaje que nosotros no sabemos leer y que alguien tendría que traducirnos. No es suficiente decir “yo creo en Dios”. Habrá que preguntarse: “¿Y por qué creo en Dios?” “Qué significa Dios en mi vida?” ¿Hacemos de Él nuestro alimento? ¿Qué lugar ocupa Dios en nuestra vida?”

 

Las cosas de este mundo, siempre nuevas y abundantes, quizá nos entretienen y sostienen el cuerpo, pero nunca podrán llenar el alma, que es el espacio propio para Dios, y solo él puede llenarlo. Lo material, y su poder, es tan transitorio como la misma vida, y nos aferraos a ese poder efímero.  Nuestro trabajo, puede que sea para comer y dar de comer a los demás, pero conseguir el verdadero alimento solo se logra comulgando con aquel que lo proporciona y de quien todo viene. "Una buena comida tiene que comenzar siempre con hambre”. Hay que ir, entonces, con hambre a la casa de Dios para saciarnos del pan eucarístico, el que fortalece el espíritu, da vigor a la mente, energías al corazón y fuerza a la voluntad.

 

El abastecimiento conduce a una especie de adormecimiento general. Un Dios a la medida de nuestras necesidades puede resultarnos muy necesario en un momento dado, pero nunca será el verdadero Dios que tiene la medida de lo definitivo, de lo esencial y de lo eterno. Para descubrir al Dios de la eternidad hay que ver más allá de lo cotidianamente útil. Sería más fácil si reconocemos que el fondo de nuestro ser está naturalmente necesitado de una fuerza y un alimento tan original y sobrenatural, porque: “no sólo de pan material vive el hombre…” (Mateo 4,4).

 

En cada eucaristía Dios se hace presente, nos llena de fuerzas para la marcha hacia la eternidad. El pan eucarístico alimenta nuestra fe, anticipa nuestra esperanza y preludia el banquete celestial mientras vamos peregrinando a la casa del Padre. Ya lo canta aquel himno: “No podemos caminar con hambre bajo el sol, danos siempre el mismo Pan: tu cuerpo y sangre, Señor.

 

A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.capillasantaanachia.org o del Facebook de la Capilla Santa Ana, les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo la buena nueva del Señor, donde quiera que no encontremos.

 

Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Virgen los proteja. Amén.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía 

“Concédenos, Señor, el Trabajo, Para Merecer y Compartir el Pan que Tú Nos Das”

 

Saludo y bendición, a todos ustedes, queridos fieles.

 

El evangelio de hoy nos relata la multiplicación de los panes y los peces. Comprar no siempre es la solución; antes, se requiere “levantar los ojos y ver a la gente que sufre” y pasa hambre. Se necesita sentirse implicado en el pan de nuestra mesa y darnos cuenta que no todo se soluciona “despidiendo a la gente para que cada uno se las arregle”. Se necesita tocar nuestras entrañas, tomar de nuestro pan, dar gracias a Dios y repartirlo para que otros coman.

 

Lo primero que hace Jesús es “bendecir lo que se tiene”, porque bendecir es sacar las cosas del dominio de nuestro egoísmo y reconocer que vienen de Dios, que las ha puesto al servicio de todos. “Cinco panes y dos peces”, puestos a disposición de los demás hacen el gran milagro: “Todos comieron y aún sobraron doce canastas”. Donde había poco ahora hay de sobra. Hoy, el problema es diferente: el pan quizá, abunde y los que pasan hambre son más de “cinco hombres”, pero no les damos de comer.

 

“Ojos que no ven corazón que no siente”, dice el refrán, pero habría que añadir: “ojos que ven y corazón que no siente”. Jesús tenía ojos como nosotros, pero él sabía ver y mirar. Somos muchos los que “tenemos ojos, pero no vemos”. Donde otros sólo veían gente que escuchaba la Palabra de Jesús, él veía los estómagos con hambre, y “sintió compasión”. Nosotros, por el contrario: ¡tanto sufrimiento que vemos a nuestro lado y no nos dice nada! ¡Cuántas penas y dolores vemos a nuestro alrededor, pero nuestro corazón no los siente!

 

En la lógica de Jesús, hay que ver con el corazón para sentir el hambre de los demás en nuestros propios estómagos. No se trata de mirar cuánto pan hay en la panadería, porque muchos no tienen con qué comprarlo. Se trata es de ver cuánto tenemos para dar a los demás: “Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes y dos peces”. En el mundo tal vez no falta pan, el problema es la falta de amor y generosidad para compartir los bienes que Dios nos da. La solución comenzará por tomar en las manos lo que tenemos, saber agradecer a Dios lo que nos da, y reconocer que el pan es un regalo de él para todos. Detrás del pan está la generosidad del mismo Dios: si eres generoso con los demás, Dios será más generoso contigo.

 

La muchedumbre se siente feliz alimentándose con el pan de la palabra del Señor, pero él, - que es humano y realista -, sabe que también necesitan calmar el hambre. “No solo de pan…pero también con pan”. Los dos panes son necesarios. Se necesita del pan de la Palabra de Dios que alimenta el alma y el pan material que alimenta el cuerpo. Por eso Jesús une el pan de la palabra con el pan de la mesa. El regalo del pan de su Palabra lo complementa con el milagro de darnos de comer y asegurarnos el pan de cada día.

 

Y en esta escena de caridad entrañable, el Señor “se deja ayudar” de un muchacho que tiene cinco panes y dos peces. Felipe, al menos, abrió una pequeña luz de esperanza: “pero, ¿qué es esto para tantos?”. También hoy el Señor se deja ayudar de nosotros, y nuestra ayuda es indispensable. Como la fe se fortalece dándola, también lo que se da, fortalece a los demás, sabiendo que hay más alegría en dar que en recibir. Lo que no se da, lo seca el egoísmo. Lo mismo sucede con los bienes materiales y con los del alma, que se multiplican en la medida en que los compartamos. «Si nos quedamos con nuestros cinco panes y nuestros dos peces, el mundo seguirá con hambre. Pero si los entregamos a Dios, el realizará el milagro». Dice, San Justino, que en la celebración de la Eucaristía cada uno lleva y entrega lo que posee para “socorrer a los necesitados”, porque muchos necesitan de alimento.

 

Dios es “DON” en mayúscula, nosotros somos dones en minúscula, pero compartiéndolos, Dios continúa “dándose como alimento a los necesitados”. Todos podemos ser “el alimento del mismo Señor” a tantos que tienen hambre. Cada día nos reclama la compasión y nos pide: “Dadle vosotros de comer”. Ese fue el error del rico que no le compartió al pobre Lázaro. A Dios le basta un poquito; él se encarga del resto. La necesidad del otro, es como una alcancía que nos presta Dios para depositar los ahorros para la eternidad. ¿Sirve, acaso, al final de la vida, un gran patrimonio que no ha estado abierto al servicio de alguien o de una buena causa? Cuando se comparte el corazón vibra, se oxigena y rejuvenece. Cada día debiéramos mirar nuestras manos para ver si las hemos gastado en buenas obras. Al final de la vida seremos examinados en el amor, y si nuestras manos se abrieron ayudando a los demás, seguro que Dios nos abrirá sus brazos y nos dirá: Venid benditos de mi Padre, heredad el Reino eterno, porque tuve hambre y me disteis de comer” (Mt 25, 35).

 

El Pan de Dios en la Eucaristía es “el cuerpo entregado, partido y compartido” que se ofrece a todos en comunión de gracia, de fe y de amor saciándonos del mismo Dios. El hambre en el mundo no es culpa del pan, sino del “corazón de los que tenemos el pan y no queremos partirlo ni compartirlo”. Los que tienen hambre son muchos; lo que tenemos quizá sea poco, pero puesto en las manos del Señor será suficiente. Antes de multiplicar el pan, Jesús comenzó por agrandar en generosidad el corazón de aquel muchacho. Abrir el corazón a Dios es la primera y más bella conversión que hace de nosotros “milagros de amor para los demás”. A Dios le es suficiente lo que puedan dar nuestras manos, porque hasta donde alcanza nuestra generosidad, comienza la generosidad y las posibilidades de Dios.

 

Para un cristiano es indispensable saber multiplicar. Jesús nos dijo que había venido a traernos vida, y vida en abundancia. Lo cual requiere multiplicar a diario dones y frutos del Espíritu, obras de misericordia y bienaventuranzas. ¡Bendigamos a Dios por nuestro pan, y multipliquémoslo para los demás!

 

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Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Virgen los proteja. Amén.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía 

¡ Señor, Sé Tú Nuestro Descanso, y Dale Calma a Nuestra Pobre Alma!

 

Saludo y bendición, para todos, queridos fieles.

 

En el evangelio de hoy nos ofrece dos momentos. En un primer momento Jesús mira con los ojos del corazón, compasivo y misericordioso a tantos que andan extraviados como ovejas sin pastor. Y en un segundo momento invita a sus discípulos a un lugar solitario a descansar con él, porque con tanto trabajo no tenían tiempo ni para comer.

 

El gesto de Jesús hacia sus discípulos es muy humano. Debían tener tanto trabajo para que el Señor, como buen amigo y compañero, les asegurara un merecido descanso tanto físico como espiritual. Sin embargo, hay algo más urgente que el merecido descanso, el anuncio de “la buena nueva” a tantos que necesitan un corazón de pastor. Ese anuncio gosozo será el mejor alimento y el mejor descanso del alma. El corazón de Jesús revela el amor y la bondad del Pastor, la ternura del Padre y la delicadeza del amigo que hace suyo propio el agobio y el cansancio de sus discípulos. “Vengan a mí los que están cansado y agobiados”. “Él es el descanso en nuestro esfuerzo, la tregua en el duro trabajo, y la brisa en las horas de fuego”.

 

Pero ¿de qué descanso nos habla el Señor? ¿Cuál es ese reposo que anuncia? Esta pregunta se revierte en pregunta por el cansancio. ¿Cuáles son nuestros cansancios? Hay demasiadas cosas que nos cansan, nos agobian y nos decepcionan. Es curioso que el Señor no invita a los que están descansados y tranquilos. Su Evangelio existe sólo para los que están cansados y agobiados a quienes se pone a enseñarles con amor y con calma”. Es la lógica de las bienaventuranzas: "Dichosos los cansados... ¡Y ay de vosotros, los descansados!"

 

Así como “trabajar” expresa la vitalidad de nuestra condición humana, “descansar” expresa el amor y cuidado con nosotros mismos. El mismo Jesús pasó por esta experiencia: “Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco”. Sólo se puede escuchar con calma a los demás cuando hay calma dentro de uno mismo, fruto de la escucha a Dios. Si nos dominan las prisas, no podremos escuchar con calma ni a Dios ni a los demás.

 

Hay que saber aprovechar el tiempo como una oportunidad para salvarnos. Quien no sabe estar con Dios ni consigo mismo, difícilmente sabrá estar con los demás. Quien no tiene tiempo para Dios ni para sí mismo, el tiempo que dedica a los otros estará vacío, y no podrá escucharse ni siquiera a sí mismo porque lo ensordece el mundanal ruido. Si aprendemos a estar con Dios, aprenderemos a estar con los demás. Si dejamos lo superfluo, tendremos la capacidad de escuchar lo esencial, de escucharnos y sentirnos a nosotros mismos.

 

En la lógica del Señor, las necesidades de los demás terminan siendo más importantes que el derecho a descansar y que las propias comodidades. Porque las necesidades de los otros “han de encender nuestras entrañas y conmover nuestro corazón”. La propuesta del Señor busca que cambiemos nuestros planes cuando los demás nos necesitan; saber renunciar a nuestros proyectos cuando los otros nos requieren y saber renunciar a nuestros intereses cuando urgen las necesidades de quienes nos necesiten.

 

Si el tiempo que damos a Dios es poco, el tiempo para los demás será escaso. Los esposos no tienen tiempo para estar juntos. Los padres no tienen tiempo ni para estar, ni para rezar con sus hijos. Los hijos no tienen tiempo para visitar y abrazar a sus padres y abuelos. Y con tantos aparatos en los oídos, no tenemos tiempo ni para escucharnos a nosotros mismos. Es como si nos dijéramos: “todo es más importante que Dios y las personas”. ¿Acaso hay algún tiempo mejor y más útil que el tiempo que le dedicamos a Dios, o el que nos dedicamos a nosotros mismos, o a los demás?

 

El descanso al que invita el Señor no es aquel de pasarla sin hacer nada y desaprovechando el tiempo. (El tiempo perdido, los santos lo lloran…). Tampoco el de tomar vacaciones dejando a Dios de lado. Es ocuparse en otras actividades útiles que, dedicándolas a Dios y a los demás, alimentan y sosiegan el alma cansada. Estar con el Señor haciéndolo todo en su santo nombre y trabajando en las obras de Dios, ese será el mejor descanso. Al terminar las tareas de cada día, hechas como Dios manda, él nos permite el descanso para dejarlo todo en sus manos, para recuperar la paz y alimentar nuestra relación con él, con la certeza que “a jornal de gloria no hay trabajo grande”

 

Como aquella muchedumbre que siguió al Señor, hoy también queremos seguirlo y descansar de tanta fatiga (…Venid a mí los que estáis rendidos y agobiados…). Pero tenemos que buscarlo. Miremos cuántos nos han dado ejemplo buscando al Señor que, aunque tuvieran que peregrinar desde lejos, llegaban al templo a celebrar el encuentro con Dios. Hoy, quizá dominados por la pereza ahogamos la sed del alma y no buscamos al Señor. Teniendo todo tan cerca y no vamos a la casa de Dios. Ojalá que, ante el Santísimo, en oración y en la Eucaristía, - donde el Señor nos espera para alimentarnos de él-, nos renovemos con su paz, su fuerza, su presencia y su sabiduría.

 

¿Qué clase de tiempo le dedicamos a Dios y a los demás? ¿El tiempo de nuestras prisas, o el tiempo con la calma de Dios? Dediquémosle tiempo a Dios, y Él nos dará tiempo para comer.

 

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Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía 

“Bien Preparados…Y Ligeros de Equipaje”

 

Saludo y bendición para todos, queridos fieles.

 

El evangelio de hoy nos abre a los horizontes de la buena nueva del Señor. Con máxima preparación, pero con un mínimo equipaje, el éxito está asegurado. La misión que los discípulos realizan comienza luego de una cuidadosa etapa de formación. Primero han escuchado el llamado personal a convertirse en “pescadores de hombres”, luego han aprendido el estilo directo, sencillo y sapiencial de la predicación de Jesús. Han recibido la respuesta del pueblo sencillo, pero también la desaprobación de letrados y fariseos. No obstante, la semilla que Jesús plantó en ellos con el “ven y sígueme”, fructifica ahora con el “envió”. Ahora reciben el encargo de multiplicar su acción.

 

Hay un contraste entre la intensa preparación para la misión y el escaso equipaje que se ha de llevar. A los discípulos les basta ir con Jesús. Él lo es todo. Un equipaje sencillo supone unos reducidos costos de viaje y una gran disponibilidad para acudir al llamado de la gente. En el fondo, lo que les pide Jesús es no llevar nada que los haga superiores a los demás, porque el evangelio nos hace distintos, pero “no superiores a nadie”. Nada que signifique poder, ni riqueza, ni honores, “porque no hay nada de noble el sentirse superiores a los demás”. Los enviados son elegidos de entre la gente y son como los demás, pero formados y capacitados de tal manera por el mismo Señor, para que puedan ofrecer algo diferente: su distintivo es anunciar la Buena nueva.

 

Jesús envía a los Doce con lo imprescindible: con la “Buena Nueva del Señor”, de la cual son sus instrumentos. Una buena noticia que vale por sí misma, que no necesita de infraestructuras para expandirse, ni de complicados argumentos para anunciarla. Es un estilo de vida casi a la intemperie, aunque abierta a la hospitalidad y acogida, como regalos en medio del camino. Así también ha de ser la vida del discípulo, confiada en la certeza de su presencia cercana, no en nuestros propios medios, seguridades y habilidades. Un estilo de vida compartida con otros, de dos en dos (porque aislados o solitarios no se puede compartir). Es en comunidad onde se experimenta el primer testimonio de la presencia de Dios. Jesús propone un estilo de vida sin el peso de tantas cosas “de repuesto” porque impiden la fácil movilidad para el anuncio del Evangelio.

 

A sus discípulos, Jesús no sólo los manda sin nada, sino que son “nada” a los ojos del mundo. La razón, es que Cristo es quien va con ellos, “y él es su todo”; y con el poder de su gracia, es él quien da comienzo a la obra de Dios, quien actúa y garantiza que llegue a feliz término. No somos nosotros los que conseguimos el triunfo, o salvamos a los demás, tan solo somos vasijas de barro y débiles instrumentos. Así lo afirmó San Pablo: “En nuestra debilidad residirá la fuerza del Señor. Con Cristo, todo lo podemos”.

 

Somos sus discípulos, pero si nos quedamos haciendo planes, detallando las necesidades de nuestro viaje y revisando una y otra vez el equipaje, nunca llegaremos a ponernos en camino. Sólo quien se fía realmente de Dios y acepta el reto de su llamada, entenderá que solo Dios basta. Se requiere la “confianza” que nos hace personas libres. Lo innecesario puede pesar por el camino y atrasar la misión; en cambio, llevar sólo lo necesario: “un bastón” para apoyar nuestros cansancios, “unas sandalias”, para nuestros pies y “nada de provisiones” nos dan seguridad. Solo con el Evangelio en el corazón; ni siquiera “pan, ni dinero” - que son signos de poder-, “ni túnica de repuesto”.

 

El evangelio de la pobreza, no se anuncia con la riqueza. El evangelio de la humildad, no se anuncia con arrogancia y superioridad. El evangelio de la fraternidad no se anuncia con exigencias y preferencias. El evangelio del amor solo se anuncia con amor para poder llegar a los más necesitados como primeros destinatarios del corazón amoroso de Dios. Este anuncio se ha de hacer con la alegría de lo que se anuncia y con la conciencia de “ser llamados” y “ser enviados”. El Evangelio se anuncia y se testimonia, no con “cara de malgeniados resignados” sino con la alegría en el corazón, con cara de fiesta y la sonrisa en los labios porque el evangelio es “Alegre noticia”.

 

Desafortunadamente muchos concebimos una religión como “a la carta” en la que cada uno fabrica un “dios” a su acomodo, le pide lo que quiere y cuando quiere. Quizá muchos queremos que se nos anuncie un Dios que resulte atractivo, que se deje acomodar a nuestra voluntad caprichosa e intereses mundanos que no exija nada y que se someta al parecer de la criatura. Sabemos que esa no es la buena noticia que trajo el Señor.

 

Sintámonos dichosos de saber que Jesús cuenta con nosotros, que somos enviados por él para ayudarle en la extensión de su reino. Que somos útiles para él; que somos buena noticia para tantos que no lo conocen, y que podemos anunciarlo con la palabra y el testimonio de vida.

 

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Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía 

¡Señor, Auméntanos la Fe!

 

Saludo y bendición, queridos fieles de esta comunidad.

 

El domingo pasado admirábamos la profunda fe de una mujer que venía de muy lejos buscando a Jesús. Hoy nos extrañamos por la incredulidad de los que están ceca de Jesús. “Nos preguntamos: ¿Por qué los paisanos de Jesús pasan de la maravilla a la incredulidad? Comparan el origen humilde de Jesús con sus capacidades actuales: es carpintero, no ha estudiado y, sin embargo, predica mejor que los escribas y hace milagros. Y en lugar de abrirse a la realidad, se escandalizan. Según los habitantes de Nazaret, ¡Dios es demasiado grande para rebajarse a hablar a través de un hombre tan simple!”. (Papa Francisco)

 

El Evangelio nos muestra el conflicto interno de la gente. Por una parte, no pueden dudar que en Jesús hay un saber y una sabiduría distinta y superior. Pero a la vez no están dispuestos a aceptarla. Buscan todas las razones posibles para negarse a creer en él. A él le conocen. Es como si dijeran “para ser famoso hay que venir de lejos y precedido de una gran campaña publicitaria, porque a quien conocemos, ¡Cómo le vamos a creer!”.

 

El evangelio también nos evidencia algunas contradicciones. Todos admiran la sabiduría nueva de Jesús, pero no se abren a ella. Más que aceptarle les interesa saber quién se la ha enseñado y de dónde saca todo ese saber. Se interesan más en conocer a sus maestros que unirse a lo que enseña. Para sus paisanos, Dios no puede manifestarse en el “hijo de un carpintero”. Su origen les estorba: ¿Qué se puede esperar de un carpintero cuya familia conocen? Por mucho que sea carpintero, pero no el Hijo de Dios. Para que ellos crean sería mejor que Jesús fuera un desconocido. Y no pudo hacer milagros, no porque no quisiese, sino “por la falta de fe”. “Vino a los suyos y los suyos no le reconocieron”. «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa».

 

En Jesús hay rasgos que nos desconciertan. Aquello que lo hace uno de nosotros, lo aleja de nosotros. Deslumbra su sabiduría, su autoridad y sus milagros, pero su humilde condición humana puede resultar un obstáculo para creer lo que dice y lo que hace. Él suscita admiración, pero en ellos no hay conversión. No ven en la encarnación el camino de Dios hacia los hombres. Este punto de vista – de poca fe, -termina siendo el mayor obstáculo para aceptarle, para creer y adherirse a él, contrario a aquella mujer que, por su gran fe, fue curada.

 

Desde pequeños afirmamos con certeza que conocemos a Dios, pero resulta que somos incapaces de reconocerlo en la cotidianidad. Lo buscamos lejos y resulta que está en el rostro de los más necesitados, “aquí y ahora”. “Con vosotros estoy y no me conocéis…”, “Tuve hambre…tuve sed… fui forastero…estaba enfermo y no me reconocisteis”. “…Tan cerca de mí, que hasta lo puedo tocar”. Esperamos algo extraordinario de Dios, pero olvidamos que él se coloca a nuestro lado en lo ordinario de la vida. Aparecer como “demasiado humano”, ha sido, para muchos, la primera dificultad para el acceso a la fe.

 

Hoy, Jesús también se lamenta de nuestra falta de fe, hasta el punto de no poder hacer ningún milagro en nosotros. Tal vez creemos en él, pero lo mantenemos lejos, en la esfera de lo divino para no implicarnos en su proyecto. No le damos credibilidad al Dios revelado en Jesús, el hijo del carpintero y de María. Conocernos demasiado quizá nos quita credibilidad; pero viene un extraño, sin ninguna novedad, y ahí sí, todos le aplaudimos.

 

Muchos quisiéramos un Dios llamativo, que haga milagros. Olvidamos que Dios quiere hacer milagros, pero se siente defraudado, porque nosotros le atamos las manos. Dios quiere hacer cosas grandes en nosotros, pero se lo impedimos porque no queremos creer en él. “Y donde no hay fe, Dios no tiene posibilidades”. Preguntemonos: ¿Qué resistencias le colocamos a Jesús, a la fe, a nuestro compromiso en la iglesia y a nuestra relación con él? ¿Qué nos falta para que Jesús realice cada día en nosotros el milagro de nuestra conversión? ¿Dónde lo buscamos, y dónde lo encontramos?

 

Aumentar nuestra fe, significa buscar a Dios no en las grandezas, sino en las cosas sencillas, donde nos habla y se nos revela. Cristiano es el que reconoce y acepta a Dios en la persona del pobre, del carpintero, como lo fue Jesús. Pidámosle que su cercanía no sea un estorbo para creer en él, sino más bien para unirnos a él y agradecerle su permanente presencia, traducida en los milagros cotidianos.

 

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Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía 

¡Dios lo Hace Todo Posible Para el Que Tiene Fe!

 

Saludo y bendición, queridos fieles de esta comunidad.

 

El relato del evangelio de hoy nos presenta a un hombre cuya hija se está muriendo. Este, se acerca a Jesús y, porque tiene fe en él, le ruega por ella. No deja de creer, incluso, luego que le anuncian que su hija ha muerto. También presenta a una mujer que padece una enfermedad que en aquella cultura la hacía impura y la marginaba de la comunidad. Esta mujer, aunque impura y marginada no se atreve a hablarle al Señor, pero tiene fe en que, con solo tocar el borde del manto del Señor quedará curada. En su corazón siente que Jesús no la rechazará como los demás hombres de la Ley; y aun sabiendo que gastó cuanto tenía sin logar la curación, sabe que en Jesús hay algo diferente: En los demás ve la ley, en él ve el amor.

 

Jesús realiza lo que no estaba permitido por la ley. Una mujer sin nombre, sin dinero, sin esperanza y con doce años de enfermedad, interrumpe el viaje de Jesús hacia la casa de un hombre socialmente importante, con nombre concreto “Jairo”, con dinero y una hija de doce años gravemente enferma. La mujer enferma sabe que sólo le queda Jesús. Tantos remedios, como los médicos han fracasado. El remedio verdadero será el amor del Señor y la fe de ella que la lleva a tocar el manto de Jesús. Y por la grandeza de su fe, Jesús la hace parte de su familia, diciéndole: "hija"; la reintegra a la sociedad, le devuelve su pureza y su dignidad. Unido al amor de Jesús, la fe de ella es el verdadero milagro y la que obra el milagro: “Hija, qué grande es tu fe”. “Hija, tu fe te ha curado”.

 

A diferencia de Jairo, identificado como "jefe de la sinagoga" y hombre importante en Cafarnaúm, esta mujer como que no es nadie. Sufre mucho física y moralmente y, sin embargo, se resiste a tener que vivir enferma. Está sola. Nadie le ayuda a acercarse a Jesús, pero ella sabrá encontrarse con él. No espera pasivamente a que Jesús. Todo lo impulsa su fe: lo buscará y superará los obstáculos. No se contentará con ver a Jesús de lejos. Busca un contacto más directo y personal. Actúa con determinación y, sin molestar a nadie, se acerca por detrás, entre la gente, y toca el manto del Señor. Gesto delicado que concreta y expresa su confianza total en Jesús. Su fe no la deja rendir. Y todo ha ocurrido en secreto, pero Jesús quiere que todos conozcan esta fe maravillosa, que se convierte en modelo de fe para quienes queramos seguir al Señor.

 

De otro lado, en la curación de la niña, - escena cargada de fuerza y de ternura -, Jesús, -Señor de la Vida-, levanta con su mano y con su voz a la niña ya fallecida. Su palabra no se dirige a un muerto, sino a crear de nuevo la vida. Su mano extendida tiene un profundo significado espiritual porque la ley de Moisés prohibía tocar cadáveres porque quedaba "contaminado". Aquí, la mano de Jesús al tocar a la niña, la limpia y la libera de las ataduras de la ley y de las sombras de la muerte. La escena termina de manera maravillosa. Jairo seguía creyendo que, aún muerta, su hija podría vivir. En fin de cuentas, es el Señor de la Vida quien está frente a ella. Y, mientras unos le anuncian que “su hija está muerta” y otros se rían de Jesús, él les dice: “No temas: basta que tengas fe”. Y la sana, la devuelve a la vida, se la devuelve a su padre y le ordena que le den de comer, como señal de que ha triunfado la vida.

 

La fe en el Señor nos abre a una visión nueva de la enfermedad y de la muerte. Ambas han sido vencidas por él. Y aunque ellas sobrevienen cada día, es para que aprendamos - como la mujer enferma y Jairo-, que la fe nos permite traspasar los umbrales de lo imposible. Que la fe no hace las cosas fáciles, las hace posibles. Que la fe no es un "seguro obligatorio" contra la enfermedad y la muerte, y que más bien, ofreciéndolas al Señor, las hará parte de él. En la medida en que dejemos a Cristo actuar y, si nuestra fe permanece en él, en esa medida podremos contemplar las maravillas del Señor. Con la mujer enferma y con la hija de Jairo, EL SEÑOR TODO LO HIZO BIEN....Pero gracias a la fe de cada uno.

 

¿Y nosotros qué? Los milagros no siempre dependen solo de Dios. Se requiere el aporte y soporte de nuestra fe. Cuando sentimos que Dios no nos ha hecho un milagro, la culpa no es de él; será por nuestra falta de fe. Nos falta abrir nuestros ojos a la fe, y no a los caprichos, para ver la cantidad de milagros que a diario Dios nos regala. Jesús le hace ver a la mujer enferma, que “no ha sido él quien la ha curado”, sino por la fe que ella aportó”. “Hija, tu fe te ha curado”.

 

El Señor que curó a la mujer enferma y le devolvió la vida a la niña, es el mismo Señor que se nos da como alimento en cada eucaristía, y que, en medio de tanto sufrimiento por el que pasamos, a diario nos susurra: «No temas; basta que tengas fe». Todo es posible para el que cree. Entonces será necesario que creamos más en él, pero también será necesario que creamos más en nosotros y ayudemos los demás.

 

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Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía 

“Señor, Sálvanos que Perecemos, y Aumenta Nuestra Fe”

 

Saludo y bendición, queridos fieles de esta comunidad.

 

El evangelio nos presenta a Jesús que, con su poder, calma la tempestad en medio de la tormenta. Dios no permitió que su divino Hijo naufragara en su misión. Y el Señor, que sostuvo a sus discípulos en la tempestad, lo hará con nosotros si nos aferremos a él.

 

La vida está llena de momentos buenos y momentos difíciles. Se puede llevar a Jesús a nuestro lado, pero desafortunadamente no confiamos lo suficiente en él. “Los discípulos tienen miedo porque se dan cuenta de que no pueden con todo ello, pero Él les abre el corazón a la valentía de la fe. Ante el hombre que grita: '¡ya no puedo más!', el Señor sale a su encuentro, le ofrece la roca de su amor, a la que cada uno puede agarrarse, seguro de que no se caerá. ¡Cuántas veces sentimos que ya no podemos más! Pero Él está a nuestro lado, con la mano tendida y el corazón abierto”. (Papa Francisco)

 

¿Quién no pasa por tormentas que amenazan con hundirnos? ¿Quién no tiene momentos en los que todo sale mal; en los que pareciera que no le importamos a nadie, y nadie se interesa por nosotros? ¿Quién no tiene momentos en los que no siente la presencia del Señor, o siente como si nos hubiera abandonado? Todos atravesamos momentos difíciles en la vida material y en la vida espiritual. ¡Y pensar que Jesús siempre está ahí a nuestro lado! Pero no tomamos conciencia de su presencia hasta que sentimos hundirnos. Es la pedagogía de Dios con nosotros. No nos quiere dar las cosas hechas, sino que seamos nosotros los que las afrontemos. Dios no es como esos padres que todo lo hacen ellos y son incapaces de enseñar a los hijos a luchar y a dar la cara a los problemas.

 

Y es precisamente en esos momentos de oscuridad y tormenta en donde descubrimos la verdad y la grandeza de Jesús: “Pero, ¿quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!” Lo cierto es que la presencia de Jesús nos dará siempre la más profunda calma en el alma. Nos ayuda a apaciguar tantos males y fuerzas oscuras que nos atacan. De ahí la urgencia de aferrarnos al Señor, de no dejarlo fuera de nuestras vidas. Habrá que darle el timón de nuestra barca y el mejor espacio en nuestro corazón. Con Jesús al timón, el miedo termina y, aunque vengan las tormentas y las tempestades, con él, nuestra vida está en sus manos y no nos hundiremos. No llegaremos a ningún puerto si no le permitimos que sea nuestro compañero de viaje. Él navega con nosotros y nosotros con él.

 

Calmando la tormenta, Jesús quiere enseñarnos que a mayor fe menos miedo. El miedo no nos viene por lo que nos pasa, sino por nuestra poca fe y por la falta de confianza en un Dios que nos cuida en las tormentas. El miedo hace que nos angustiamos, que perdamos la perspectiva y no pensemos con claridad la forma de enfrentar las dificultades desde la serenidad y la paz, fruto de la fe. Y la fe no es para que no luchemos. Es para lucharla, para avivarla, para fortalecerla. Y sólo la podremos fortalecer cuando la ejercitamos en la oración, en los sacramentos, en las obras de caridad.

 

 

Todos quisiéramos navegar en aguas mansas, porque en las turbulentas nos invade el miedo a fracasar. Pero es justamente en lo difícil en donde probamos la fe. Las tormentas son inevitables, pero al final, cuando las superamos, descubrimos que han probado y aumentado nuestra fe y nos han acercado más a Dios. El Espíritu Santo nos da la armadura de sus dones para arriesgarnos a lo nuevo, para no tener miedo, y encontrar paz en la tormenta.

 

Dejemos que la pregunta del Señor resuene una vez más: ¿Por qué somos tan cobardes? Jesús, aunque silencioso, siempre está presente marcando el rumbo, sosteniéndonos en la marcha, mostrándonos la meta y empujándonos hacia ella. Basta levantar la mirada, para darse cuenta que viene a nuestro encuentro en cada encrucijada del camino. Hay que lanzar hacia él nuestro grito y poner en él nuestra confianza para hallar la calma.

 

Ser cristiano, en estos tiempos, es algo extraordinario. Mantenerse firme en la fe y remar a contracorriente no está de moda. Son muchos los que han saltado de la barca del Señor buscando aguas más placenteras, y han terminado ahogados. ¿Cuál es nuestra actitud frente a las tormentas y dificultades? En la vida no todo será claro, hay que buscar la luz. No pretendamos solucionarlo todo de un día para otro, pero “tampoco dejemos para mañana lo que podemos solucionar hoy”. No esperemos a que el Señor lo haga todo. Trabajemos como si todo dependiera de nosotros, pero con la certeza que todo depende es de Dios. En lugar de decir: Señor, ¿es qué no te importo?”, coloquemos nuestros ojos en él, y confiando que él actuará, exclamemos: "Señor, Sálvanos que perecemos, porque solos no podemos".

 

A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.capillasantaanachia.org o del Facebook de la Capilla Santa Ana, les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo la buena nueva del Señor, donde quiera que se encuentren.

 

Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Virgen los proteja. Amén.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía 

 

Señor: que cuando sienta que me hundo, siga contando con tu presencia. Que cuando sienta que me falla el piso bajo mis pies, encuentre tus manos que se tienden hacia mí. Que cuando no vea nada…Tú sigas siendo mi luz. Amén.

“La Fuerza de la Semilla, está en su Interior: Dios en Nuestro Corazón”

 

Saludo y bendición, queridos fieles de esta comunidad.

 

El evangelio de hoy nos abre a la esperanza. De estas dos parábolas nos llega una enseñanza importante: el Reino de Dios requiere nuestra colaboración, pero es, sobre todo, iniciativa y don del Señor. Nuestra débil obra, aparentemente pequeña frente a la complejidad de los problemas del mundo, si se la sitúa en la obra de Dios no tiene miedo de las dificultades. La victoria del Señor es segura: su amor hará brotar y hará crecer cada semilla de bien presente en la tierra. Esto nos abre a la confianza y a la esperanza, a pesar de los dramas, las injusticias y los sufrimientos que encontramos. La semilla del bien y de la paz germina y se desarrolla, porque el amor misericordioso de Dios hace que madure". Papa Francisco

 

Jesús nos da a conocer el sorprendente contraste entre la pequeñez de los comienzos y la grandeza de los resultados. El proceso de maduración debe ser respetado, igual que el crecimiento en la aceptación del Reino de Dios. Llegará la alegría con la cosecha de los frutos en el momento adecuado. Hay que dejar crecer la acción de Dios en nuestra vida y eso tiene algo de misterioso y mucho de don y gracia. La semilla va germinando sin que el hombre vea como, ni pueda entrar en la entraña de ese crecimiento. “Lo esencial es invisible a los ojos. Sólo se ve con el corazón”, nos recuerda el principito. Sembrar el Evangelio no requiere de una fuerza espectacular, sino de algo tan sencillo y pequeño como sembrar "un grano de mostaza". Los frutos irán con certeza más allá de todas las expectativas.

 

Jean-Paul Sartre dijo “que el hombre no es más que lo que hace”. Y hoy Jesús nos dice que hay cosas que no dependen de nuestro esfuerzo y trabajo. Que no todo es trabajo, esfuerzo, fatiga y sudores. Que hay cosas que brotan y crecen sin que sepamos cómo, y lo hacen sin que nosotros hagamos nada, mientras dormimos. Y no es que las obras se construyan mientras nosotros dormimos; es obvio que hay que trabajar porque el que no trabaja que no coma. Más allá del trabajo la vida tiene una fuerza en sí misma que no depende de nosotros sino de Dios; como las semillas que sembramos crecen por su misma fuerza interna, aunque estemos dormidos. Dios mismo va creciendo dentro de nosotros, aunque no sepamos cómo.

 

Antes de esperar la siega, hay que preguntarnos cuánto hemos sembrado. Todo lo que se siembra, tarde o temprano brota. Las semillas no son fáciles de matar, o mueren renaciendo. Lo que siembran los padres en los hijos, quizá tardará, pero algún día florecerá, lo importante será sembrar en ellos buenas raíces. La pedagogía de Dios es la pedagogía de las semillas. Él siembra en nosotros semillas de verdad, de gracia, de tolerancia y de santidad que algún día brotarán. Y así el hombre duerma, Dios trabaja, porque su semilla tiene fuerza dentro de ella misma, y su presencia divina en nosotros, tiene su propio dinamismo. Cada mañana nos levantamos con el alma más empapada de gracia. Y aunque muchos parezcamos terreno árido, Dios nos va madurando y va trabajando en nosotros hasta hacerse grande. Siempre será más lo que Dios hace por nosotros, que lo que nosotros hacemos por él.

 

La cuestión es que, quizá trabajamos demasiado, pero “sembramos poco”. Lo importante es sembrar, lo importante son las semillas y la certeza que Dios nunca da los frutos maduros de manera anticipada. En la vida Dios lo da todo en pequeñas semillas que cada cual tiene que cultivar y hacer crecer. Nuestras vidas son campos sembrados de semillas. La vida se nos da en semilla. El amor de nuestros padres se nos ha ido dando en semillas. El Evangelio se nos da en semiillas que van creciendo. La gracia del Bautismo se nos ha dado en semilla. Dios mismo se nos da en semillas y Jesús se encarnó en semilla humana. Y la Palabra de Dios sembrada en nuestro corazón, sin que lo percibamos, va echando raíces, creciendo y madurando dentro de nosotros.

 

La fuerza del evangelio no está en lo espectacular sino en algo tan discreto y pequeño como "un grano de mostaza" que germina secretamente en el corazón. Aquello que se ve grande a nuestros ojos tiende a terminar en algo insignificante. Lo que tiene visos de espectacular, puede ir cargado de soberbia y obstruye los caminos por donde podía llegar la luz y la ayuda. Es la humildad la que nos abre el corazón al tamaño de las obras y los frutos de Dios.

 

Ojalá que cuando aclare la aurora cada día podamos tomar conciencia que la gracia de Dios ha crecido en nosotros y nuestras vidas son tallos crecidos de su gracia. Pidamos al Señor la fe del labrador al sembrar sus campos inicia con la bendición de Dios. Que anunciemos el Evangelio con la esperanza de saber que a lo que sembramos con esfuezo, Dios le da crecimiento. Que nos vayamos a descansar cada noche soñando campos cargados de trigales.

 

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Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Virgen los proteja. Amén.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía 

“Señor, Somos Tu Familia: ¡Ayúdanos a Vencer el Mal!”

 

Saludo y bendición, queridos fieles de esta comunidad.

 

El libro del génesis describe a Satanás engañando a Eva y trayendo calamidades sobre la raza humana. Llama la atención que Adán culpa a Eva y Eva culpa a la serpiente: “La serpiente me engañó”. La conciencia de la desnudez y la presencia cercana de Dios los delata en su pecado. Quien se opone a Dios, con su pecado pretende siempre escapar de esta auto-condenación echando la culpa a otro. El pecador no ve otra salida que acusar a otro como culpable de su situación. Pero más allá de las disculpas, Dios castigará a los tres.

 

El evangelio presenta a Jesús rodeado de tres grupos de personas: Un grupo lo forman “Los escribas que tratan de desacreditar las obras de Jesus” identificándolas como si fueran obra de satanás. A nosotros nos pasa lo mismo: ¡Qué fácil es reconoer y valorar nuestras obras, pero qué difícil es reconocer los méritos  las obras de los demás! ¡Cuánto nos cuesta aceptar los éxitos de otros! Estos escribas para apagar los triunfos de Jesus y evitar que le reconozcan sus éxitos, llegan incluso a difamar. No podemos construir nuestro monumento sobre los escombros de los demás; por el contrario, habrá que empeñárnos en reconocer la bondad de los demás. Eso nos valora y nos enaltece. Necesitamos cambiar. Comencemos por nosotros mismos. No esperemos a que los otros cambien. Alguien, -reflexionando sobre el calentamiento global- dijo una frase que nos ayuda: “Este calor me ha hecho reflexionar que no voy a sobrevivir en el infierno…Necesito cambiar”

 

Otro grupo es “La familia de Jesús que no lo entienden”. Estaban acostumbrados a verlo como una persona normal, ahora estan preocupados porque su nueva vida les parecía una locura, porque se mostraba disponible sobre todo con los enfermos y pecadores. Los parientes de Jesús quieren protegerlo, pero Él se resistió y dio vuelta al asunto ampliando el concepto de “familia”. La familia verdadera de Jesús es aquella que sabe escuchar la Palabra y hace la voluntad de Dios. “Todo el que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi madre”. Los lazos nacidos de la fe se vuelven más robustos que aquellos de la sangre.

 

Y el otro grupo es “La gente que no le deja tiempo ni para comer”, porque descubren en Jesús algo nuevo; alguien que, por fin, se preocupa por ellos, los atiende, los sana, los perdona y comparte con ellos su propia vida. La actitud de Jesús nos da una lección. Si nos ocupamos de los demás, ese será el mejor tiempo de nuestra vida.

 

Al grupo de los judios que le reprocha y le acusa, Jesús les da una sola respuesta: la obra que él está construyendo tiene el carácter de la unidad, que da el poder de Dios con la fuerza de su Espíritu Santo; les muestra así mismo la característica de una nueva comunidad espiritual que es superior y no puede confundirse con la comunidad terrenal. Una obra de Satanás, jamás podría mostrar la unidad de la obra divina que muestra Jesús. El diablo usa su poder para dividir e irse contra Dios. Por tanto, equiparar el Espíritu de Dios con Satanás, constituye la blasfemia y el pecado más imperdonable, porque es una abierta oposición a Dios, cuyo Espíritu divino obra en Jesús.

 

Jesús venció a satanás pero no podemos menospreciar el poder que tiene el demonio. Jesús habla de él como uno que es muy fuerte; uno que se mete en una casa y no hay quien lo saque; uno que quiere adueñarse de todo. El mal no se frena solo, requiere de uno "más fuerte," que es Cristo, que derrotó al demonio. No hemos nacido para la derrota sino para la victoria, y la fuerza para vencerlo reside únicamente en Dios, en nadie más. Desafortunadamente hay tantos que dicen llamarse cristianos y al mismo tiempo afirman ver por todas partes al demonio. Para ellos la tierra y este mundo son literalmente un infierno. Tal vez por hablar demasiado del demonio, termina creyéndose más en él, porque no se cree suficientemente en Dios. Otros exageran la acción del mal; son incapaces de reconocer las propias culpas,  quedándoles más fácil culpar a otros de sus propios errores, -como Adán a Eva, y Eva a la serpiente.

 

Lo cierto es que la batalla y la lucha contra el mal, - aunque a veces la perdamos porque somos débiles-, la podremos ganar mientras estemos del lado del más fuerte, el todopoderoso, en quien lo podemos todo. Al unirnos con el que es más fuerte, estamos recibiendo de Él la gracia que nos hace vencedores. En el Padrenuestro le pedimos siempre: "líbranos del mal (o del maligno)".  Acercándonos a la Eucaristía de manera digna, tenemos el modo más perfecto de dar entrada a Cristo, de ser habitados por él en cuerpo y alma. Cuando vamos a comulgar el sacerdote nos recuerda que vamos a recibir "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo". Esto nos marca el rumbo para ser dignos miembros de la verdadera familia de Jesús.

 

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Que Dios los bendiga y la Santísima Virgen los proteja. Amén.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía 

“Eucaristía: Dios con nosotros y nosotros con Dios”

 

Saludo y bendición, queridos fieles de esta comunidad.

 

Hoy celebramos la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor, el Corpus Christi. El sacramento por excelencia, presencia real del Señor en el sacramento de la eucaristía. Ya, desde niño, Jesús era como un pan divino que se ofrecía como alimento. Él nació en Belén que en Hebrero significa “casa del pan”. Dos días en el año acentúan el resplandor de la Eucaristía: el Jueves Santo, en el que se conmemora su institución, y la fiesta del Corpus Christi, centrada en el misterio de la presencia real del Señor en la Eucaristía.

 

La fiesta del Cuerpo y Sangre del Señor tiene mucho de Navidad. La noche del Jueves Santo, Jesús como que volvió a nacer, pero esta vez, no en un pesebre, sino en un pedazo de pan y en un poco de vino. Y también tiene mucho de Pascua, porque es el sacramento del Cuerpo entregado y la Sangre derramada en el misterio de la cruz y la experiencia de la resurrección.

 

La Eucaristía es el único sacramento que nos presenta a Cristo, vivo bajo las especies del Pan y el Vino. Desde aquel Jueves Santo, cada eucaristía es el sacramento de la común-unión; vínculo del amor fraterno y signo de unidad. Tiene valor redentor porque renueva su sacrificio en el altar, conmemorando los misterios de la redención, ya que en la última cena Jesús, pan de vida, quiso “quedarse a sí mismo” entre nosotros. Él es “el pan rodeado de discípulos, el pan “partido y entregado”, el “pan de vida”, y “El que coma de este pan vivirá eternamente”. Él mismo había dicho que “el grano que no muere, queda infecundo, pero si muere da mucho fruto”. Como las vidas que no mueren renunciando a sí mismas, terminan muriendo en su infecundidad. Lo que no se da se muere, y lo que se da se hace vida.

 

“Así como el pan es uno, nosotros, aunque seamos muchos, somos un solo cuerpo, porque participamos del mismo pan”. En cierto modo nos convertirnos en “cristianos eucaristía”, y Cristo nos asimila a él para que seamos “nuevos Cristos” que, al comulgar, nos dejamos habitar por él, para ser pan para los demás. No sólo alimenta nuestro cuerpo, sino también nos alimenta el alma con la eternidad. Si en la procesión del Corpus Christi Jesús va solemne por las calles, tendremos que llevar solemnemente a Jesús-Eucaristía en nuestro corazón y por los caminos de la vida, y poder dar sabor al mundo.

 

No podemos pedir al "Padre nuestro que nos dé el pan de cada día" sin pensar en aquellos que pasan dificultades. No podemos comulgar con Jesús sin hacernos más generosos y solidarios. Tampoco podremos desearnos la paz sin estar dispuestos a tender una mano a los necesitados. Se trata de parecernos al pan, que con paciencia se deja amasar, cocer y partir para alimentar a los menos favorecidos. Se requiere la humildad del pan para no figurar en la lista de los platos exquisitos, pero sabiendo que nunca puede faltar en ninguna mesa. Se requiere, como el pan, estar dispuestos hasta el sacrificio de dejarse fraccionar para alimentar a otros. Por esto, el Corpus Christi, es por excelencia la fiesta de la caridad eterna.

 

En la vida diaria Dios nos asegura el pan material. Ese pan que siempre está en la mesa de pobres y ricos, se fracciona y se desmigaja para alimentarnos. En él se saborean los esfuerzos y la entrega generosa de tantas manos anónimas, fruto de la tierra y del trabajo de los hombres. Pero con mayor razón necesitamos el pan que viene del cielo. Y Dios nos lo asegura cuando desciende hasta la mesa del altar en el alimento de la Eucaristía. Quienes nos alimentemos de él, tendremos que ir -junto con Él y por Él- a los innumerables altares del mundo donde se ofrecen con sacrificio, ilusiones y esperanzas.

 

Cada eucaristía nos impulsa a ser “el pan que come el otro; el pan que es entregado por el otro”. En el Sagrario Dios está con nosotros, en la comunión, Dios vive en nosotros. Cuando le visitamos en el sagrario, estamos viviendo con él y cuando comulgamos Él vive en nosotros. Al comulgar, debiéramos vernos como un don del uno para el otro. ¡Qué gran regalo y que gran misterio! ¡Qué milagro admirable: ¡que la boca del pobre pecador, se pueda comer a su propio dueño!

 

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Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Virgen los proteja.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía 

“Padre, Hijo y Espíritu Santo”  Creador,Intérprete y Director

 

Saludo y bendición a todos ustedes, fieles de esta comunidad.

 

Santigüémonos diciendo: “En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. Amén. Celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad, y es en el nombre del Padre (Creador), del Hijo (Redentor), y del Espíritu Santo (Santificador), que comenzamos la eucaristía, los sacramentos, las oraciones y actos de la Iglesia. Celebrar la Santísima Trinidad es celebrar la fiesta del “amor de Dios”; es celebrar su amor y celebrar nuestra fiesta por ser sus amados.

 

Al “persignarnos” hacemos una señal de la cruz en la frente, indicando al Padre, mente creadora de todo; otra en la boca, indicando al Hijo, Palabra eterna del Padre, y otra en el pecho, sobre el corazón, que simboliza al Espíritu Santo, amor del Padre y el Hijo. Reconocemos y confesamos la sublimidad del misterio del Dios-Amor y del hombre amado que extiende su amor. Es tal el amor y la unidad en las tres personas divinas que por ello hablamos de “Tres personas distintas y un sólo Dios verdadero”.

 

Quizá para nosotros, el misterio de la Trinidad nos quede difícil comprenderlo, pero Jesús lo hace fácil de entender. Él no habló teológicamente del misterio trinitario, pero sí habló de “Dios que es Padre, que es amor, y que Dios se revela en el Hijo, y se manifiesta en el amor del Espíritu Santo. Y con ello, nos está diciendo“que Dios es relación, es comunión, y es “comunicación”. Que Dios no es “soledad” encerrado en sí mismo, sino que se vive en relación, porque Dios es Palabra. Y aunque su realidad trasciende todo, se nos deja conocer de modo humano, porque en la encarnación, Cristo, Palabra eterna del Padre lo reveló.

 

Celebrar la Santísima Trinidad, enonces, más que un ejercicio teológico es celebrar a Dios, en quien cada Persona divina vive para la otra, no para sí misma. Nos estimula a vivir con y para los demás, y nunca en solitario. En el nuevo testamento, observamos que, cada una de las tres personas divinas no habla de sí, sino de la otra; no atrae la atención sobre sí, sino sobre la otra. El Padre, cuando habla en el evangelio lo hace siempre para revelar algo del Hijo. Jesús, a su vez, no hace sino hablar del Padre. El Espíritu Santo cuando llega al corazón de un creyente, nos enseña a decir «Abbà», Padre; nos enseña a decir primero: “en el nombre del Padre y del Hijo”, y él se deja nombrar de último.

 

De ahí que la imagen más bella de la Trinidad, es la “de Dios familia”. Él es familia y comunidad de amor, puesto que lleva en sí mismo paternidad, filiación y la esencia de ellas, que es el amor. Y en la familia humana pasa algo similar: el padre, antes de afirmar su autoridad, afirma la de la madre; la madre, antes de enseñar al niño a decir «mamá» le enseña a decir «papá». Si Dios es familia, las familias, - como imagen de la Trinidad, - han de ser su reflejo. Tanto en la Trinidad como en la familia, el amor lo dirige todo. Pensemos en Dios a través de la imagen de una familia reunida, imagen sagrada de la “Familia Trinitaria”, donde muchos hermanos comparten la vida, sentados a la mesa del padre, compartiendo todos, el mismo pan. La familia nos habla de un Dios comunión: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

 

Este misterio divino desde niños nos lo han enseñado nuestros padres. En el bautismo fuimos signados en nombre de la Santa Trinidad. Luego nos enseñaron a llamar a Dios “Padre nuestro”, y cuando nos santiguamos decimos: “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Desde que nos levantamos, al salir de casa, al regresar y al acostarnos, nos santiguamos en el nombre del “Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Entramos a la Iglesia y lo primero que hacemos es arrodillamos y nos santiguamos en el nombre del “Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. En las bendiciones escuchamos: Yo te bendigo “en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”. El sacerdote dice el agua diciendo: “Bendice, Señor, esta agua en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Hasta los futbolistas se santiguan a ver si marcan goles. Fijémonos que, sin darnos cuenta, todo lo comenzamos en el nombre de la Santa Trinidad.

 

Tenemos la certeza que la santísima Trinidad nos está signando siempre. Que nuestra vida está marcada y sellada en el amor de la santa Trinidad. Y al persignarnos, ¿porqué decimos?: Por la señal de la Santa Cruz (frente), de nuestros enemigos (boca), líbranos, Señor Dios nuestro (corazón)…” Porque desde la Cruz, Cristo nos salva (In hoc signum vincis). Al signarnos con la Cruz, reproducimos la huella, la firma y la señal con la cual Dios, en su divino Hijo, se nos ha revelado, nos ha amado y marcado.

 

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¡Feliz día Santísima trinidad! ¡Hoy es tu Día y también el nuestro! Que la santísima Trinidad nos acompañe en los viajes de esta vida y en el viaje a la eternidad, y que la Virgen María nos cubra con su manto. Amén.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía 

“Permaneced en Mi Amor. Las dos Ruedas del Amor”

 

Saludo y bendición a todos ustedes, fieles de esta comunidad.

 

Celebramos el último domingo de la pascua, antes de la Ascensión y Pentecostés. En este sexto domingo, el Señor nos abre de par en par las puertas de su corazón para unirnos a él con los lazos del amor divino. El evangelista nos invita a descubrir el amor divino para poder entender el amor humano. El amor de Cristo es fruto del amor del Padre, es muestra de plenitud, es causa de alegría. Su entrega y donación total son la prueba definitiva del amor. Y es a la luz de “ese amor divino” que tendremos que examinar el nuestro, para purificarlo de que lo limita y contamina.

 

Naturalmente, en el corazón de Jesús sólo encontramos amor, y es lo que constituye el misterio más profundo de Dios. Todo lo que ha hecho desde la creación hasta la redención es por amor. Todo lo que espera de nosotros como respuesta a su acción es amor, y sus palabras hoy resuenan: «Permaneced en mi amor». Pero el amor pide reciprocidad: es como un diálogo que nos hace corresponder con un amor creciente a su amor primero. Pensemos que el amor es como la vida y la respiración, que no podemos interrumpirla porque eso sería morir. Cuando dejamos de amar, nuestra alma agoniza y muere. El verdadero amor a Dios lo expresamos amándonos los unos a los otros, y no de cualquier manera sino al estilo del amor de Jesús, “amarnos como Él nos amó”. “Amar a Dios y al prójimo: las dos ruedas de la misma bicicleta”, donde una impulsa a la otra.

 

El amor de Jesús no es el que busca su placer, su «sentir», o su felicidad, sino el que busca la vida y la felicidad de aquellos a quienes se ama. Nada es más liberador que el amor; nada hace crecer tanto a los demás como el amor, nada es más fuerte que el amor. Y ese amor lo aprendemos del mismo Jesús que con su ejemplo nos enseña que «la medida del amor es amar sin medida». Aquí el amor es fruto de una unión, de «permanecer» unidos a él, como “la vid y los sarmientos”. Este amor implica una exigencia: “amar hasta el extremo”; de ser capaces de dar la vida para engendrar más vida, ya que hay más alegría en dar que en recibir. Ese es el «amor mayor», el que condujo a Jesús a aceptar la muerte. A ese amor somos invitados, a amar como él, movidos por una estrecha relación con el Padre y con el Hijo. Cuando el amor permanece, y se hace presente mutuamente entre los discípulos, es expresión visible de la estrecha unión de la “Vid y los sarmientos”.

 

San Agustín dice que todo se resume en el amor. «Sin el amor todas las otras buenas cualidades no sirven de nada. El amor, en efecto, conduce al hombre necesariamente a todas las otras virtudes que lo hacen bueno. La medida del amor, es el amar sin medida». ¿Nos atrevemos a amar como Jesús? Él en la cruz, nosotros en las pequeñas cruces de la fidelidad diaria. Jesús amó colgado de una cruz muy grande, nosotros podemos amar colgados de las pequeñas cruces diarias. “Dime con quién andas y te diré quién eres”. Caminar con Jesús significa tratar con la verdad.

 

En nuestro amado País, -tan necesitado de amor y de perdón-, este evangelio es una verdadera carta de navegación. Amar es darse, es servir, es hacer vivir en calidad de vida sencilla, porque quien ama se transforma por dentro y por fuera, y asimismo transforma todo su entorno. Es el momento de preguntarnos ¿Somos amigos de Jesús? Pues nos toca amar como él lo hizo: sin fisuras, sin intereses, sin límites, sin acepción de personas, sin recompensas, sin arrogancias ni protagonismos.

 

Hagámos de este evangelio la más bella rceta para la “alegría de vivir, y para levantar el ánimo de tantos desconsolados que han perdido el ánimo y el sentido en sus vidas”. ¿Alguien ofrece más? Para Jesús basta un solo mandamiento: “que nos amemos unos a otros”; pero eso sí, “como yo os he amado”. Nada de esos amores a flor de piel que se borran a la simple brisa. Sino que “yo te ame como él te amó:” que esté dispuesto a darlo todo por ti. Que tú “me ames como él me amó”: Que estés dispuesto a darlo todo por mí. Que tú y yo “amemos a todos como él los amó”: Que estemos dispuestos a darlo todo por los demás. Y lo lindo es que no dice que “le amemos a él, como él nos amó”, sino “que nos amemos nosotros, como él nos amó”.

 

Así pues, vayamos y pidamos al Señor que nos ayude a dar fruto, un fruto que permanezca.

Sólo así la tierra se transforma de valle de lágrimas en jardín de Dios”.

 

A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.capillasantaanachia.org o, a través del Facebook de la capilla Santa Ana, les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la Buena nueva del Señor, donde quiera que se encuentren.

 

Una feliz semana para todos. Que el Señor los bendiga y María Santísima los proteja. Amén.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía 

“El Buen Pastor da la Vida por sus Ovejas”

 

Saludo y bendición a todos ustedes, fieles de esta comunidad.

 

En este cuarto domingo de Pascua, celebramos a Cristo, el “Buen Pastor”. El evangelio nos describe las relaciones de Jesús – Pastor, con nosotros, su “rebaño”, y también nuestras relaciones con nuestro Pastor. Cristo se nos presenta como el buen pastor, como aquel que nos ama con las entrañas del mismo Padre celestial. Desde que el Hijo de Dios entró en el valle tenebroso, abrió para sus ovejas, un camino hacia el cielo. Él es la puerta del rebaño.

 

Jesús nos llama por nuestro nombre; sabe quiénes y cómo somos, y nos quiere a todos por igual. Nos deja claro que su rebaño no se limita al pueblo de Israel. Su amor no es solo por quienes intentamos seguirle. Su amor es universal y las puertas de su redil se abren para todos: “También tengo ovejas de otro rebaño”. Todos pueden conocer a Jesús, sentirse amados por él y ser también ovejas de su redil porque la Buena nueva la anunció para todos, y todos cabemos en su corazón de Pastor. “Él está atento a cada uno de nosotros, nos busca y nos ama, dirigiéndonos su Palabra, conociendo en profundidad nuestro corazón, nuestros deseos y nuestras esperanzas, como también nuestros errores y nuestras decepciones” (Papa Francisco)

 

La relación de Jesús con su Padre es el modelo de su relación con sus ovejas. Es relación de total intimidad y cercanía. No es una relación a control remoto, sino muy personalizada, porque se trata de su rebaño, de una comunidad de vida con él. Tiene conciencia plena de cercanía con sus ovejas y de íntima amistad con su Padre, tanto que se le puede llamar “Padre”. No puede haber una profunda sintonía entre el pueblo de Dios (ovejas) y sus pastores, sin comunión, cercanía, conocimiento y confianza mutua. Y conocer las ovejas va más allá del saber intelectual. Es un conocimiento de corazón porque nace del amor y de la libertad como lo hizo Jesús en profunda libertad y comunión con su Padre.

 

Jesús es “el buen Pastor”, porque: “defiende, conoce y ama” a sus ovejas. Y porque las conoce, y nosotros reconocemos su voz, somos una “comunidad de conocidos”, no de “desconocidos”. Él nos conoce como nadie más. Solo Él sabe qué hay en nuestro corazón, las intenciones, los sentimientos más escondidos. Sigue dando la vida por nosotros, nos toma sobre sus hombros, venda y cura nuestras heridas. Conoce nuestras fortalezas, nuestras debilidades y perdona nuestros pecados con la abundancia de su misericordia.

 

A través de los pastores, Cristo da su Palabra, reparte su gracia en los sacramentos y conduce al rebaño hacia el Reino. Él mismo se entrega como alimento en el sacramento de la Eucaristía, imparte la palabra de Dios, su enseñanza, y guía con solicitud a su pueblo. Los pastores sienten y hacen suyo el rebaño porque el ejercicio de su ministerio es un don que viene de Dios. Cuando se dan estas condiciones, las ovejas siguen su voz porque ven en el pastor un referente, un punto de apoyo. Confían plenamente en él porque su testimonio de vida es prueba de su compromiso de unión a Cristo supremo Pastor.

 

Como el pastor es educador de la comunidad, así, los padres de familia son educadores de sus hijos, y todos aquellos que, en nombre de Dios trabajan para que los demás descubran el valor de la fe y las entrañas del Pastor. Como el sacerdote entrega y coloca a sus fieles en los brazos de Cristo Pastor, igualmente es una bendición que los padres descubran en sus hijos sus anhelos más profundos y los impulsen a los brazos de Dios. Cuando los pastores del pueblo de Dios, los catequistas, los padres de familia, y los educadores en la fe, tienen una cercana relación con sus ovejas, será fácil oler a oveja, a entrañas de Dios. Entonces crece el amor entre todos, unidos en un solo rebaño y con un solo pastor.

 

Somos “ovejas” del Señor. Él “no nos ha comprado en una plaza de mercado”, como tampoco mata a sus ovejas para un banquete. Al contrario, “dio su propia vida para que nosotros vivamos”, y la sigue dando a través de tantos pastores que prolongan su amor y misericordia, porque lo importante es que muchos más conozcan las entrañas del Pastor. Desafortunadamente, cada día son más las personas que se salen del redil, abandonan los brazos del Pastor y prefieren transitar por senderos tortuosos que llevan a la perdición.

 

Nuestro testimonio y amor por Cristo Pastor, puede atraer más ovejas al redil. Ayudemos, entre todos, a distinguir la voz del Señor frente a tantas voces profanas que ofrecen vida fácil, sin sentido y en islas de soledad. Que los esposos, -por ejemplo- sean pastores de sus hijos, los abuelos de sus nietos, los profesores de sus alumnos. Que regresen los que se han alejado del amor de Dios. Que los hijos vuelvan a los brazos de sus padres, los esposos vuelvan al calor de sus hogares y que nuestros corazones vuelvan a los brazos de Dios.

 

La Iglesia necesita de pastores “al estilo de Jesús”. Hoy, día de la “Jornada de oración por las vocaciones”, oremos al Señor por este santo propósito:  “Señor, envía obreros a su mies”

 

A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.capillasantaanachia.org o, a través del Facebook de la capilla Santa Ana, les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la Buena nueva del Señor, donde quiera que se encuentren.

 

Una feliz semana para todos. Que el Señor los bendiga y María Santísima los proteja. Amén.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía

“Contemos las Maravillas que ha Hecho el Señor”

 

Saludo y bendición a todos ustedes, fieles de esta comunidad.

 

Hoy Jesús nos invita a no dudar. Quiere convencer a sus discípulos que está vivo. Quiere convencerlos de su nueva presencia. Ahora quiere convencerlos que no los ha abandonado, que sigue preocupado por ellos y sigue estando presente en medio de ellos, como siempre lo había estado, solo que ahora lo está de una manera nueva y distinta. Y que tienen que habituarse a esta nueva presencia que será la definitiva.

 

En la aparición de Jesús, Lucas comienza diciendo: Jesús encontró a los discípulos hablando de sus “experiencias con el resucitado”. “Contaban los discípulos lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan”. San Lucas relata que cuando lo ven, los discípulos se sobresaltan y asustados creían ver un espíritu. Es entonces cuando Jesús les hace una pregunta, que también es para nosotros: “¿Por qué os alarmáis? ¿por qué surgen dudas en vuestro interior?”

 

El Señor conoce a los discípulos y sabe que las certezas no bastan. Entonces les abrirá el entendimiento para que comprendan las escrituras y se den cuenta que su muerte tenía sentido y era paso obligado para la resurrección. No les basta la certeza que Jesús había muerto; ahora él mismo les explicará punto por punto cómo todo entraba en el designio de Dios. Les ayudará a asimilar el sentido de todo el acontecimiento, que culminará con la comprensión de la verdad plena del Cristo total.

 

El camino de la fe no es un camino de evidencias materiales, de pruebas palpables o de demostraciones científicas. Es un camino que se recorre con el corazón abierto a la revelación de Dios, presto para acoger la experiencia de Dios y de la vida nueva que él quiere ofrecer. Los discípulos – como nosotros también- comenzaron ese camino con dudas e inseguridades, pero la experiencia del encuentro con Cristo vivo, les dio la certeza de su resurrección. Y en todas las apariciones Jesús se identifica a través de su cuerpo glorioso, sobre todo, a través de sus llagas. La resurrección no esconde ni olvida el misterio de su muerte. “Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona”. El resucitado no dejará de ser “el crucificado”.

 

En tantos momentos difíciles y de oscuridad, tendremos que mirar las llegas de Jesús como signos de identidad. Sus manos, sus pies heridos y la mesa preparada, son manos y pies que ya no sangran en la cruz, sino que, por su resurrección, resplandecen gloriosos. En la Cruz, las llagas hablaban de dolor y de muerte. Ahora, resucitado, esas mismas llagas “anuncian amor, misericordia, perdón y vida”. Ahora, resucitado, el Señor nos dice: “Mirad mis manos y mis pies”. Lo que nos identifica como creyentes resucitados, - más que los argumentos racionales, han de ser unas manos que partan y compartan el pan, y unos pies gastados por los demás. “Más vale una llaga en tus manos que mil explicaciones sobre el amor”.

 

Una gran lección para todos nosotros: cuando miramos las llagas de tantos crucificados, en ellos vemos a los grandes testigos de la identidad de Jesús. El crucificado apunta siempre al resucitado. Y el resucitado apunta y recuerda siempre al crucificado. Solo se abrazará a Cristo glorificado si lo abrazamos crucificado. Y coo le pasó a Tomás, necesitaremos “de una comunidad de hermanos”, para identificarlo resucitado. Él mismo lo dijo: “donde dos o tres están reunidos en mi nombre en medio de ellos estoy yo”.

 

Y es que la fe, aunque no elimina las dudas, fundamenta toda nuestra vida y por eso, no siempre es clara y tiene mucho de oscuro. No obstante, hoy, también el mismo Señor se aparece en nuestra casa y nos dice: “Paz a ustedes”. Nos transmite una alegría tan grande que, por esta alegría, de pronto, no alcanzamos a creer”. Y también el Señor nos pedirá algo de comer y, seguro que le daremos algo que primero pasará por la boca del pobre y del que tiene hambre.

 

Si nos preguntamos: ¿Hemos visto resucitar al Señor? La respuesta es no. Pero él se nos aparece, y lo vemos. La Pascua es aparición. La Pascua es “encuentro”. “Lo hemos visto”. “Se nos apareció”. “Comió con nosotros”. Ciertamente no somos testigos del “momento de su resurrección” pero somos “testigos de que está resucitado”. Se “nos ha aparecido”. “Lo hemos visto”. Y esto es lo que anunciamos. Más que “teólogos de la resurrección, somos sus testigos, y presencia viva de su resurrección”.

 

Dejad que el grano se muera y venga el tiempo oportuno: dará cien granos por uno la espiga de primavera. Mirad que es dulce la espera cuando los signos son ciertos; tened los ojos abiertos y el corazón consolado: si Cristo ha resucitado. ¡Resucitarán los muertos!  Amén.

 

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Que el Señor nos bendiga y tenga misericordia de todos nosotros. Que María Santísima nos proteja. Amén.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía 

“En la Muerte del Grano de Trigo, ya Despunta la Gloria de su Espiga”

 

Saludo y bendición a todos los fieles de esta comunidad.

 

Hemos llegado al último domingo de cuaresma. Y el Evangelio nos presenta el anuncio

que Jesús hace de su muerte como centro de su vida, de su revelación y de llamada a todos. Jesús interpreta su propia muerte como el grano que muere para dar mucho fruto: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo, pero si muere dará mucho fruto”.

 

A la luz del grano que muere para dar fruto, nos habla de su muerte inminente y, que gracias ella, atraerá a todos hacia él. Va tocando a su fin su vida pública; siente que el paso por la muerte es un trago difícil y le crea angustia. Será como el grano sembrado que termina dando fruto. Jesús, no ve su muerte como un fracaso sino como una glorificación. “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre”. Su muerte será el lugar de cita y de encuentro de aquellos que quieran verle, conocerle y amarle de verdad.

 

Jesús anuncia su destino. El mismo para quienes lo sigamos. "Ha llegado la hora" de hacer la voluntad del Padre: caer en tierra, morir, dar fruto y resucitar. Caer en tierra es algo transitorio pero los frutos son para todos y para siempre. La hora de Jesús, hora de miedo y angustia, es la hora de glorificar al Padre. No pide al Padre que le evite ese trago amargo de la cruz. Esa hora es su destino y para eso ha venido: ser grano que muere y que el Espíritu podrá recolectar su cosecha. Su muerte no es simplemente un morir, sino un morir para vivir, para resucitar. Un morir doloroso, pero fecundo que se manifestará plenamente cuando “cuelgue de la Cruz”.

 

Cuando el grano está muriendo, comienza a despuntar la gloría de la espiga. Cada cruz, unida a la de Cristo y asumida desde la luz de la pascua, es luz y victoria anticipadas. La única manera de no perder la vida es dándola a través del sacrificio, del servicio y la entrega. El que sufrió en la Cruz, fue Jesús, no fuimos nosotros. De ahí que la Cruz es donde mejor reconocemos e identificamos la plena verdad del Padre y del Hijo. Anunciar al crucificado no es para invitar al sufrimiento, sino para reconocer que así es como ama Dios: hasta entregar a su Hijo a la muerte por nuestra salvación.  “Nadie tiene amor mayor que el que da la vida por sus amigos”.

 

La muerte en Cruz es la hora del amor y del amar «hasta el extremo», es decir, hasta la entrega suprema que corona toda la vida del Señor. “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”. En la cruz, Cristo tiene su trono, y el lugar de la revelación del amor del Padre. Ahora, la muerte, como consecuencia de la cruz, es asumida por Jesús, según los valores que ella encierra: es el antídoto contra la muerte, pues sólo muriendo, vence muerte y se adquiere la vida que no muere,“ Y muerto el que es la Vida, triunfante se levanta”, y nos da la vida eterna.

 

El grano de trigo, consumiéndose, se va tornando en vida, como las velas que, mientras van iluminando se van gastando y consumiendo. Así, dar la vida, gastándola y consumiéndola en el servicio a los demás, es ganar otra vida mejor. Toda vida es anuncio a la muerte, y toda muerte es preludio de la vida más clara y mejor. Todos nos resistimos a la muerte y quizá a la cruz. Dios no quiere la muerte del pecador, sino la vida, y Jesús pasó por la Cruz, hizo escala en ella, pero no se quedó en la muerte, sino que abrió el portal a la resurrección.

 

El misterio del grano de trigo que muere para dar vida, es el misterio del verdadero amor. No es amarnos los unos a los otros lo que hace perfecto el amor. Es dirigir, todos, la mirada en la misma dirección: a la Cruz, donde está el máximo y perfecto amor por nosotros. La cruz nos descubre el hermoso ARTE que tiene Dios en Jesús: Él siempre busca Am-ARTE, perdón-ARTE, san-ARTE, salv-ARTE, ayud-ARTE, consol-ARTE, y jamás desampar-ARTE. Ese es el misterio de la Cruz. Aquello mismo que pareciera ocultar, lo pone de manifiesto. Aquello mismo que opaca y apaga la muerte, termina siendo luz que brilla, ilumina y manifiesta la verdad de Jesús y la verdad de Dios. Lo precioso de la inmortalidad, es que, aunque duela enfrentar la muerte, hay que morir para alcanzarla.

 

Nos recuerda el Papa Francisco: “La Cruz es el misterio, es el misterio del amor de Dios que se humilla a sí mismo, se hace «nada», se hace pecado. ¿Dónde está tu pecado? "No lo sé, tengo tantos aquí". No, tu pecado está allí, en la Cruz. Ve a buscarlo ahí, en las llagas del Señor; tu pecado será curado, tus llagas serán curadas, tu pecado será perdonado”.

 

Que el tiempo que nos queda de esta cuaresma nos lleve cada uno, a cada familia, a nuestro país y a la sociedad, al deseo de querer ver a Jesús, de querer ver a Dios. Ya comienzan a amanecer las luces de la Pascua…¡Y ahí nos veremos todos!

 

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Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Santísima Virgen los proteja y acompañe en el camino hacia la Pascua. Amén.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía 

“Oh Cruz Te Adoramos…de Ti Viene la Vida y la Salvación”

 

Saludo y bendición a todos los fieles de esta comunidad

 

Este cuarto domingo de cuaresma, o domingo de “laetare”, nos trae la alegre noticia del amor de Dios por nosotros. Nos habla de su infinito amor, y en medio de un mundo cargado de sufrimientos, nos alumbra con la certeza de saber “cuánto nos ama”.

 

El evangelio nos refiere que, quienes eran mordidos por la serpiente, al mirar el estandarte, quedaban curados. Dios no elimina las serpientes, pero a los que son mordidos por ellas, les da el antídoto de la misma serpiente. En Jesús, prueba máxima del amor de Dios, tenemos el antídoto contra los ataques del demonio. "Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todo el que crea en él, tenga vida eterna".

 

Cuando hablamos de la Cruz todos sentimos como si fuese una invitación al dolor y al sufrimiento. La Cruz nos habla del sufrimiento de Jesús, no del nuestro. Nos habla de cuánto es capaz de amarnos Dios, “hasta entregar a su Hijo único.” Dios no es un Dios de dolor o de miedo, sino un Dios de amor, y si él se nos dio por amor, será por amor a él que podemos ofrecer nuestras pequeñas cruces. Si él nos salvó en, y a través de la cruz, también, en aras de nuestra propia salvación, será en y con nuestra cruz, unida a la del Señor, que obtendremos la salvación.

 

La gran revelación del evangelio no es que “el hombre ha pecado”, sino que “Dios nos ha amado” con el pecado y sin el pecado. Porque el hombre necesita del amor, necesita ser amado, y todos necesitamos del amor. Aunque, ciertamente, su amor resplandece más “siendo pecadores”, porque significa ser indignos de su amor, y justamente es ahí donde, a pesar del pecado, se revela mejor la “gratuidad de su amor”. El amor de Dios en su divino Hijo, es la gran luz que ilumina todo el Evangelio. Y cegarnos a la luz de su amor y no querer vernos amados, constituye la causa de la condenación. Cuando no queremos ver el amor, es porque ese amor es el que ilumina la verdad de nuestras vidas.

 

Dios “no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él”. Desde entonces el misterio del crucificado se nos presenta como el criterio de salvación o riesgo de condenación: ¨Creer o no creer en Él¨. Quien cree, se abre a la luz. Quien no cree, se sumerge en la tiniebla. Podemos aceptar o no su propuesta de amor. El Señor nos advierte, y de nosotros depende: “Todo el que obra mal detesta la luz…En cambio, el que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios”.

 

Aunque desde niños hemos sentido la cercanía y compañía de la cruz, talvez no hemos aprendido a mirar, con ojos de fe, el rostro del crucificado como la única luz que puede iluminarnos en los momentos difíciles. “Si Dios amó tanto al mundo que entregó a su único Hijo”, ¿qué he hecho, qué hago y qué haré por él? Si «la Luz ya ha venido al mundo», ¿Por qué rechazamos la luz que viene del Crucificado? «El que obra mal... no se acerca a la luz para no verse acusado por sus obras» y, al contrario, «el que realiza la verdad, se acerca a la luz», no huye a la oscuridad, porque no tiene nada que ocultar, y al mirar al Crucificado, le permite vivir en la luz que brota de su cruz.

 

Levantado en la cruz, nos urge a mirar a quien dio la vida por nosotros. Levantemos nuestra mirada a Cristo que pende en la cruz. El que mira y cree en el Hijo, ve y cree en el Padre y tiene ya la vida eterna. Levantado en lo alto es el nuevo templo y el antídoto contra el pecado. Levantado en la cruz, es la puerta de la vida; es el que nos mira y nos presta sus ojos para mirarnos y sabernos redimidos y amados. Solamente levantado en la cruz, será también glorificado y se sentará victorioso a la derecha del Padre.

 

Nadie puede quedar indiferente ni actuar igual después de contemplar a Cristo crucificado. Él quiere que veamos “su dolor en la Cruz”, no para decirnos que “sigamos aguantando”, sino para decirnos “que así nos ama él”. Un Cristo sin cruz no tiene sentido, sería como pensar en una vida sin sufrimiento. Un Jesús sin cruz no es el Jesús del Evangelio. Para entender la magnitud de su amor por nosotros, será preciso colocarnos de rodillas ante su Cruz y dejarnos purificar y amar por Dios. Solo así nuestra cita será en la mañana de pascua, pero pasando primero por la cruz.

 

Aunque para muchos la cruz sea un estorbo que hay que evitar o disimular a toda costa, o para otros algo amargo que hay que suavizar y convertirla en un elemento de utilería liviana, no desvirtuemos el significado y el poder de la cruz. En esta cuaresma tenemos la tarea de abrirle al Señor la puerta de nuestra vida, acoger su amor gratuito, y acercarnos a su luz en aras de la vida eterna.

 

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través del Facebook de la capilla Santa Ana, les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la Buena nueva del Señor, donde quiera que se encuentren.

 

Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Santísima Virgen los proteja y acompañe en el camino hacia la Pascua. Amén.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía 

“Autoridad, al Estilo de Jesús”

 

   Saludo cordial a todos ustedes, discípulos y misioneros de esta comunidad de Santa Ana.

 

   Evangelio de San Marcos anota que, en la sinagoga, - lugar de oración y enseñanza-, Jesús encontró a «un hombre que tenía un espíritu inmundo», el cual le hacía gritar: «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno?». Durante su vida pública Jesús se cruza con muchos poseídos por el demonio, porque el espíritu del mal puede apoderarse de alguien.

 

   Resulta aterrador ver los estragos que provoca el demonio en este hombre: lo retuerce, convulsiona, le desfigura el rostro, emite gemidos tenebrosos, maldice e insulta. Llama la atención que en la sinagoga se explica la ley, pero se olvidan del pobre hombre. En la sinagoga nadie parece dar importancia a este hombre privado de su libertad y esclavo del espíritu inmundo. Jesús aprovecha el espacio de la sinagoga para enseñar. Tan pronto ve a Jesús, el espíritu inmundo se siente perturbado e inquieto: Y en plena sinagoga y en pleno sábado – como indicando que la nueva ley del amor ha llegado-, Jesús lo sana y le devuelve la libertad.

 

   La palabra “autoridad” viene del latín "auctor": autor, origen. Dios es el único que tiene autoridad sobre los hombres, porque es autor, origen y dueño de nuestra existencia. Y Jesús, por quien todo fue hecho, tiene la plena autoridad de Dios, porque él es Dios. Es por eso que Jesús puede mandar a los demonios, los cuales han usado su libertad para oponerse a Dios. La primera y última palabra sobre nosotros la tiene Dios porque nos creó y, como criaturas suyas, el espacio de nuestra alma, es sólo para él. Jesús puede decirle al demonio: “Deja mi criatura en paz”, "Cállate y sal de él". Valemos más que la ley. Valemos más que la “sinagoga”. Valemos más que “el sábado”.

 

   Cristo no solamente es autoridad, sino que tenía autoridad. Como Dios, es la suprema autoridad, y como Hombre-Dios, por su conducta y por su ejemplo, se mostraba digno de ser obedecido. Esa autoridad divina, pasa por el Señor, y Dios la ha delegado a muchas personas que traducen y prolongan la autoridad de Dios. Sin embargo, ellos no cumplirán con su deber, sino en la medida en que respeten la dignidad del ser humano, y trabajen para lograr su plena realización.

 

   Para tener y saber ejercer autoridad se requieren tres cosas: La verdad. Como Verdad, Cristo nunca engañó a nadie. Luego, el ejemplo. Cristo practicó siempre lo que predicaba, y condenó duramente a los fariseos que decían una cosa y practicaban otra. Por último, el servicio, porque la verdadera autoridad está siempre atenta al servicio del hombre y de la comunidad. ¿Nos hemos preguntado alguna vez si ejercemos la autoridad con la verdad, la respaldamos con el ejemplo y la vivimos como un servicio a los demás? Recordemos que Cristo no vino a ser servido sino a servir.

 

   Es fácil dejar entrar los malos espíritus en nuestro corazón, lo difícil es echarlos fuera. Tal vez no los identificamos como "espíritus inmundos", pero si nos van atrapando esos poderes que están fuera de nuestro control. La experiencia de cada uno nos lo dice cada día: ¿Tenemos el mal espíritu del orgullo, la soberbia y la arrogancia? ¡Qué difícil regresar a la humildad, a la nobleza y a la sencillez! ¿Qué fácil es dejar el mal espíritu de la droga, y luego cuánto hay que gastar para una terapia de desintoxicación! - ¿Dejamos entrar el mal espíritu de la infidelidad, y cuántos argumentos y cuántas razones aducimos para justificarnos! Tenemos ese mal espíritu de la murmuración y el chisme, y todos salimos con el cuento de que no lo hacemos por mala voluntad”. Tenemos ese mal espíritu de ser amargados y amargar a los demás, y decimos que ese es nuestro carácter, que “yo soy así”. Muchos tenemos ese mal espíritu de la ludopatía, para pasar el tiempo, porque en mi casa y en mi familia me siento aburrido.

 

   El espíritu inmundo “se resiste a salir”. Y Jesús debió increparle “cállate y sal de él”. Todos los malos espíritus retuercen y lastiman el alma antes de echarlos fuera, porque no quieren salir. Aquel endemoniado de Cafarnaúm confesaba a gritos el poder de Jesús y le llamaba: el Santo de Dios. También nosotros un buen día llegaremos a entender aquella frase de la liturgia: «Porque sólo Tú eres Santo» Todos, aunque nos presentemos en público cómo perfectos, tenemos dentro muchas fuerzas negativas, padecemos muchos demonios.

 

   Aquel hombre, que un día de sábado se asoma a la sinagoga, para encontrarse con el profeta de Nazaret, nos señala un camino. Recordemos que todo encuentro con Dios, el único Santo, nos cambia de rumbo. No obstante, debemos estar alerta, porque hoy también, aunque de otras maneras, nos dominan espíritus inmundos que se revisten de formas decentes, aceptadas por la sociedad, incluso, con cierta apariencia de cristianismo.

 

   Pidamos al Señor, fuente de todo poder y autoridad, que podamos proclamar palabras poderosas de Dios a los demás, y que, unidos siempre a él, con su fuerza, venzamos el mal a fuerza de bien.

 

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   Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Santísima Virgen los proteja y acompañe. Amén.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía 

Saludo Solemnidad Epifanía del Señor,

7° Enero 2024, Ciclo B

“Luz Para Alumbrar a las Naciones…”

 

   Saludo cordial y bendición a todos ustedes, discípulos y misioneros de esta comunidad de Santa Ana

 

   La Epifanía celebra la aparición en el mundo de Cristo, Luz divina con la que Dios salió al encuentro de la débil luz de la razón humana. Así, en la Solemnidad de hoy, se propone la íntima relación que existe entre la razón y la fe, las dos alas de que dispone el espíritu humano para elevarse hacia la contemplación de la verdad.

 

   La Solemnidad de la Epifanía es la fiesta de la luz que ha brillado en medio de las tinieblas del mundo para que todos pudieran encontrar al Salvador, nacido de María. Los Magos son de lejos y, no obstante, son los primeros en ver sus señales; son de lejos y en el camino quedan a oscuras y sin camino; se sienten perdidos pero sus dudas y oscuridades no los echan atrás.

 

   Preguntan a quienes deben saberlo, pero ellos no lo saben. Parece extraño que los que estaban cerca no se enteraron, ni supieron nada del Niño, ni de la estrella. Solo sabían por los libros dónde sería el nacimiento, pero no se enteraron que ya tuvo lugar. Los tres personajes de lejos han sentido la necesidad de “buscar” al que otros también esperaban, pero que se olvidaron de buscar. Era la búsqueda del corazón. Y era la búsqueda a través de los signos. Todo parecía que iba a ser muy fácil, pero es sólo cuando ya estaban a punto de llegar, que el camino se pierde porque se pierde la señal.

 

   Dios se manifiesta siempre a todos, aunque sólo le descubre el que le busca con empeño. Aquellos Magos son figura de todos los hombres y mujeres de la historia que buscan respuestas a tantos interrogantes que la vida nos presenta. Ellos encontraron la respuesta allí donde menos esperaban: en un niño pobre y humilde recostado en un pesebre. Los magos estuvieron abiertos a la llamada de Dios, supieron distinguir los signos de los tiempos, vigilaron y escucharon.

 

   Fueron hombres de oración capaces de entender la voz del cielo y la propia voz del corazón; siguieron la estrella, fueron capaces de dejar su tierra, y rebosantes de esperanza dejan todo por seguir la llamada. La Epifanía nos habla, entonces, de los que van cansados del camino; de los que persisten en la búsqueda del Señor más allá de cualquier desilusión, porque intuyen que, al final, él siempre se revela y se manifiesta a quienes lo buscan, aunque vengan de lejos.

 

   No siempre un camino es el mismo de ida y de regreso. Los magos sintieron la necesidad de “buscar” otro camino, entonces ya no es el camino que va al encuentro, sino el camino de haber encontrado. Ahora es el mismo Dios quien se hace camino. Un camino que ya no depende de una estrella, sino el camino de quien ha llegado y ha dejado que Dios se haga luz en su corazón.

 

   No se puede encontrar a Dios y seguir igual. Cuando uno se ha contagiado de Dios, la vida ya no es la misma. Cuando uno ha visto a Dios, aunque sea en la pobreza de un pesebre, los ojos ya no ven lo mismo. Cuando uno ha sentido a Dios en su corazón, la vida se llena de caminos y todos son caminos de Dios.

 

   Dios siempre es sorpresa. Buscaban a un rey y se encuentran con un niño pobre, porque sólo desde la humildad se puede reconocer al Mesías en un niño. La humildad nos dispone siempre para descubrir todas las humildes manifestaciones de Dios, sea en nosotros mismos, sea en los demás. Dios se manifiesta a los que tienen corazón de niño, a los que son capaces de saber aceptar el «otro camino» y estar siempre disponibles, humildes y confiados.

 

   El encuentro con Cristo debe determinar un cambio, una permuta de costumbres. Nadie que se haya encontrado realmente con Dios puede andar los mismos caminos del pasado y del pecado. Cambiando la vida, cambia la vía. No podemos volver a casa por el mismo camino que hemos venido, es decir, exactamente como estábamos antes de venir a la iglesia.

 

   Si la estrella aparecida a los magos, fue como una “espléndida lengua del cielo” que narraba la gloria de Dios, ahora será por el evangelio que nosotros seamos conducidos a adorar a Cristo, por la verdad que resplandece en él, y seguirá llamando hacia él a los hombres de toda la tierra. Nos falta solamente testimoniarlo, transitando los caminos del Señor.

 

   La Epifanía nos invita a estar ¡Atentos a los signos de Dios!: Ver la estrella y seguirla, abandonarlo todo y compartir, superar las dudas y buscar, tener la capacidad de cambio y renovación, descubrir a Dios en todo y confiar siempre en él, han de ser las actitudes del creyente. Pidámosle al Señor que los Magos de Oriente nos dejen de regalo su apertura de corazón para encontrarnos con Dios, que desde Belén sigue caminando por nuestros caminos.

 

   Como los magos adoraron al Niño “en la casa”, en las rodillas de la Madre, también nosotros lo adoraremos en la Eucaristía, en Espíritu y verdad, y en lo profundo de nuestro corazón. Entreguémosle como regalo al Señor, nuestro pobre corazón, para que, con la luz de su divino Espíritu, podamos descubrir que Él es el mejor regalo que Dios se dignó ofrecernos para nuestra salvación.

 

   A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.capillasantaanachia.org y por el Facebook de la capilla, les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la Buena nueva del Señor, donde quiera que se encuentren.

 

   Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Santísima Virgen los proteja y acompañe en este nuevo año. Amén.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía  

Saludo Solemnidad Santa María Madre de Dios

Enero 2024, Ciclo B

“Bajo Tu Amparo Nos Acogemos, ¡Santa Madre de Dios!”

 

   Saludo y bendición en el año nuevo 2.024 a todos los fieles de esta comunidad.

 

   Y comenzamos el nuevo año 2024 celebrando a Dios naciendo de mujer, a Dios haciéndose hijo de mujer. Celebramos a la mujer haciéndose madre de Dios y dándole vida humana a Dios. La Iglesia coloca todo el énfasis en María la Madre de Dios, con la convicción que, los proyectos, la vida, la Iglesia y la historia, puestos en las manos de la Madre de Dios, tendrán el amparo del altísimo.

 

   Por donde quiera que se le mire, aparece el amor y la humildad de Dios rebajándose a la condición de “hijo de mujer”. Celebramos la humilde grandeza de la mujer, “convertida en Madre de Dios”. En la maternidad divina de María, aparece un Dios sin grandezas; un Dios que quiere acercarse tanto a nosotros, que en el vientre de María asume nuestra misma condición humana. Nueve meses esperando y creciendo en su vientre maternal. Nacido como niño en la pobreza de un portal.

 

   Referirnos a nuestras madres puede ayudarnos a entender tan soberano misterio. Así como nuestra madre no formó nuestras almas, sino que solo formó nuestros cuerpos -y sin embargo son plenamente nuestras madres-, así María, que formó el cuerpo de Jesús, es plenamente Madre Dios. Esta sorprendente realidad que repetimos cada vez que rezamos el Ave María, fue la que avistaron los pastores que corrieron al pesebre: Dios hecho hombre, su santísima Madre y su padre adoptivo.

 

   Bien lo afirmó el papa Pío XII en un famoso discurso dedicado a las madres: “La madre, es el "sol de la casa", porque como el sol, la madre aporta "calor" al hogar con su cariño y su dulzura; como el sol, la madre ilumina los "ángulos oscuros" de la vida hogareña cotidiana; como el sol, la madre anima, suscita, regula y ordena la actividad de los miembros de la familia; como el sol, en el atardecer, la madre se oculta para que comiencen a brillar en la vida de los hijos otras luces, otras estrellas. La Virgen María fue el "sol" de la casa de Nazaret para su hijo Jesús y para su esposo José. En María encuentra toda esposa y madre un modelo que imitar y un camino que seguir.

 

   La presencia de María, al inicio del año, es una propuesta para comenzar todo desde Dios; nos refuerza el presente con la presencia maternal de Dios, e ilumina cada momento con la fuerza del misterio que se vive. María es la única mujer capaz de ocupar el único y exclusivo puesto de nuestras madres, porque ellas también son hijas de tan majestuosa pastora y saben que bajo su protección y amparo descansan y colocan a sus hijos, y por haber llevado a su Hijo en sus entrañas, ella tiene un celestial don que siempre que la contemplamos nos inspira limpios sentimientos y nos eleva al cielo sin partir de este mundo.

 

   El hecho de comenzar el nuevo año en presencia del Señor bajo el amparo y protección de María Santísima, es la clave para transitar todo el año, por el mejor camino hacia el encuentro con Dios, como ella, fue el santuario privilegiado del encuentro de Dios con la humanidad. Como dice el Papa Francisco: “¡La aclamación Santa Madre de Dios! Es la proclamación gozosa del Pueblo santo de Dios. Dios tiene una Madre y de ese modo se ha vinculado para siempre con nuestra humanidad, como un hijo con su madre”. A esa mujer, le rezamos cada día: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”. Y le decimos con gozo: “Dios te salve María, llena eres de gracia. La bendita entre las mujeres”; Y no será más grande decirle: ¿Santa María, Madre de Dios?”

 

   El año, que se abre bajo el signo de la Madre de Dios y nuestra, nos dice que la llave de la esperanza es María, y la antífona de la esperanza es la invocación Santa Madre de Dios”. Que la Madre de Dios “sea la mejor bendición de Dios a esta tierra, en este nuevo año”. (Papa Francisco). Invoquémosla al comenzar este nuevo año, y pidámosle que nos proteja cada día, y que nos ayude a descubrir y profundizar más y más la grandeza de ser hijos de Dios.

 

   Que los proyectos, objetivos y esperanzas para este año que empieza, estén bendecidos por la mano de Dios, el amparo de la Santísima Virgen, y el mejor esfuerzo de cada uno de nosotros.

 

   Junto a Monseñor Héctor Cubillos, Obispo de la Diócesis de Zipaquirá, les impartimos de todo corazón nuestra bendición, y a todos les deseamos un ¡Feliz Año Nuevo 2.024!


“Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios; No desatiendas nuestras súplicas en nuestras necesidades, Antes bien, líbranos de todo peligro, Virgen gloriosa y bendita".

 

   A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.santaanachia.org o a través del Facebook de la capilla, les envío mi bendición. Que el todopoderoso los bendiga y los guarde durante este nuevo año, y que la sagrada familia reine en sus hogares, los proteja y los santifique. Amén.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía  

“Jesús, José y María, Sed la Salvación Mía”

 

Saludo y bendición a todos los fieles de esta comunidad.

 

   Seguimos celebrando la navidad, y hoy, adentrándonos en el portal de Belén, descubrimos la más bella institución que aporta sensibilidad, valores, equilibrio, seguridad, fe y esperanza: la Sagrada Familia.

 

   San Lucas nos presenta a Jesús en brazos del anciano Simeón, quien se convierte en el símbolo de los abuelos amorosos con sus nietos. Símbolo del encuentro entre el pasado y el presente en un mismo abrazo. Son los ancianos que reciben con gozo en sus brazos a lo nuevo. Los ancianos que se sienten felices de ver retoñar lo nuevo.

 

   Simeón, tiene la dicha de ser el único de quien se dice que “tomó en sus brazos” al Niño Jesús. Para él, era como ver la aurora o el amanecer de las promesas de Dios cumplidas y realizadas. Pero a la vez, se convierte en el profeta que anuncia desde el primer momento

que el futuro del niño y de la madre no será nada fácil.

 

   Jesús se encarna en una familia maravillosa. Pero una familia no está exenta de problemas. La sagrada familia, es una familia normal. Religiosamente única. Y a pesar de la grandeza de sus tres personajes, es una familia que deberá pasar por problemas. El Niño será un “signo de contradicción”, y a la “madre” una espada le atravesará su corazón.

 

   Sabemos que no existe familia sin inconvenientes. Hasta la de Nazaret, tocada y bendecida por Dios, tuvo que sortear un mar de dificultades. Desde el “Sí” de María, pasando por los sueños de San José, las puertas cerradas o la huida a Egipto, nos hacen caer en cuenta que los grandes amores son los que más hay que cuidar, porque son los más probados. No hay gran empresa, aunque sea inspirada de Dios, que no tenga sus tropiezos, y nuestras familias, tan atacadas en medio de la sociedad, son un estímulo para recuperar la ternura, el cariño, la unión, los valores y la paz social que cada día más se añora.

 

   En este tiempo de navidad, la Sagrada Familia nos llama a orar por ella, a defenderla y promoverla. La fiesta de hoy es una invitación a los esposos e hijos para permanecer unidos en Dios, fuente del amor auténtico, y reconocer que en la familia lo más importante es Dios. Hay familias que no les falta materialmente nada; casas que lo tiene todo, pero no tienen el toque sagrado ni el amor de Dios. Precisamente, Dios, fuente infinita de sabiduría, quiso que fuera en la sagrada familia en donde él mismo nos proporcionaría el ambiente para crecer, como el niño Jesús, en sabiduría y en gracia ante Dios y ante los demás.

 

   María y José se pusieron manos a la obra para salvar la obra de Dios. Uno, como carpintero, y María, como portadora de la Buena Noticia. Supieron estar en el lugar que les correspondía, responsables de lo que Dios les confió. La familia es como un altar sagrado donde se ponen las tildes y las comas para que, el día de mañana, los hijos puedan escribir correctamente. De modo que el mejor pedagogo para la educación de los hijos siempre será el amor, la oración y el testimonio de los padres.

Y, aun así, no está garantizado el éxito.

 

   La Sagrada Familia nos trae una buena catequesis: la confianza, el amor y la fe en Dios, - por parte de José y de María-, decoraban el ambiente de aquel primer hogar bendito. Jesús, en el camino a la sinagoga, o al estudio de la Ley, la aprendió de pequeño. Desde que fue niño, vería a unos padres comprometidos con Dios, enamorados de su causa y cercanos a su Ley. Fueron, sin duda, los primeros y mejores catequistas en la vida del Niño Jesús.

 

   En la familia nacimos, en ella crecemos y en una familia moriremos. El alma se nos rompe cuando alguien de ella muere. Y será, entonces, la familia trinitaria la que nos reciba en el cielo. La familia es el regalo más bello, porque a través de ellas pasan los mismos legados de Dios que valen más que cualquier herencia material. En Jesús, Dios hace suyos los valores más nobles y viene a vivirlos, y la familia, sin duda alguna, es el más sagrado de ellos.

 

   Confiemos, entonces a Dios nuestras familias con todas las fatigas y las alegrías, con las pobrezas y las contradicciones. Confiémoslas a Dios porque él, que habita en cada una de ellas, nos dará la fuerza para peregrinar hacia la familia de la Santa Trinidad.

 

   Que Jesús, María y San José nos ayuden a cuidar de la más bella institución en la que hemos nacido. Que, en medio de tantos ataques que se lanzan contra la familia, sepamos dar gracias a Dios por esa gran escuela, taller y semillero de valores que son nuestras familias, porque sólo así seremos hombres y mujeres con raíces y legados que nadie nos podrá quitar.

 

   Que este nuevo año sea una oportunidad para amar más nuestras familias, para fortalecer los lazos del amor en ellas. Que volvamos nuestros corazones a Dios y nos aferrarnos a él, único refugio en donde estarán seguras nuestras familias. Que las madres sean como María; los padres como San José, y los niños imiten a Jesús de Nazaret. Jesús, María y José, escuchad, acoged nuestra súplica, Amén”.

 

“Que los papás repitan:

Dios bendiga siempre a nuestros hijos, porque a nosotros ya nos bendijo con ellos”

 

   En nombre de Monseñor Héctor Cubillos Obispo de la Diócesis de Zipaquirá, les deseamos a todas las familias, un santo y feliz año 2024. Que Dios los bendiga a todos y la Virgen los proteja y los cubra con su manto. Amén.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía 

“Nos ha Nacido El Salvador, El Mesías, El Señor”

 

Feliz Navidad a todos los fieles de esta amada comunidad.

 

   “Os anuncio una gran alegría, hoy, en Belén de Judá, nos ha nacido el Salvador, el Mesías, el Señor”. Así lo proclama la liturgia en esta solemnidad. En esta noche santa, todos deberíamos vestir nuestras almas con traje de alegría, inocencia, pureza, de ilusión confiada, de fe sencilla y de alegría santa, porque esta alegría es la nota distintiva de estas fiestas. La alegría del cielo coloca su morada en la tierra, en nuestros corazones y en nuestras familias.

 

   Ante Dios hecho uno de nosotros, nadie puede quedarse indiferente. Todo el mundo tiene que definirse. De esto tenemos símbolos en los evangelios de estos días. Los pastores abandonan el rebaño y van a Belén. La estrella se pone en camino y arrastra a los Magos de Oriente. Los posaderos cierran sus puertas a la Madre y al Niño. Herodes se inquieta y teme por su trono. Todos se definen.

 

   Dios hecho hombre, hermanándonos por ser hermano común nuestro, es el Misterio Central de nuestra Fe. Si no lo aceptamos, cerremos las puertas y ventanas como muchos lo hicieron en Belén. Pero si lo aceptamos, será él el Señor de nuestra vida. Navidad, para los que no creen puede ser motivo de borrachera o de fiesta mundana.

 

   Pero para nosotros, los que creemos, navidad es Dios hecho carne de nuestra carne, como un hermano de sangre. Un hermano tan hermano de cada uno de nosotros que se toma la libertad de sentarse al lado de nuestra vida, de nuestra historia a decirnos que es hermano nuestro y que tiene junto a él, todos somos hermanos, unos de otros. Nos da su Padre, que lo es también nuestro.

 

   Con su nacimiento, el niño Dios nos ha abierto un portal al cielo, tan inmenso que cabemos todos. Nunca, la altura estuvo tan a ras del suelo y, jamás el camino del hombre, estuvo tan encumbrado en las alturas: ¡Dios se hace hombre y, el hombre, alcanza al mismo Dios! ¿En dónde? En un humilde pesebre.

 

   Bendita sea esta Navidad. Esta noche en la que, en el silencio, Dios nos hace escuchar y comprender la grandeza y el secreto de estos días. El secreto que no es otro que su inmenso amor porque Dios sale a nuestro paso, Dios se hace fiador, Dios coloca toda su omnipotencia al servicio de la humanidad.

 

   En esta noche, los ángeles, interrumpen nuestro sueño. En adviento estábamos en vela, ahora, los ángeles nos llaman a ponernos en camino para adorar al Dios que ha bajado a la tierra. Este es el gran acontecimiento que sigue sorprendiendo a tanta gente que en el mundo no cree: que Dios se hace hombre.

 

   Algunos, como los contemporáneos del Niño Jesús, no se percatarán de su nacimiento. Otros, cerrando sus corazones, serán reflejo de aquellas otras posadas que dijeron ¡no! al paso de la Familia Sagrada, y otros más, entretenidos en las compras, en los regalos, en sus ocupaciones del mundo y mirando a otra parte, serán incapaces de descubrir, ver y seguir el destello de una estrella que conduce hasta el Dios Humanado.

 

   Cada uno de nosotros somos el niño Dios, cuando dejamos que Dios crezca en nosotros; cada uno somos pesebre cuando adornamos nuestra vida con los valores de Dios; cada uno de nosotros somos campanas de navidad cuando nos esforzamos por dejar sonar la voz de Dios en nuestro corazón. Cada uno somos villancicos cuando buscamos la armonía de Dios en nuestra vida.

 

   Dios no es una simple llamada de teléfono para saludarnos en este día y que luego cuelga el teléfono. Dios es comunicación constante y diaria con nosotros. Porque “Él Habitó entre nosotros”, se quedó con nosotros, está con nosotros, se instaló entre nosotros, y estará con nosotros por siempre, siempre y cuando lo queremos recibir.

 

   ¿Seremos nosotros los que salvamos la Navidad este año? Hagámoslo “reconociéndolo, recibiéndolo y dejándonos hacer hijos de Dios”. Que con los pastores nos quedamos ante el Niño, nos quedamos en silencio. Con ellos damos gracias al Señor por habernos dado a Jesús, y con ellos, desde dentro de nuestro corazón, alabamos su fidelidad: Te bendecimos, Señor, Dios Altísimo, que te has despojado de tu rango por nosotros.

 

¡Feliz Navidad a todos! “Felicidad a todos cuantos celebramos el Nacimiento del Hijo de Dios”. O si quieren: “Feliz día a quienes hemos conocido y recibido al Hijo de Dios que nos ha nacido”.

 

En nombre del Señor Obispo de la Diócesis de Zipaquirá, Monseñor Héctor Cubillos Peña, les deseamos a todos ustedes, amados fieles de esta comunidad de Santa Ana en Centro Chía, la más bella navidad y nuestros deseos para que el amor que trae el niño Dios, les llene sus corazones, sus familias y los acompañe en este nuevo año 2.024

 

Te esperamos, Señor.

Hoy todos queremos estar en casa a media noche, Señor.

Queremos estar cuando nazcas, cuando llegues.

Esta noche, todos estaremos en casa, en familia.

Hoy todos brindaremos por ti. Hoy todos te cantaremos.

¡NIÑO DE BELEN, FELIZ NAVIDAD EN MEDIO DE NOSOTROS! AMÉN.

 

A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.santaanachia.org o a través del Facebook de la capilla, les envío mi bendición, les deseo una feliz y santa navidad, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la buena nueva de la encarnación del Hijo de Dios, donde quiera que se encuentren.

 

Que Dios los bendiga y la Santísima Virgen los proteja y acompañe en esta navidad y por siempre. Amén.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía 

¡Dios Vive Donde se le Deje Entrar, Como lo Hizo María!

 

Saludo y bendición para toda la amada comunidad.

 

   Entramos en la recta final del Adviento, y el primero en llegar a la meta es, nada menos que el mismo Dios, en las entrañas de su Santísima Madre.

 

   En el bello relato de San Lucas podemos descubrir la humildad de Dios al venir a este mundo en el más absoluto anonimato de una mujer pobre de un lugar humilde. Por otro lado, descubrimos que Dios no impone su voluntad, ni anula la libertad de María ante su propuesta; más bien, le pide su colaboración para realizar con ella el plan de salvación. Es el amor, el que hace que Dios se fíe de María, y el que hace que María se fíe y se abandone en Dios. Por fe y amor, ella cierra sus ojos y se lanza en los brazos de Dios.

 

   La Navidad es la “fiesta de la Palabra que se hizo carne y habitó entre nosotros”. Por eso, María es “la mujer del doble Adviento”: Del adviento que vivió y compartió con su pueblo, a la espera del anunciado que tenía que venir y del adviento que vivió, durante nueve meses, hasta ver con sus propios ojos al que todos esperaban y que guardaba secretamente en su vientre virginal. Del adviento de la esperanza que ya está germinando, como el trigo, dentro de ella y que en Navidad se hará espiga madura y del Adviento de cuantos creemos y nos fiamos de “lo que Dios nos ha dicho”.

 

   Como aconteció en María, Dios viene a nuestra vida cuando le hacemos un sitio. Él vive donde se le deje entrar. El templo donde Dios habita no es otro que el corazón de aquel que lo acoge, cuyo símbolo y expresión perfecta fue María, la pobre y humilde joven de Nazaret; la única mujer en cuyo corazón se hizo posible el milagro del inicio de una nueva creación. Ella es el templo de Dios, la nueva arca de la alianza en la que se hace posible la unión plena entre Dios y la humanidad.

 

   En María, Dios sale al encuentro del hombre sin importarle su pobreza o sus limitaciones. Es él quien cualifica al que llama, como lo hizo con María. En ella, mujer joven y pobre que supo escuchar a Dios y Dios encontró gracia, porque él actúa donde menos lo esperamos; realiza su obra al aire libre y decide anidarse en la historia, y hacer su proyecto salvífico en el vientre de María, de ahí que ella se convierte en templo vivo de Dios, al dar vida a la Palabra.

 

   En esta Navidad, Dios nos da la oportunidad de ser templos suyos, porque hoy, al igual que entonces, él sigue buscando corazones en donde habitar. El ángel del Señor sigue anunciando el nacimiento de Cristo en cada uno de nosotros. Esta será por siempre su propuesta de amor: hacer de nosotros su propia casa. La anunciación se sigue repitiendo porque cada uno de nosotros puede llegar a ser madre de Dios y dar a luz a Jesús si, como María, hacemos la voluntad divina. El Corazón de María, por estar abierto a la Palabra, nos enseña a acoger en nuestra vida al que viene a encender nuestras ilusiones, esperanzas y proyectos con el fuego del amor divino.

 

   ¿Qué vemos y contemplamos en la Navidad? Un Dios dueño de todo y carente de todo, y que todo lo tiene de prestado. Prestado “el vientre que lo llevó nueve meses”, “el vientre que lo dio a luz”. “el cobertizo de pastores”, “el pesebre donde descansa”.

 

   Esta Navidad es el tiempo para reafirmar los valores de Dios en la familia. Tiempo de vivir hermosas tradiciones. Tiempo de evaluar el año que termina y renovar nuestras esperanzas para el año venidero. En el corazón de cada persona se alberga una promesa de paz y amor, y se renuevan los anhelos más auténticos. En los ojos de los niños brillan las ilusiones. Por un instante el mundo se detiene y celebra en armonía el nacimiento del niño Dios. Y aunque vayamos envejeciendo, los corazones se llenan de la inocencia que nos trae el niño de Belén.

 

   La Navidad no es “solo para mí”. La Navidad “es para el mundo entero”. Por eso, la alegría de la navidad no es solo para vivirla encerrado en mi casa, sino para compartirla con el resto, sobre todo, los que más me necesitan. Comparte su alegría, comparte su vida, comparte su amor. Para que “sea la Navidad del compartir”. Para que “sea la Navidad de que alguien está necesitando nuestra presencia, que alguien está necesitando nuestro servicio”. La Navidad es “Dios compartiéndose”. La Navidad es “nosotros compartiéndonos”.

 

   Que, como María, con el corazón abierto a la Palabra, estemos dispuestos a hacer su voluntad y cooperar dócilmente en los planes de Dios. ¡Feliz Nochebuena! ¡Feliz Nacimiento de Dios! ¡Felices Navidades a todos!

 

   A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.santaanachia.org o a través del Facebook de la capilla, les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la buena nueva, la encarnación del Hijo de Dios, donde quiera que se encuentren.

 

   Feliz noche buena para todos. Que Dios los bendiga y la Santísima Virgen los proteja y acompañe en este camino a la Navidad. Amén.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía 

 “Alégrese el Cielo y Goce la Tierra”

 

Saludo y bendición a todos los fieles de esta comunidad.

 

   En este tercer domingo de Adviento la Iglesia se viste de fiesta. Es el Domingo que llamamos de “Gaudete”, o domingo de la alegría, que nos pone alerta sobre las alegrías verdaderas y duraderas; las que maduran siempre desde el sacrificio, como no hay rosas sin espinas. Este domingo es como un oasis espiritual en medio del desierto. Es como un descanso para tomar aliento y nuevas fuerzas para seguir el camino. Comienza el camino de la Navidad, renovando la alegría de nuestra fe, de nuestra espera, con la alegría de lo que somos, de lo que podemos ser y de lo que Dios quiere que seamos.

 

   El “gozo y la alegría” de este domingo de “Gaudete” no es un gozo o una alegría cualquiera. Se trata de la alegría de Dios en el regalo de su Hijo Jesús: “alegría que ya es real y posible de experimentar ahora, porque Jesús mismo es nuestra alegría, y con Jesús la alegría está en casa. Él está vivo, es el Resucitado, y actúa en nosotros y entre nosotros. Isaías nos dice: “Desbordo de gozo” y San Pablo agrega: “Hermanos: estad siempre alegres”. Y Juan Bautista nos hace un llamado a regocijarnos por el que viene. La alegría está tocando la puerta de nuestro corazón: ¡Un niño nos va a nacer! Es el momento para ponernos en marcha y no perder la esperanza.

 

   Juan el Bautista fue el pregonero de esta alegría. La roca imperturbable en medio de las olas y las tempestades que generaban las aflicciones. Juan personifica la esperanza del pueblo de la primera alianza, que alcanza su cumplimiento en la llegada del Mesías. Él demostraba la misma alegría tanto en el invierno de las amarguras, como en la primavera de la paz, y se alegró, aún en medio de su situación dramática. El adviento nos llama a inclinar el corazón para recibir la fuerza de lo alto y anunciarlo con vigor, enfocando la vida y el alma entera en Jesús. Así podremos sacar de las debilidades oportunidades donde florezca la esperanza y la alegría.

 

   Cuánto necesitamos esa alegría de lo pequeño, de lo sencillo y de lo simple; la alegría de la pobreza humana. En cada navidad, Dios quiere seguir haciendo la experiencia de la encarnación, no solo en el mundo, sino en el encuentro con cada uno de nosotros, en lo cotidiano y pequeño de la vida. La eterna navidad es aquella que brota desde lo más pequeño y va a lo más hondo del alma humana y del mismo Dios.

 

   En los desiertos de esta vida, hay que anunciar y proclamar que lo mejor es abrir las puertas al Dios que viene, y oír su voz. Hay que anunciar la noticia más gozosa: el nacimiento del niño Dios. Noticia que nos convierte en testigos de la navidad como buena nueva. Como el Bautista, todos los bautizados estamos llamados a ser testigos y voz de Dios, en donde quiera que estemos. Antes de celebrar la Navidad, el precursor llega a nuestras vidas para invitarnos a la autenticidad. A quienes creemos en Cristo se nos confía una tarea semejante a la de Juan, sin protagonismos, sencillamente con nuestro testimonio.


   La navidad es como la hermosa escena en la que el padre llega a casa y los hijos salen a recibirlo con algarabía, y abrazarlo llenos de emoción; luego, al calor del hogar, comienza a repartir regalos a sus hijitos y familia. Navidad no es en una fecha. Es cada día si nos dejamos amar de Dios, y si acogemos su voluntad, amándonos como hermanos. La venida de Dios en la soberana humildad del niño de Belén, siempre será un acontecimiento de amor; solo basta abrirle las entrañas del corazón para que se quede en él. En cada navidad, el regocijo ha de ser total porque el Señor quiere llegar al corazón y sentirse como en su propia casa. Eso ha der ser la navidad: pleno de regocijo por el regalo que Dios nos da en su hijo divino.

 

   Navidad no es otra cosa que dejarnos encontrar por Dios y dejarnos cargar por él. Es la alegría de sentir el calor de los hombros de Dios cargando a sus ovejas amadas. Adelantemos la llegada del Niño de Belén con los ojos sencillos de los pastores, con el corazón enamorado de María, la madre del Señor, y con la ternura serena de José, para que cada día sea navidad en los corazones, en los hogares, en nuestra comunidad y en todo el mundo.

 

   Nosotros no somos la Navidad, pero nuestras vidas anuncian la Navidad. Y para que anuncien la Navidad, tienen que revestirse de Navidad, encarnar a Dios y hablar de Dios entre nosotros. Pidamos al Señor, que nos contagie esa alegría de la que desbordaba el corazón de María Santísima.

 

   A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.capillasantaanachia.org o del Facebook de la capilla Santa Ana, les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la Buena nueva del Señor, donde quiera que nos encontremos.

 

   Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Santísima Virgen del Adviento los proteja y acompañe en su caminar. Amén.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía 

Saludo y bendición a todos los fieles de esta comunidad.

 

   En este segundo domingo de Adviento aparece la figura de Juan el Bautista, quien, sin hacer demasiado ruido anuncia mucho. Habla poco y atrae mucho, y no se queda con nada. Se presenta en el desierto de Judá y, grita: "Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos". Este mensaje atraviesa los siglos y llega hasta nosotros, cargado de extraordinaria actualidad. La actualidad del Dios que se “rebaja” para “elevarnos” a Él. Dios que se “despoja de sí mismo” para “revestirnos de Él” y revestir a los demás. Dios “humanizándose” para, de alguna manera, “divinizarnos” a todos.

 

   En la vida se necesita de alguien que abra caminos, que vaya por delante. Así fue Juan Bautista. Él deja que los otros crezcan: “detrás de mí viene el que puede más que yo”. Es portador de la nueva esperanza. Esta novedad la pregona ya el profeta Isaías: “Consolad, consolad a mi pueblo”, y la navidad es la llegada del Dios del consuelo y la esperanza.

 

   Juan Bautista es el profeta del Adviento que nos prepara para recibir al que ya está en camino, al que nos trae la novedad del Dios, que en Jesús transforma desde un cambio interior (el llamado a la conversión). No es el hombre que busca rodearse de gente, sino el que la encamina a otro que es más que él. Juan no es el camino, sino el que señala y “prepara el camino”. Él no es un fin, sino un medio, un instrumento, y nos enseña a descubrir que vale la pena “servir al otro”; que vale la pena “poner la vida al servicio del otro”, y eso es navidad.

 

   Juan Bautista insiste en preparar el camino del Señor, allanando los senderos, es decir, desapareciendo la soberbia, el orgullo, la prepotencia, y toda forma de pecado, de desorden moral y de todo cuanto nos lleva al abismo. ¡Todo esto ha de ser enderezado! Así, cuando llegue la navidad, podremos «ver la salvación de Dios». “Preparar el camino del Señor y allanar sus senderos” exige rectificar todo aquello que estorba la llegada del Señor; jugársela por un alma limpia y un corazón bien dispuestos. Sólo si Cristo nace en nosotros, la navidad tendrá valor y comenzaremos a vivir el cielo en la tierra.

 

   Todos, - incluso los niños-, sabemos que navidad es la llegada del niño Dios. Pero otra cosa es que salgamos a recibirlo. “Vino a los suyos, pero los suyos no lo recibieron” (Jn. 1,11). Dios espera nacer en las entrañas del ser humano, pero muchos somos insensibles a su venida, y preferimos hacer nido en los brazos del pecado. Adviento es el momento ideal para dejarnos estrechar nuevamente por los brazos de Dios, en los brazos del niño divino. Sólo son capaces de recibirlo, quienes lo esperan con alegría como los niños esperan un regalo.

 

   Nuestra vida está llena de caminos tortuosos que sólo pueden ser enderezados con un cambio en la actitud profunda del corazón. Solo quienes miran con ojos fe, los sencillos y las almas humildes - como los pastores que cuidaban sus rebaños-, son los que entienden su llegada. El adviento nos permite re-direccionar nuevamente nuestras vidas por el sendero correcto. Es tiempo para "enderezar" todo aquello que está torcido y que no es limpio ante los planes de Dios. Pensemos qué tendremos que arreglar en nuestro corazón para poder dar nuestra mejor versión en esta navidad, y así, "dar razón de nuestra esperanza" a todos aquellos que han dejado de buscarlo o han perdido la luz de la esperanza.

 

   Año tras año preparamos la navidad con anticipación. Pero ¿preparamos debidamente nuestros corazones? Es más fácil decorar la casa o la mesa que arreglar el corazón. Es más fácil brindar con una copa que compartir toda una vida con los más necesitados. Es más fácil iluminar las plazas, centros comerciales, pueblos y ciudades, que colocar la luz de la fe en lo que somos y hacemos. ¡Que dicha preparar la mejor cena de navidad y servirla en lujosas vajillas!, pero nos olvidamos de tantos que no tienen ni plato ni con qué llenarlos. ¿Cómo está nuestra comunión con Dios y con nuestros hermanos? Ante la venida del niño Dios, ¿nos alegramos, como cuando en un hogar nace un niño, renace la alegría, y todo se llena de un gozo indescriptible?

 

   En esta próxima navidad, una mano cubierta con aserrín de carpintero tocará a las puertas de nuestros corazones solicitando una morada. Llenamos los centros, vaciamos los bolsillos en tantas compras, y no dejamos sitio para Dios. ¿Está nuestra casa con la puerta abierta para Dios? ¿nuestros corazones quizá ya o tienen espacio para Dios. ¿Habré cambiado también la cerradura a mi corazón para no dejarlo entrar? ¿Al menos, tendremos una mano abierta para dar algo a los hermanos que no tienen cómo celebrar la navidad? ¿serán los regalos lo más importante, olvidando que somos el más grande regalo de Dios, y que él nos quiere revestidos de dones del cielo?

 

   A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.capillasantaanachia.org les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la Buena nueva del Señor, donde quiera que nos encontremos.

 

   Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Santísima Virgen del Adviento los proteja y acompañe en su caminar. Amén.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía 

 “De su Condición Humana” a “su Plenitud Divina

 

Saludo y bendición a todos los fieles de esta comunidad.

 

   Hoy comenzamos el nuevo año litúrgico, ciclo B. Termina una esperanza y se abre una esperanza nueva. Lo que parecía el final se convierte en un nuevo comienzo.

 

“Hoy comenzamos el camino de Adviento, que culminará en la Navidad. El Adviento es el tiempo que se nos da para acoger al Señor que viene a nuestro encuentro. Él regresará a nosotros en la fiesta de Navidad, cuando haremos memoria de su venida histórica en la humildad de la condición humana. Pero Él viene dentro de nosotros cada vez que estamos dispuestos a recibirlo, y vendrá de nuevo al final de los tiempos «para juzgar a los vivos y a los muertos». (Papa Francisco)

 

   Al escuchar este evangelio, viene a nuestra mente cuando éramos niños, que nos encantaba jugar a las escondidas. A Dios también le gusta esconderse y aparecer de nuevo. Dice que se va, y luego dice que se queda. Dice que está, pero no lo vemos, quizá porque no queremos verlo donde él está. Y no es que quiera engañarnos. Al contrario, cuando dice que se va, nos deja la tarea: “…A cada uno de sus criados le dio su tarea”.

 

   Y al decirnos que esperemos su regreso, es para que estemos atentos a su llegada. A su vuelta, no quiere encontrar el mundo como él lo dejó, quiere encontrarlo mejor. Para quien se siente administrador, la llegada de Dios es el término de sus fatigas; es el momento de cesar en su labor y pasar al banquete definitivo con el dueño de todo. Velar, sí, pero trabajar también.

 

   Jesús, que nació en Belén, sigue naciendo en cada corazón. Esperar en él es propio del que le ama, y a él lo esperamos porque lo amamos. A menudo nos parece como si Dios estuviera ausente, pero somos nosotros quienes le damos la espalda. "Estar atentos y vigilantes" consiste en reconocer tantas maneras en las que Dios solicita nuestra respuesta. El "hijo del Hombre que ha de venir se deja encontrar en sus múltiples presencias diarias. Sólo espera que le abramos la puerta del corazón.

 

   El adviento nos presenta a un Dios “viniendo siempre”. “Siempre camino del hombre”. “Siempre saliendo al encuentro y búsqueda del hombre”, por eso, el Adviento es tiempo de espera, tiempo de esperanza. Y, por tanto, tiempo de búsqueda y tiempo de encuentro. Y no es el hombre el que busca a Dios, sino Dios que busca al hombre. Es Dios que quiere encontrarse con el hombre, y al hombre solo le corresponde “esperarlo”, “estar atento”, “estar despierto”, porque Dios no quiere encontrarse con “dormidos”, sino “con hombres que vigilan despiertos

 

   Existe el peligro de quedarnos dormidos en tantas esclavitudes: el egoísmo, la comodidad, la avaricia, pensar solo en pasarla bien, vivir solo para tener y sin pensar que el día menos pensado será nuestro último día. Nos dejamos atrapar por las cosas, y a Dios y a los demás los dejamos de últimos como si no fueran importantes. Recordemos que la nota del examen final se gana desde primer día: (…Velad y estad despiertos…).

 

Adviento: tiempo bendito para estar despiertos y vigilantes, para escuchar atentamente las presencias y a los sentires de Dios en los demás, en nuestro entorno y en el mundo. Tiempo de gracia para cultivar la compasión y la caridad con los que sufren, prolongando la mano de Dios a través de la nuestra. Tiempo que nos mantiene la fe y la esperanza despiertas y en permanente pálpito, porque la presencia del Señor siempre es cercana y novedosa. Tiempo que nos va revelando los rasgos cercanos del mismo Dios. Y eso es Navidad.

 

   Desafortunadamente a este tiempo de gracia y salvación se le ha ido despojando de su verdadero significado. Distraídos por los regalos, las carreras por las compras, las fiestas, los paseos, los planes del fin de año y tanto ruido, ahogan el susurro de esa voz interior y presencia del niño que quiere nacer en cada corazón. Antes de visitar almacenes deberíamos visitar al Santísimo y pedirle que nazca en nuestra familia.

 

   Antes de decorar con luces nuestras casas, deberíamos decorar e iluminar nuestras almas con las virtudes que agradan a Dios. Antes de pensar en la cena de navidad, ¿no sería más bello pensar en compartir algo con quienes no tienen qué comer? Más que el árbol adornado, es nuestro corazón el verdadero pesebre donde Dios quiere nacer.

 

   Dios sigue viniendo. Su presencia llena de sentido y de luz el horizonte de nuestra existencia. Él no quiere cristianos dormidos, sino despiertos y vigilantes. Una navidad sin adviento, una navidad sin esperar a Dios, sería una navidad de Dios.

 

Señor, yo no sé la hora de tu llegada a mi corazón. Quizá no me importa la hora, lo que sí me importa es que yo esté atento a tu hora, porque esa será mi hora. “Ven, Señor, no tardes”

 

   A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.capillasantaanachia.org les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la Buena nueva del Señor, donde quiera que nos encontremos.

 

   Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Santísima Virgen del Adviento los proteja y acompañe en su caminar. Amén.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía 

Solemnidad de Cristo Rey

Saludo 34° Domingo del Tiempo Ordinario

26 Noviembre 2023, Ciclo A

¡Al Atardecer de la Vida, Seremos Examinados en el Amor!

 

Saludo y bendición a todos los fieles de esta comunidad.

 

   En este último domingo del año litúrgico celebramos la fiesta de “Cristo Rey”. El evangelio de San Mateo proclama el último discurso de Jesús, o “discurso escatológico”: "Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos sus ángeles se sentará en su trono, como Rey glorioso"; “principio y fin; alfa y omega; el mismo ayer, hoy y siempre”. Cristo Rey, Señor de todo y de todos, ante quien toda rodilla se dobla y tendremos que rendir cuentas: “Venid, benditos de mi Padre… O, Apartaos de mí, malvados” porque “todo fue creado por él y para él”

 

   Su reinado se manifiesta en el servicio, no en el poder: “Yo no he venido a ser servido sino a servir y a dar mi vida en rescate por todos”. Es la realeza de quien entrega su vida por los demás; del que es juzgado y condenado como los débiles; del que muere por todos. Es la realeza donde los importantes son los pobres (Bienaventurados los pobres…). Es la realeza de la misericordia, de la compasión y del perdón; del dar de comer y de beber; del vestir al desnudo y atender a los enfermos, y desamparados; y de consolar a los tristes.

 

   De ahí que, cada vez que lo hicisteis con alguno de estos mis hermanos más pequeños, lo hicisteis conmigo. Y cuando no lo hicisteis con ellos, no lo hicisteis conmigo”. Decimos que Dios es invisible y sin embargo él se hace visible en realidades cotidianas que retan nuestra fe y que, incluso, hasta no nos gustan: “Tuve hambre, tuve sed, fui forastero, estuve desnudo, estuve enfermo, estuve en la cárcel…” A Jesús lo podemos encontrar aquí y ahora porque él se deja ver en "los más pequeños". Tal vez nos llevemos una sorpresa de frente a Jesús: o la sorpresa de los buenos: “lo que hicisteis a uno de estos, a mí me lo hicisteis”, o la sorpresa de los malos: “lo que no hicisteis con estos hermanos míos, tampoco lo hicisteis conmigo”. Su juicio tendrá una sola pregunta que es definitiva: “Al atardecer de la vida seremos examinados en el amor”. “Entonces el Rey dirá a los de la derecha, venid, benditos de mi Padre, y a los que están a su izquierda, apartados de mí, malvados…”

 

   Acordémonos del rico del evangelio y el pobre Lázaro. “Dios ha estado tan cerca de nosotros, que ni nos hemos dado cuenta”. Se ha empeñado en hacerse cercano a nosotros, pero no lo vemos. Los que le conocemos, quizá, le buscamos lejos cuando en realidad está a nuestro lado. Buscamos su rostro en las alturas, y él se nos revela en el rostro del hermano. Con los ojos de la fe tratamos de verlo en la lejanía divina, pero él está sentado junto a nosotros. Quizá nos pasa lo de los judíos, que “al que conocían tan bien, no eran capaces de reconocerlo”. Nos parece otro, o distraídos no caemos en cuenta que es él. Nos faltan ojos de fe para reconocer en los demás, al Dios viviente. Por la fe, podemos reconocer el rostro de Jesús que se ilumina agradecido en el enfermo, en el huérfano o la viuda, en el preso, en el hambriento o el sediento.

 

El reinado de Jesús comienza el “servicio a los que sufren, a los débiles”. Y Se nos describe aquí cómo nos juzgará Dios: Se nos juzgará por lo que hemos hecho por nuestros hermanos, sobre todo por los que sufren. Lo único que Dios permite que llevemos al cielo, es lo que hicimos por los demás, porque, en ellos lo hicimos al mismo Dios. “Lo que hicisteis a uno de estos mis pequeños, a mí me lo habéis hecho”. ¿Quieres hacer algo por Dios hoy? Hazlo con las más necesitados. Lo que Dios ve y mira es nuestro amor al hermano. ¿Quieres ver a Dios hoy? Míralo en el necesitado. Dios cuenta con cada uno de nosotros para buscar una respuesta a las necesidades del mundo. No culpemos a Dios del hambre ni os problemas del mundo; comencemos por compartir con los necesitados, y seremos parte de la solución. No esperemos que el mundo cambie, comencemos por cambiar nosotros, y esto lo decide un corazón generoso. Y Dios no se deja ganar en generosidad.

 

En cada eucaristía reconocemos al Señor en el sagrario, pero ¿sentimos luego su presencia en los demás? Nos arrodillamos para orar, pero ¿somos capaces de mover nuestros pies para socorrer al necesitado? Comulgamos con fervor en la eucaristía, pero ¿compartimos nuestro pan con los demás? Los pobres, los necesitados y los que sufren, son el lugar predilecto para encontrarnos con Jesús. Son el mejor cofre o sagrario en donde depositamos los ahorros para el pasaporte al cielo. Si Jesús opta por los más necesitados, es pensando en que en ellos está la oportunidad de nuestra salvación. En los necesitados está en juego nuestra salvación porque todos somos responsables de todos. “Nos salvaremos, si ayudamos a salvarlos”.

 

   El reino de Dios es AMOR, y la puerta de entrada al reino la define cómo vivimos “el amor, la caridad, y la compasión”. Será la mano del Señor la que estreche la nuestra, cuando hayamos obrado como él lo mandó. Llegará el día en que Dios nos dé su veredicto final. Ese examen final lo aprobaremos si “nos amamos los unos a los otros como él nos amó”, porque: “cada vez que lo hicisteis con uno de ellos, lo hicisteis conmigo…”

 

   A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.capillasantaanachia.org les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la Buena nueva del Señor, donde quiera que nos encontremos.

 

Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Santísima Virgen los proteja.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía 

“Enriquecidos con Talentos…Para Dar el Talante que Dios Espera”

 

Saludo y bendición a todos los fieles de esta comunidad.

 

   “Los talentos son el patrimonio que Dios nos confía. No sólo para custodiar, sino para fructificar. En la parábola los talentos representan los bienes del Señor, que Él nos confía para que los hagamos fructificar. El hoyo cavado en la tierra por el «siervo negligente y holgazán» (v. 26) indica el miedo a arriesgar que bloquea la creatividad y la fecundidad del amor. Porque el miedo a los riesgos del amor nos bloquea. Jesús no nos pide que conservemos su gracia en una caja fuerte. Jesús no nos pide esto, sino más bien quiere que la usemos en beneficio de los demás”. (Papa Francisco)

 

   Santo Tomás de Aquino afirma: “Los adornos de la gracia, llamados talentos, ayudan a que la débil naturaleza tienda a su creador y dueño”. El evangelio nos recuerda que hemos recibido muchos talentos, y en la medida que los hagamos producir sin dilación y de manera generosa, aquel que nos los ha dado, se encargará de darnos mucho más: “…Como has sido fiel en lo poco, te confiaré lo mucho…” Los talentos, en la medida que se cultiven, van creciendo y hacen crecer, en la criatura, la eternidad escondida. Lo que no se da, se seca. Esconder los talentos sería privar del talante divino que acompaña al ser humano, hecho a imagen y semejanza de Dios; sería encerrarlo bajo llave, impidiéndole elevarse a su creador.

 

   Negociar los talentos es la inversión de alto riesgo más rentable para quienes trabajan por el Reino. Dios es el que distribuye sus dones y si bien todos somos iguales en dignidad, él concede talentos diferentes a cada uno según la capacidad, porque no todos sabemos hacer lo mismo, aunque todos nos empeñemos en la construcción del Reino. Lo importante es reconocer que los talentos vienen de Dios y a través de ellos, despliega su gracia y salvación. Quien no agradece los talentos, termina haciéndose dueño de ellos y termina sepultándolos. El camino al cielo lo transita cada uno, y ante Dios daremos cuenta de los talentos con los cuales nos dotó.

 

   Todos los bienes que hemos recibido son para darlos a los demás, y así crecen. Es como si nos dijera: «Aquí tienes mi misericordia, mi ternura, mi perdón: tómalos y haz amplio uso de ello». ¿Qué hemos hecho con ellos? No defraudemos la confianza de Dios al confiarnos sus bienes. Hagámoslos crecer y multiplicarse dándolos a los demás. Para que crezcan y no se marchite, hay que compartiéndolos. Nuestra responsabilidad frente a los talentos, consiste en prolongarlos con el porcentaje adquirido como ganancia hacia el futuro, renovarlo y hacerlo florecer cada día.

 

   Frecuentemente olvidamos presentar cuentas de lo que hemos recibido; incluso, olvidamos dar “gracias” a aquel que, confiando en nosotros, nos dotó con un inmenso capital divino de talentos y cualidades para nuestro crecimiento. Dejamos morir tantos talentos y capacidades que Dios nos dio para hacer el bien. Tenemos la capacidad de amar y perdonar, pero a cambio, almacenamos odios y rencores. Tenemos la capacidad de dar un poco de alegría a quien se siente triste, pero no lo hacemos. Dios, dador de todo bien, reclama nuestra responsabilidad.

 

   Por su naturaleza, los talentos, como todo don, buscan su cauce y su expresión y tienden a crecer y a perfeccionarse. No somos fieles al niño, impidiéndole crecer; no somos fieles a las semillas impidiéndoles brotar, ni somos fieles a las raíces impidiéndoles echar tronco. Ser fieles a los talentos es dejarlos que den fruto y se multipliquen. Por venir de Dios, van cargados de eternidad, y crecen cada día.

 

   No podemos presentarnos como aquel empleado diciendo: “Aquí está tu talento…Aquí está evangelio, aquí está tu iglesia, los hemos conservado fielmente”. Quizá hemos predicado tu evangelio y asistido a tu Iglesia, pero no ha transformado nuestras vidas, porque nos dio miedo hacerlos producir. La responsabilidad ante los talentos, incluye la responsabilidad ante los medios de subsistencia que nos Dios nos da en la creación: “…frutos de la tierra y del trabajo de los hombres que recibimos de tu generosidad”.

 

   Los talentos tienen destino de eternidad. Y lo único que Dios nos permitirá llevar al cielo, son los talentos que compartimos. Si los negociamos en favor de los demás, iremos ganando la eternidad. Habrá que perfeccionar las virtudes y la gracia que recibimos desde niños en los sacramentos, para que esa semilla divina dé frutos de santidad en nuestra vida. No nos contentemos con ser buenos.

 

   Más que ser buenos, se nos pide que, con los talentos, busquemos la perfección como nuestro Padre celestial es perfecto. Lo que cuenta, quizá no sea la cantidad de talentos, sino cómo los estamos negociando. Más importante que saber lo que tenemos, es saber para qué tenemos lo que hemos recibido. Si ese es nuestro empeño, quizá, el Señor, en el cielo nos reciba con las palabras del Evangelio: «Pasa al banquete de tu señor».

 

   Tengamos la edad que tengamos, aún tenemos mil oportunidades para servir mejor a Dios, a la sociedad y a los hermanos. No guardemos los dones de Dios en una caja fuerte.  Arriesguémoslos por amor, que la recompensa será mayor. Dijo el Santo cura de Ars: Si Sansón mató a 10.000 filisteos con la quijada de un burro, con los talentos que Dios nos ha dado, ¿qué no haremos nosotros, que somos más que un burro?

 

    A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.capillasantaanachia.org les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la Buena nueva del Señor, donde quiera que nos encontremos.

 

   Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Santísima Virgen los proteja.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía 

“Que Velando o Durmiendo, Estemos Siempre Contigo, Señor”

 

Saludo y bendición a todos los fieles de esta comunidad.

 

“¿Qué quiere enseñarnos Jesús con esta parábola de las vírgenes necias y la sensatas? Nos recuerda que debemos permanecer listos para el encuentro con él, que nos presenta en términos de encuentro nupcial. Lo que Jesús quiere decirnos es: “Que estamos invitados” a ese encuentro amoroso con Dios, como a una “celebración de bodas”. Boda que “no se improvisa”. Su preparación y espera es la “la fe”, simbolizada en la “lámpara” con el “aceite de la caridad”. Y no basta la fe si no es alimentada por la caridad, porque es la caridad, la que enciende y hace brillar la fe. Una fe sin caridad se apaga.

 

En la llegada del esposo, Jesús nos muestra la importancia y la responsabilidad personal ante la salvación que se acerca. Nadie puede salvarse por otro, y aunque es verdad que la fe es también comunitaria y eclesial, frente al Señor, es cada uno quien ha de estar preparado para responderle. No vale dormirse, ni aprovecharse de los demás, ni sacar excusas. Hay que estar despiertos con el aceite del amor y de la fe en el recipiente del alma, para que no se apague el deseo de la espera, y la luz de la ilusión ante el encuentro con Cristo.

 

Una pregunta: ¿Y por qué las prudentes no les dan de su aceite? Por una razón muy sencilla: “nadie puede amar en lugar tuyo”. No es suficiente decir “mis abuelos hicieron mucho por la Iglesia”. El amor de tus abuelos les sirvió a ellos, pero “no te sirve a ti”. Es tu corazón el que tiene que “amar”. No puedes amar a través del corazón de tus abuelos, de tus padres o de tus hijos. ¿De qué te vale que el corazón de tus padres esté muy sano, si el tuyo tiene atascadas sus venas y necesitas un trasplante?

 

Nos viene bien una llamada de atención para que no nos durmamos en la apatía de una fe sin compromiso. Corremos el riesgo de vivir una fe entumecida, dejando fuera de nuestra vida al único que nos guía a la eternidad. Ante su cercanía, nuestra fe ha de ser vigilante, despierta, ilusionada, responsable y comprometida, como se nos dijo en el bautismo: “Recibid la luz de Cristo. Que este niño (a), perseverando en la fe, pueda salir con todos los santos del cielo al encuentro del Señor”. La vida cristiana es, entonces, un caminar hacia Dios, sin dejar apagar la lámpara de la fe, con el aceite del amor.


La imagen del Dios que llega es hermosa, porque, de ordinario, cuando alguien llega, solemos esperarle. Como también es bella la imagen de Dios que llega sin avisar porque así la emoción suele ser más grande. Lo inesperado y la sorpresa tienen su emoción, y lo inesperado de Dios en nuestras vidas tiene también su emoción. La pregunta no es si Dios llega o no llega, o si llega a tiempo o no. La verdadera cuestión es, si tenemos nuestro corazón listo en el momento en el que pasará el Señor. “Cualquier hora de las 24 horas, será nuestra última hora” “Dios tarda, pero siempre llega a tiempo”. “El esposo tardaba, pero llegó a su tiempo. El problema fue que quienes lo esperaban ya estaban dormidas”. Dios siempre llega a tiempo; no es cuando a nosotros se nos antoje”

La “vigilancia” que pide el Señor, nada tiene que ver con el insomnio, y menos con una actitud de terror ante la muerte. Tiene que ver con la “diligencia” o amor de predilección. Cuando se ama, aunque se duerma, se está despierto para atender al ser amado. Así, una madre dormida tiene el corazón vigilante, y, casi sin darse cuenta, se levanta a consolar a su bebé que sufre una pesadilla. En el libro del cantar de los cantares (5,2), la enamorada dice: ““Yo duermo, pero mi corazón vela”.


El Señor está a la puerta, y tal vez de manera inesperada, vamos a escuchar su llamada a la eternidad. Comencemos esta nueva semana con el propósito de estar vigilantes en la fe, la esperanza y la caridad. El tic-tac de nuestra última hora se nos viene encima. No nos quedemos dormimos pensando: “somos jóvenes y aún tenemos mucho tiempo; o, ya somos demasiado viejos para ser santos”. Un escrito en la puerta de un cementerio, dice: “Tú que pasas, piensa en tus pasos, pausa tus pasos, y piensa en tu último paso”. Y como Dios siempre está viniendo y pasando, que cuando nos llame, nos encuentre caminando hacia él, y podamos clasificar en su encuentro definitivo.


“Sálvanos, Señor, despiertos. Protégenos mientras dormimos, para que velemos con Cristo, por los siglos de los siglos”. Amén


A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.capillasantaanachia.org les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la Buena nueva del Señor, donde quiera que nos encontremos. 

Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Santísima Virgen los proteja.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía 

“Coherencia: el distintivo de los hijos de Dios”

 

Saludo y bendición a todos los fieles de esta comunidad.

 

   El tema central del Evangelio es la coherencia de vida. Jesús advierte a la gente frente al modo de obrar de los fariseos: “hagan lo que os digan, pero no hagan lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dice”. La primera advertencia del Señor es “la coherencia entre lo que decimos y hacemos”. El mejor elogio para un creyente, es ser persona “de una sola pieza, porque hace lo que dice”. Nos llama a adoptar una actitud de escucha y de servicio en nombre de Dios, y nos advierte de los peligros de la incoherencia. 

 

   Y la razón es: “¿No tenemos todos un solo Padre?” “¿No somos todos creados por un mismo Señor?” Olvidar esta realidad básica es “despojar al prójimo” de esta relación profunda y radical con Dios”. Es despojar al prójimo de su dignidad y convertirlo en “útil” para nuestros caprichos. Los que tienen algún cargo, no pueden estar tranquilos solo con dar órdenes a diestra y siniestra.

 

   Se cuenta del rey italiano Víctor Manuel II, que dando órdenes a sus soldados terminó un discurso diciendo: "¡Armémonos...y vayan!", pero él se quedaba confortablemente en su palacio. Como cristianos, debemos de ir por delante con el ejemplo, presentando el evangelio no como una carga que agobie, sino en la coherencia de la buena nueva.

 

   El apóstol Pablo, que se desvivía por sus comunidades les decía: "sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo". Sólo sabe mandar de verdad, quien ha sabido obedecer; y así sucedió con el Señor Jesús quien obedeció a su Padre desde el comienzo hasta el final de su vida, y su alimento fue hacer su voluntad en total obediencia y docilidad. Solo así pudo ser mediador entre Dios y los hombres.


   San Agustín, siendo obispo de Hipona, decía a los cristianos: "para vosotros soy obispo, con vosotros soy cristiano; para vosotros soy instructor, con vosotros soy discípulo". Él se consideraba un aprendiz y no quería ser como una pantalla entre sus hermanos y Jesús, su único Maestro. Si alguien dirige, obvio que tendrá que sentarse en la cátedra de Pedro, o en la cátedra episcopal o en la silla de gerente, pero también tendrá que aprender a sentarse en el humilde pupitre, con el sentimiento y el deseo de querer aprender, porque nadie tiene la verdad completa.

 

   En el reino de Dios todos somos aprendices y hemos de acudir día tras día a la escuela de la palabra y escuchar al Espíritu que inspira en el interior de la persona puede hablarnos por medio de los otros. Hasta un niño pequeño nos da las más grandes lecciones.

 

   Si la sociedad nos ofrece relativizar y volver “patas arriba” los valores, ¿Cómo está nuestra coherencia de vida? A muchos nos falta coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos; entre la fe que confesamos, la moral que vivimos y las acciones concretas. Jesús manso y humilde, que vino a dar testimonio de la verdad, vivió y murió para servir y no para ser servido. Quien no vive para servir, no sirve para vivir”.

 

   Si amamos al Señor, ese amor nos pide coherencia. Coherente es el que marcha por el sendero de la vida recta, honesta y transparente como lo manda Dios. Y la clave está en ir de la mano del Señor y del bien obrar, porque la coherencia nunca se alimenta del mal.

 

   ¿O será que, ni siquiera sabemos qué es vivir en coherencia? Porque existe la tentación de acomodarnos a un estilo de vida incoherente y, no contentos con ello, buscamos llevar a otros por ese camino para así sentirnos avalados en la tibieza y mediocridad. ¿Será que huimos a la luz y preferimos obrar a la sombra de la incoherencia, para evitar que la luz evidencia nuestro mal obrar?

 

   Si el mundo propone imponerse a toda costa, competir, hacerse valer a como dé lugar, recordemos que, quienes creemos en Dios, por su divina gracia, somos agentes de servicio a los demás, y no en la altivez ni en la arrogancia, sino en disponibilidad y entrega. Y esto, en ningún momento es debilidad, sino autentica fuerza divina que se extiende a través de nosotros. Quién lleva en sí el poder de Dios, de su amor y su justicia, no necesita usar violencia, sino que habla y actúa con la fuerza de la verdad, de la belleza y del amor”.

 

   Pidámosle al Señor Jesús, manso y humilde de corazón, que nos dé un corazón semejante al suyo. Que en nuestras relaciones diarias no prevalezca la búsqueda de intereses propios, sino el don inestimable de la humildad, la fraternidad y el propósito de dar gloria a Dios en el amor a los demás porque, ante la meta del reino, todos somos aprendices.

 

   A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.capillasantaanachia.org les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la Buena nueva del Señor, donde quiera que nos encontremos.

 

   Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Santísima Virgen los proteja.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía 

 “Amor a Dios y al Prójimo: las Dos Puertas del Cielo”

 

Saludo y bendición a todos los fieles de esta comunidad.

 

   A la pregunta del maestro de la ley, ¿cuál es el mandamiento más importante de la Ley?, el Señor le responde: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y toda tu mente” y “Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Las preguntas que le hacemos a Dios siempre se quedan cortas. Por eso Jesús responde a lo que le preguntamos, pero la complementa. Le preguntan por el primer mandamiento. Pero él añade también el segundo. Porque tanto el primero sin el segundo, como el segundo sin el primero, quedarían mancos e incompletos.

 

La novedad consiste justamente en poner juntos estos dos mandamientos, el amor de Dios y el amor por el prójimo, revelando que estos son inseparables y complementarios, son dos caras de una misma medalla. Son como las dos ruedas de una bicicleta, en la que pedaleamos hacia el cielo. “Amar a Dios y amar al prójimo: las dos puertas de entrada a la eternidad”.

 

A veces pensamos que nos bastaría solo amar a Dios, pero olvidamos que amar a Dios se hace visible en el amor al prójimo. Esto requiere un corazón noble, manso, humilde y obediente, que cuando ama a Dios y al prójimo, cumple la voluntad divina. A Dios se le obedece porque se le ama, y porque él nos ama a todos. Y, “Amar al prójimo como a uno mismo”, hace que el amor a Dios crezca y adquiera sentido y plenitud. Amando y cuidando a los demás, es como circula el amor a Dios, y Él se encargará de cuidarnos.

 

Amar a Dios, a quien no vemos (sentido vertical del amor), es imposible si no amamos a los que tenemos alrededor (dimensión horizontal del amor). No podemos afirmar que amamos a Dios, sin mirar para los lados. En el amor a Dios y al prójimo aprendemos a reconocer nuestra semejanza con el creador. Amarlo, implica amar todo aquello que él ama, identificable en sus criaturas. El segundo mandamiento coloca al prójimo como objetivo de nuestros cuidados. Quien ama a Dios se convierte como un ángel guardián de su hermano, porque el otro es mi responsabilidad. “Nos salvamos, salvando”. Si Dios nos cuida y protege, en el cuidado y amor a los demás, medimos la calidad del amor divino que circula en nosotros. La clave para sentirnos amados de Dios, está en que los demás se sientan amados por nosotros.

 

Amar “como a uno mismo”, implica una pregunta adicional. ¿Y cómo me amo a mí mismo? Así como Dios me ama: valorarme, estimarme, aceptarme, confiar, esperar o hablar bien de mí mismo, como Dios lo hace conmigo. Esto nos permite saber que Dios ha puesto en nosotros una exigencia de crecimiento y maduración hasta “llegar a la estatura de su mismo Hijo, Jesús”, nos ayuda a redescubrir nuestra dignidad y reconocer la grandeza de ser sus hijos. Entonces, según como te ames a ti mismo, Dios sabrá cómo lo amas a él y a los demás. ¡Según como ames a Dios, sabrás cómo te amas a ti mismo!

 

Desde que Cristo murió en la cruz, “amar a Dios y al prójimo lleva un toque de Cruz”. Es como abrir y extender los brazos de la cruz, abrazados por Dios y abrazando al prójimo. Es así, que por su gracia divina circulará su amor, hacia y a través de nosotros. El amor a Dios no estará completo si se queda encerrado en nuestro corazón. Pero si se vuelca hacia el prójimo, se perfeccionará y hará palpable el amor a Dios. Amar a los demás como a nosotros mismos, es como hacemos visible del amor a Dios. El amor humano halla su máxima expresión en el amor divino.

 

Dios es la -fuente de amor divino-. Se trata, entonces, de dejar que él fluya a través de nosotros. Nuestra mejor apertura hacia el amor de Dios, será dejar entrar a los demás en nuestro corazón, porque nada satisface al corazón, como el amar a Dios y a los demás. “Las abejas sólo pueden posarse sobre las flores que han florecido”, como el corazón sólo puede hallar descanso posándose en el amor de Dios (S. Agustín).

 

No olvidemos que el “sueño” de Dios para con nosotros, consiste en que hemos sido creados para amar y ser amados. Dios, que es Amor, nos ha creado para hacernos partícipes de su vida, para ser amados por Él y para amarlo, y para amar con Él a los demás. El amor da impulso y fecundidad a la vida y a la fe:  sin el amor de Dios, todo será estéril.

 

Que el banquete Eucarístico nos de fuerza para superar toda división, rencor, juicio u ofensa contra nuestros hermanos. Pidamos al Señor que, amando al prójimo descubramos el reflejo del rostro del Señor. Que María Santísima, que supo amar y cumplir plenamente la voluntad de Dios, nos enseñe a cumplir el mandamiento de su divino hijo.

 

A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.capillasantaanachia.org les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la Buena nueva del Señor, donde quiera que nos encontremos.

 

Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Santísima Virgen los proteja.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía 

“Del César, las Cosas. Nosotros, de Dios.”

 

Saludo y bendición a todos los fieles de esta comunidad.

 

   En el Evangelio de hoy Jesús nos presenta el criterio perfecto de conducta cristiana. Como hijos de Dios debemos ser buenos ciudadanos, administrando rectamente los bienes y riquezas de este mundo. Pero lo más importante es que somos imagen y semejanza suya, signados con su huella como ciudadanos del cielo, con la dignidad y el valor que solo Dios nos puede dar.

 

   Ante la “pregunta capciosa y la adulación”, Jesús los desenmascara dándole vuelta al argumento, y echándoles en cara su hipocresía. El dinero lleva la imagen del César, pero el hombre, lleva la imagen de Dios”. La alabanza y la adulación siempre producen una pequeña anestesia. Y con la anestesia es más fácil “la cirugía”. Comienzan por “anestesiarlo con alabanzas y reconocimientos”.

 

   Jesús no cayó en la trampa de las pequeñas lealtades de lo temporal y lo caduco, ni se dejó llevar de la “dulce adulación”. “Tan hipócrita es el que alaba, como el que se deja ganar de la alabanza”. Jesús centra su mensaje en el Padre Dios, no en dirimir pleitos ni en ser juez de los negocios humanos. Su palabra está por encima de todas las pequeñeces. Va a lo profundo y definitivo del corazón, porque quiere hacernos partícipes del gran negocio de Dios: la vida eterna.

 

   Al dinero, - monedas y billetes-, les da valor la imagen y las firmas impresas en ellos. Si el denario “lleva la imagen del César”, el denario le pertenece al César. Entonces “dad al César lo que es del César”: lo local, lo caduco y temporal. Pero si el hombre “lleva la imagen de Dios”, a Dios lo que es de Dios, y el hombre le pertenece a él. Se podrá jugar con el valor del denario, pero no con la dignidad del ser humano, imagen de Dios.

 

   Dios y el César no están al mismo nivel, de modo que, “dad a Dios lo que es de Dios”: lo santo, lo divino, lo perfecto, lo sagrado, lo eterno e imperecedero, lo que tiene valor infinito. Por llevar la firma del creador, nunca nos devaluamos: él es nuestro respaldo y garantía desde el momento mismo de la creación: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”.

 

   El César puede “ser dueño del denario”. Pero “no puede ser dueño del hombre”. El César “puede revalorizar o devaluar el denario”. Pero no puede “devaluar al hombre”. El valor del denario “depende de la imagen del César”. Es el César “quien le de valor”. El valor del hombre “depende de la imagen de Dios en él”. Es Dios quien “pone valor al hombre”. La Bolsa no puede jugar con el precio del hombre. Con el dinero podemos hacer negocios.

 

   El hombre no es una “moneda circulante que se negocie”. Dinero y ser humano son dos realidades distintas. Será el hombre quien se sirva del dinero, no quien se esclavice de él. Pero tristemente vemos que, por el poder y el dinero se destruyen los pueblos, acabándonos entre nosotros mismos. O se compra y se vende la dignidad humana, sin importar que la imagen del César oxide y carcoma el alma.

 

   Llevamos la impronta del creador, y se nos exige, por ello, ser honorables y correctos en el manejo de los bienes de este mundo. Todo está bajo la lupa de Dios. Aquel que todo lo da, tiene puesta su mirada sobre los bienes de este mundo. ¿Qué hacemos con lo que él nos da? ¿Al que nos da, le damos solo un poquito, - para salir del paso-? ¿Bastará darle a Dios una hora a la semana, sabiendo que él nos da todo el tiempo y la eternidad? ¿Pensamos que Dios está en el templo, pero fuera ya no?

 

   ¿Olvidamos que lo del César, también es de Dios, y a Dios hay que regresarle todo? ¿Somos conscientes que nunca podremos pagarle todo el bien que nos ha hecho? ¿Somos conscientes que, al cielo, lo único que Dios nos permite llevar, es lo que le damos a los demás? ¿Olvidamos que los pobres son un cofre sagrado donde podemos depositar nuestros ahorros para la eternidad? ¿Nos queda claro que Dios es el mejor negocio del alma y no del bolsillo?

 

   El Evangelio nos muestra la imposibilidad de servir a dos señores. Somos portadores de la imagen de Dios y a Él debemos servir, sirviendo a los más necesitados con lo que él nos presta. Que esta eucaristía nos abra al brillo de la gracia divina, porque el brillo de Dios está por encima de cualquier dinero y riqueza material. “No todo lo que brilla es oro, pero si yo oro, todo brilla”.

 

   A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.capillasantaanachia.org les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la Buena nueva del Señor, donde quiera que nos encontremos.

 

   Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Santísima Virgen los proteja.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía 

“Vamos Todos al Banquete del Hijo de Dios”

 

Saludo y bendición a todos los fieles de esta comunidad.

 

   El Evangelio de este domingo es un completo banquete. ¿Qué puede haber mejor que un banquete entre amigos, para describir lo que es el cielo? Dios se ha valido de esta imagen para sellar las “bodas” de su hijo amado con su pueblo, ratificándonos su decisión: “Y yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin de los tiempos”. Y aunque muchos prefieren estar lejos de él, bebiendo de otras fuentes, su amor lo ofrece a todos. Al final serán aquellos con los que nadie contaba, buenos y malos, los que terminarán acudiendo al banquete. Adicionalmente, en la fiesta todo se olvida, todo se perdona, y si queda algún rencor, con el sabor del pan y la alegría del vino se pulen todas las diferencias.

 

   El Amor de Dios no conoce fronteras, y sus caminos son recorridos por nuevos heraldos que invitan, sin excepción, a los pobres y olvidados, y a todos los que viven con el corazón necesitado de Dios. La fiesta sólo comenzará cuando el salón esté repleto. Hasta entonces no puede cesar la invitación porque Dios no fracasa y su banquete ya está preparado. Como Dios no repara en los méritos, los que aceptarán su invitación serán aquellos que estén dispuestos a salvarse, aquellos que sí tienen tiempo para él: los sencillos y los humildes, y a los que muchos consideramos malos.

 

   Colocar evasivas a la invitación, significa poner en riesgo el banquete celestial. Lo curioso es que quienes no quisieron aceptar la invitación del rey, no eran pecadores, ni estaban ocupados en actividades pecaminosas, sino que tenían ocupaciones decentes: fincas o negocios. El problema son las evasivas que le colocaron a la invitación. A nosotros también, lo que nos puede alejar del reino de Dios, quizá no sea tanto el pecado, sino nuestra indiferencia ante las múltiples invitaciones de Dios. ¿Por qué fácilmente aceptamos ir a cualquier boda, y nos resistimos a aceptar la invitación al banquete Eucarístico? Asistimos a tantas bodas, pero no tenemos tiempo para asistir al encuentro amoroso del Hijo de Dios con cada uno de nosotros. Todos queremos quedar bien delante de Dios, pero ante sus invitaciones tenemos mil disculpas, y la mayoría de ellas mundanas y profanas.

 

   Y no basta con aceptar la invitación al banquete. Habrá que acudir vestidos de fiesta, porque de lo contrario nos quedaremos fuera de él. ¿De qué vestido se trata?  Recordemos que el primer vestido que se coloca el cristiano es el bautismo, revistiéndolo con la gracia de Dios, adornándolo con el don de la fe y recordándole la impronta de Dios, como imagen y semejanza suya. Aunque el pecado manche este vestido, no nos impide ir al banquete, porque a la entrada tenemos el traje del perdón que Dios otorga, si hemos revestido nuestra vida con el traje del amor, la caridad y las obras de misericordia.

 

   Si en el banquete de bodas había comida suculenta y manjares suculentos, ¿por qué no acudieron? Lo que acontece es que, así como hay muchos que tienen buen apetito de Dios y buscan para sus vidas algo trascendente y espiritual, también hay muchos a quienes no les apetece el banquete de Dios, y por frialdad espiritual no saben a qué sabe Dios, apartándolo de sus vidas. Es verdad que Dios siempre invita. “Somos muchos los invitados, pero también es verdad que somos muchos los que nos resistimos”. Con lo que ofrece este mundo, fácilmente uno piensa que lo tiene todo, y nos ocupamos en “tantas cosas”, que nos obsesionamos con “los afanes y negocios” de este mundo, hundiéndonos así en la “sordera del tener” o en la “indiferencia que da la abundancia del poder, del tener o del placer”.

 

   Cuenta la historia de unos ángeles que Dios envió a la tierra con tarjetas de invitación a una gran fiesta. Los invitados sacaban disculpas y nadie fue. Al final los ángeles volvieron al cielo con las tarjetas. Entonces Dios les dijo: “Si les hubiera enviado la invitación a un funeral, tal vez habrían aceptado todos”. Dios nos invita a la vida en gracia, pero preferimos el pecado. Nos invita a vivir en comunidad, pero preferimos nuestro individualismo. Nos invita a vivir la alegría de ser hermanos, pero preferimos sentirnos como extraños. A Dios le encanta la fiesta. Él es un Dios que hace fiesta, un Dios enamorado de nosotros y se quiere comprometer definitivamente con nosotros.

 

   Es preciso devolverle a nuestra vida cristiana, el sentido de fiesta y de boda. Un cristiano triste es un triste cristiano. Ojalá podamos sentirnos “cristianos invitados a la boda”; “cristianos que celebran, hablan, cantan y ríen, y exhiben el carné de “invitados”, “no de obligados”. “Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría”, no nos dejemos quitar esa alegría”.

 

   Que cada Domingo celebremos con el Padre, las bodas de su Hijo, en el banquete de la eucaristía. Que nada nos impida el encuentro con el Señor, y vistámonos de fiesta con el traje de la caridad y las obras de misericordia para ser dignos de su reino.

 

   A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.capillasantaanachia.org les |envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la Buena nueva del Señor, en la Viña que él nos ha encomendado, donde quiera que se encuentren. 

Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Santísima Virgen los proteja.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía 

“Somos tu Viña Amada, Señor. Haz que Demos Frutos de Amor”

 

Saludo y bendición a todos los fieles de esta comunidad.

 

   Dios, el dueño de la viña, ha cuidado con amor incondicional a su viña amada, el pueblo Israel. A través de una larga historia de fidelidad le envió profetas para señalarle el camino y las exigencias del Reino, pero no los escucharon. Al final, envió a su propio hijo, el heredero y dueño de la viña, pero, al igual que los profetas terminó de la misma manera.

 

   El dueño de la viña la ha adornado con sus dones, “para que contemplemos la grandeza de sus obras y disfrutemos sus maravillas, - de las cuales somos responsables-, y en todo momento le alabemos y le demos gracias (Prefacio V Dominical). Todo lo hemos recibido a modo de “arrendamiento”, no como dueños, sino como responsables de su cuidado, y encargados de su crecimiento. Quien se sabe administrador responsable frente a lo que Dios le ha dejado, se esfuerza por hacer crecer lo que tiene, y él mismo va creciendo mientras hace fructificar lo confiado. Al contrario, cuando nos dejamos llevar por el afán de poseer, o movidos por el miedo a perder lo que creemos que es nuestro, queremos tenerlo todo sin rendir cuentas a nadie y terminamos perdiéndolo todo.

 

   Dios nos encomendó su viña, pero tenemos muchos riesgos: No dar los adecuados frutos de gracia que él espera de nosotros. Creernos dueños de las cosas de Dios y aún de Dios mismo. Trabajar con las cosas de Dios, pero excluyendo de ellas al mismo dador de bienes, y de quien procede todo. Cuando convertimos los dones en nuestra propiedad pierden su grandeza y su belleza. Como una porción del mar, encerrada en un pozo carece de inmensidad, cuando nos creemos dueños o amos de todo, acabamos por perder la totalidad de la viña encomendada.

 

   Esa tentación ha existido siempre: querer ser dueños de todo, y apropiarnos de la viña del Señor queriendo eliminar al mismo Dios porque incomoda. Matar a Dios para que viva el hombre. Negarle a Dios todos sus derechos de creador y de autor. Así acabamos con el dueño de la viña para no tener que dar cuenta a nadie, para librarnos de toda referencia al creador, incluso, para acabarnos entre nosotros mismos, ser propietarios del universo, de la tierra, de nuestros cuerpos, y manipular ciegamente el ser humano jugando a ser “dioses”.

 

   Pensamos que, si eliminamos a Dios de nuestras vidas “ya somos dueños de nuestra libertad para vivir como queramos”. Los profetas, los hombres de Dios que han hablado al pueblo, que no fueron escuchados, serán su gloria. El Hijo, el último enviado, que fue precisamente descartado por eso, juzgado, no escuchado y asesinado, se convirtió en nuestro salvador, porque Dios, - que es rico en misericordia-, sigue mostrándonos su infinita paciencia. Es precisamente de esos profetas muertos que todo toma vida (P. Francisco)

 

   El Evangelio nos descubre la dicha de “sentirnos labradores de Dios”, “empleados de Dios”, y también nos recuerda la responsabilidad de aceptar, recibir y escuchar a aquellos que Dios nos envía para anunciarnos las buenas noticias, pero colocamos resistencias en nuestro corazón. Tenemos la osadía de pretender hacernos dueños de nuestra salvación y de la salvación del resto. Eliminamos a Dios “y queremos salvarnos sin él, y a nuestro estilo”. Colocamos condiciones al amor de Dios que perdona a todos, y nos convertimos “no en perdonadores”, sino en “jueces que dictamos sentencia”.

 

   No solamente somos “viña del Señor”; también somos trabajadores en ella. Y cada uno responsable de preparar la tierra, de regar, de podar, de desinfectar. Porque luego Dios viene a recoger los frutos y racimos de esa viña que él mismo ha construido, adornado y cuidado tanto cariño, como en la más bella familia (viña sagrada del Señor), los padres dan amor, dedicación y ternura a sus hijos, como lo canta aquella canción: “Cuántos esfuerzos y desvelos de los padres para que a sus hijos no les falte nunca nada; para que cuando crezcan lleguen lejos, y puedan alcanzar esa felicidad tan anhelada. Mas luego cuando ellos se van, algunos sin decir adiós, el frio de la soledad golpea nuestro corazón…”

 

   Cada uno somos “viña consentida y amada del Señor” Reconozcamos el cúmulo de dones espirituales y materiales, las capacidades, los talentos y carismas que Dios nos ha confiado como herramientas para cuidar y adornar su viña. Dios que nos ha cuidado con tanto amor, espera de nosotros la fuerza de nuestro amor para sembrar el cielo en el suelo de su viña.

 

   Que cada Domingo, el Señor pueda recoger los frutos en la viña de nuestro corazón. Él siempre nos da oportunidades para florecer. No permitamos que cuanto Dios ha invertido en nosotros, se malgaste.

 

   A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.santaanacentrochia.org les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la Buena nueva del Señor, en la Viña que él nos ha encomendado, donde quiera que se encuentren.

 

Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Santísima Virgen los proteja.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía

Que tu sí, sea un SÍ, o que tu no Sea un NO”

 

Saludo y bendición a todos los fieles de esta comunidad.

 

   Este Evangelio cuestiona a fondo nuestras respuestas a las llamadas de Dios, mediante dos modelos diferentes de hijos, con algo de positivo cada uno. En la actitud de ellos, Jesús quiere que nos asomemos a la mente y al corazón de Dios. Todos podemos contestar a la pregunta que nos hace Jesús: ¿Cuál de los dos hermanos hizo la voluntad de su padre? La No se trata de imitar a alguno de los dos, sino para sumar lo bueno de cada uno, en aras de un bien mayor: trabajar en la viña del Señor.

 

   Dios nos dotó de libertad para poder elegir. Un “no” siempre puede convertirse en un “sí”. El primer hijo de la parábola representa a los ancianos, los sacerdotes, los escribas, los conocedores de las escrituras y exploradores de las minucias de la ley. Sus vidas aparentemente eran “un sí”, pero sus mentes, sus corazones y sus actitudes fueron “un no” ante el mensaje de Jesús. El segundo hijo representa a los recaudadores de impuestos, prostitutas, gente sencilla, los gentiles y pecadores cuyas vidas fueron “un no” a Dios, de espaldas a él. Pero escuchando el mensaje de conversión predicado por Juan Bautista, sus vidas, que aparentemente eran un no, se transformaron en “un sí”. Ese era el mundo de los que necesitaban a Jesús y lo veían como el único que los podía rescatar.

 

   Muchos han dicho “no voy”, pero luego tienen el coraje de reflexionar y “van”; y muchos –para quedar bien- han dicho “sí voy” pero luego sus vidas han sido un “no” al evangelio. Pretendemos quedar bien con “nuestras palabras”, pero luego quedamos mal con “nuestras acciones”. “Nuestras palabras reflejan nuestra manera de pensar, pero nuestras acciones son las que demuestran quienes somos en verdad”. No basta decir sí, si luego nuestras acciones y nuestra vida son incoherentes, y terminan siendo un “no”.

 

   ¿Cuántos, por el pecado, hemos dicho “no” a Dios, y luego, por gracia divina, damos un “sí” a la voluntad de Dios? ¿Cuántos hemos dicho “si” a Dios, pero nuestra vida termina siendo un “no”? ¿Cuántos dicen creer en Dios, pero luego lo quieren a su antojo, si cruz y sin exigencias? Muchos, llamados católicos, creen que les basta haber ido tres veces a la Iglesia: cuando le echaron agua en el bautismo. Cuando le echaron arroz en el matrimonio, y cuando le echen tierra en la sepultura. ¿Cuántas familias dicen “sí” al bautismo de sus hijos, pero luego son indiferentes a su formación cristiana? ¿Cuantos dicen “si” a los valores y luego viven de cualquier manera?

 

   Miremos el matrimonio: ¡Cuántos matrimonios ante el altar viven con gozo y alegría esa fecha dulce y bendecida! Todo es una fiesta al amor que comienza con un rotundo sí al amor, jurando ante Dios fidelidad “en lo bueno y en lo malo, en la alegría y en la tristeza, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, para amarte y respetarte todos los días de mi vida”. Luego sigue el baile del vals, sigue la “luna de miel”. Todo es un canto al amor. Pero un canto que, pasado el tiempo, se va rayando, se apaga su música y comienzan los desamores, la violencia, la infidelidad, el maltrato, el divorcio y, por ende, el dolor irreparable en los hijos. Y aquella sentencia que el Señor les dio, el día del matrimonio: “Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”, fue cambiada por otra, resultado de la arrogancia de los esposos: “No te soporto…Vete”. Le dijeron “SI” a Dios, y ahora su vida es un completo “NO”.

 

   Si decimos “sí” a Dios amor, tendremos que decir no al rechazo a nuestros hermanos. Si decimos “sí” al perdón ofrecido en la cruz, debemos decir no al deseo de venganza. Si decimos “sí” al Dios de la vida, debemos decir no a todo lo que daña la vida y la verdadera felicidad. Si decimos “sí” a la invitación que Dios nos hace a trabajar por su reino presente en la iglesia, debemos decir no a la pereza. Si decimos “sí” a todo lo que engendra paz y alegría, debemos decir no a todo lo que destruye la paz. Si decimos “sí” al amor, a la familia y a los valores, tendremos que decir no a cuanto los rompa y los dañe.

 

   El peor obstáculo que Dios encuentra en nuestro corazón, es la arrogancia, la tibieza y frialdad espiritual, y querer prescindir de él, cerrarnos a su voluntad. San Pablo dice que Jesús es el hombre del “sí”, y Dios dice “sí” a todos sus hijos. ¡Qué maravilla y privilegio tiene el pecador cuando puede cambiar y darle un sí rotundo a Dios! Vigilemos, entonces, para que nuestra siempre sea un SÍ a la voluntad a los que Dios quiera.

 

   Recordemos que Jesús se goza en el que, a pesar de haber puesto obstáculos o haber dicho “no”, a través de su esfuerzo y disciplina, logra decir “si”, en aras de la salvación y de la verdadera felicidad (Ver apunte 6: ¿Qué es para ti la felicidad?)

 

   A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.capillasantaanachia.org o del Facebook de la capilla, les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, el Reino de Dios, donde quiera que se encuentren. 


Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga, y María Santísima los cubra con su manto.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía

“Señor, No Nos Mires Según Nuestros Méritos, Sino Según Tu Corazón”

 

Saludo y bendición a todos los fieles de esta comunidad.


   “En la página del Evangelio de hoy encontramos la parábola de los trabajadores llamados jornaleros, que Jesús cuenta para comunicarles que Dios quiere llamar a todos a trabajar para su Reino, y que al final quiere dar a todos, la misma recompensa, es decir, la salvación, la vida eterna”. (Papa Francisco)


   Esta parábola habría podido comenzar diciendo: “El Reino de los cielos se parece a un propietario que amaba con un amor gratuito”, es decir, un Dios que no busca nuestro rendimiento, sino que, por amor nos busca a nosotros. Y para responder al llamado del Señor, se requiere la buena disposición y el uso de las herramientas con las que él nos dotó, los talentos y carismas que colocó en nuestras manos para trabajar por los valores del Reino.


   El propietario de la viña es Dios. Los trabajadores de la viña somos todos, porque para Dios nadie llega demasiado tarde. Para su Reino, valemos todos y servimos todos, y la recompensa es justa y generosa según la medida de su corazón. El llamado para implicarnos en la construcción del Reino, es para todos: “¿Qué hacéis aquí parados sin hacer nada?” “Nadie nos ha contratado”. Tan malo es “pasarnos la vida sin hacer nada”, como “no invitar a todos a hacer algo”. Tan responsable es el que no tiene la iniciativa de hacer algo, como el que no invita a los demás a hacer algo. Cada uno con una misión, pero cada uno comprometido en algo.


   El dueño de la viña da a los últimos igual que a los primeros. ¿Porqué al que escucha su llamado y llega a trabajar la última hora, le da igual que al que fue llamado a primera hora? Porque no son nuestros méritos los que tienen que pasarle factura a Dios. Nuestra lógica, –siempre cuantitativa- concibe un Dios que lleve la contabilidad de cuanto hacemos para pagarnos por ello. Ahí radica la dificultad para entender el “acento cualitativo” de la parábola. Por el egoísmo hacemos prevalecer nuestros méritos y cerramos nuestro corazón a Dios cuyos caminos son los del amor gratuito y la generosidad extrema. No entendemos a un Dios que no espera recibir para dar y que nos ama no por lo que hacemos, sino por lo que somos. En la parábola, todos recibieron lo que habían pactado. Si el dueño de la viña quiere ser generoso con otros, es por su divino amor y, ante tal decisión, no puede caber la envidia.


   En lógica de la parábola, tener un corazón acogedor es el primer requisito para trabajar en los campos del Señor, es desgastarse por los demás, sin encumbrarnos, sin creernos más que los otros y sin esperar nada a cambio. En esta misma lógica, la recompensa por la fe será dada al creyente según la medida o estatura espiritual que haya alcanzado en el servicio del Reino del Señor.

 

   El campesino usa el arado para surcar la tierra. Así, el cristiano, haciendo uso de las facultades con las que lo adornó el creador, ha de labrar los senderos de la eternidad, sirviendo a Dios y a sus semejantes, sabiendo que, “a jornal de gloria, no habrá trabajo grande”. ¿Si no se trabaja por extender el Reino, a qué recompensa se puede aspirar? Recordemos el refrán: “El tiempo perdido, los santos lo lloran”


   Dios no quiere que nadie se quede sin recibir la paga generosa de su amor, y nosotros no podemos impedir o colocarle frenos al amor del Señor. Lo maravilloso es pensar que todos somos aptos para trabajar por este mundo, por la Iglesia, por el Reino y por nuestra salvación. Dios mira las cosas de otra manera: para él somos valiosos, más allá de los títulos y los méritos: Aunque nuestras conquistas sean pequeñas, nos llena de sus bienes. Para él, somos su obra preferida, y valemos más que nuestros propios logros y acciones. Él no nos mira por nuestros méritos sino conforme a la bondad de su corazón. Él no nos debe nada. Nosotros somos sus eternos deudores”. Conviene pedirle cada día:Danos, Señor, el trabajo, para merecer el pan que tú nos das


   No nos quejemos porque el mundo anda mal. Preguntémonos ¿qué hacemos para que ande mejor? El mundo no va a cambiar por nuestros lamentos o críticas. Más bien, utilicemos las cualidades y talentos extendiendo en este mundo necesitado y sediento de Dios. El dueño de la viña está esperándonos para que le ayudemos, -con nuestra mano de obra-, labrando senderos y marcando huella para la cosecha en la eternidad.


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Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía

“El Perdón Es Tan Grande Como El Amor”

 

Saludo y bendición a todos los fieles de esta comunidad.

 

   El Domingo anterior, el llamado fue a la corrección fraterna. Hoy, las campanas “tocan a vivos”, porque tocan al “perdón”; y perdonar es “dar vida al que llevábamos muerto en nuestro corazón”. El perdón es la capacidad que nos da Dios de “poder resucitar a los que nos habían ofendido”; la gracia que Dios nos da “de participar en el dinamismo de su amor y de su misericordia”. El perdón es de Dios y viene de él, como el mejor de los regalos. La misma palabra “perdón” significa: PER (Máximo) y DON (Regalo). El perdón es el máximo regalo de Dios que pasa a través de su Hijo a nosotros, y de nosotros a los demás.

 

   Es frecuente decir: “Yo perdono, pero no olvido”, o “¡Que Dios te perdone, porque yo no! Si lo decimos porque la ofensa recibida duele, es algo natural por el daño causado; pero si esto expresa rencor, odio o sed de venganza, eso no es de Dios. Si el deseo de venganza quizá sea espontaneo, el perdón será la luz vence la oscuridad y el mal a fuerza de bien. Dios grabó en nuestros corazones una inclinación al perdón, anterior incluso a la misma ofensa. Como hijos de Dios sabemos que, cuando perdonamos a los demás, estamos reconociendo que ya antes hemos sido perdonados.

 

   Dios no lleva cuentas de nuestros pecados, porque nadie podría resistir. Lo triste es que a nosotros si nos gusta llevar cuenta de los pecados y ver los errores de los demás, como fardos cargados en sus espaldas, mientras que, a nuestros pecados los minimizamos en un liviano morral colgado en nuestro pecho para no verlos. Aun siendo perdonados siempre por Dios, quienes nos decimos ser católicos, salimos gritando: “Ya me lo pagarás…te espero a la salida…” Recordemos: ante Dios, todos somos eternos deudores, y solo podremos ir saldando esa deuda, devolviéndole algo a Dios, es decir, dando a los demás. ¿Cuál es mi deuda con Dios? ¿Qué ahorros estoy haciendo para pagarla?

 

   Dice el Papa Francisco: “Cuando sufrimos algún mal o alguna afrenta, ¿logramos reaccionar sin animosidad y perdonar de corazón a los que piden disculpas? ¡Qué difícil es perdonar! ¡Cómo es difícil! “Me las pagarás”: esta frase viene de dentro” “Ante la gravedad del pecado, Dios responde con la plenitud del perdón. La misericordia siempre será más grande que cualquier pecado y nadie podrá poner un límite al amor de Dios que perdona”. Y añade: “Pedir perdón no siempre significa que estamos equivocados y que el otro está en lo cierto. Simplemente significa que valoramos mucho más una relación que nuestro ego”.

 

   El Santo cura de Ars, en su infinidad de confesiones, decía al penitente: “El Buen Dios lo sabe todo. Aún antes que te confieses, ya sabe ya que volverás a pecar de nuevo, y sin embargo te perdona. ¡Cuán grande es el amor de nuestro Dios que lo lleva hasta a olvidar voluntariamente tus pecados futuros, con tal de perdonarte!”

 

   La medida del perdón es el amor. Y el amor es lo que “más nos asemeja a Dios” y lo que “más revela a Dios dentro de nosotros”. El compromiso de los novios de prometerse amor “para siempre”, ¿acaso no es el compromiso de “perdonarse siempre”? Es esto lo que hace Dios en la confesión: seguramente nos hemos confesado más de “setenta veces siete”, y siempre nos ha perdonado. Si nos cuesta perdonar es “porque nos cuesta amar”, o mejor, “amamos poco”, y quien poco ama, poco perdona.

 

   Dios “ama sin medida”, y “perdona sin medida”. El que pone medida al amor o medida al perdón, no posee el amor de Dios en él. El amor de Dios y el perdón de Dios es “setenta veces siete”, es decir “siempre”. El amor “ama siempre” y “perdona siempre”. Cuando “me niego a perdonar”, estoy convirtiendo mi corazón “en cementerio de muertos”. Porque “no perdonar es matar al otro dentro de mí”. Y convierto mi corazón “en una tumba para él”. Mientras que cuando perdono “estoy devolviendo la vida al otro”. Estoy abriendo “mi corazón y mi vida al otro”; “estoy dignificando al otro y haciéndolo libre”.

 

   Es que no hemos descubierto la verdadera belleza del perdón. Lo vemos “como el sacrificio de nuestro orgullo”. Y el perdón no puede ser visto a través del orgullo sino a través de la grandeza del corazón. No hay que ver el perdón como un sacrificio, “sino como nuestra capacidad de resucitar, de dar vida al otro”, “de poner en pie al otro”, como lo hizo Jesús: “Tus pecados están perdonados”: “levántate y anda”. “no me debes nada. Quedas libre”.

 

   ¿Queremos convertir nuestros corazones en el cementerio de no perdonados? ¿Acaso, no es mejor, convertir nuestros corazones en puertas y ventanas abiertas como lo hizo el Señor el día de su resurrección, y así resucitemos con él? No guardemos el perdón en el corazón; liberémoslo perdonando y tendremos un “corazón de resucitados”, igualito al corazón de Jesús, donde todos florecemos por el triunfo de la vida, es decir, por el triunfo del perdón.

 

 

   “Que resuenen las campanas de la vida, las campanas del perdón” Si la cabeza se niega a perdonar y el orgullo se siente herido negándose a perdonar, dejemos que el corazón se llene de amor y misericordia y reavive en él el amor para hacer revivir al otro. No podemos llegar a la tumba sin perdonar. Aprendamos a perdonar, perdonando. Así podremos decir: “Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a quienes nos ofenden…”

 

   A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.capillasantaanachia.org o del Facebook de la capilla, les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, el Reino de Dios, donde quiera que se encuentren.

 

Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga, y María Santísima los cubra con su manto.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía


“Si Tu Hermano Peca, Corrígelo con Amor ¡Hoy por Ti, Mañana por Mí!”

 

Saludo y bendición a todos los fieles de esta comunidad.

 

El Evangelio de este domingo se centra en la corrección fraterna. Nos dice cómo resolver los conflictos y cómo hay que tratar al que peca, que antes de ser pecador, es un hermano nuestro, y un hijo de Dios amado entrañablemente por Él. Es un anuncio de esperanza en el poder del perdón frente al hermano que ha pecado y ofendido a la comunidad. El profeta Ezequiel nos exhorta a no ser cómplices del pecado, y San Pablo nos recuerda: “No tengan con nadie otra deuda que la del amor mutuo, porque el que ama al prójimo, ha cumplido toda la ley.

 

Recordemos que el credo confiesa que la Iglesia es “una y santa”; pero también nos dice: “creo en el perdón de los pecados”. Somos una comunidad creyente pero también comunidad pecadora; una familia de gente imperfecta que tiene por misión ayudarse mutuamente a madurar en el amor y en el perdón. Nadie está exento de debilidades y pecado. Jesús no se escandaliza del pecado, antes bien nos deja los resortes de ayuda mutua. Que los buenos no se sientan superiores, sino responsables de los más débiles espiritualmente.

 

Jesús deja claro que, en la pedagogía de la corrección fraterna, más importante que el pecado, es la dignidad del pecador. Hacia allá tiende la insistencia de la corrección fraterna:

Lo importante será evitar, a toda costa, la vergüenza ante la comunidad. La actitud ha de ser de delicadeza, prudencia, humildad hacia quien cometió una culpa, evitando las palabras que puedan herir y asesinar al hermano. “Si tu hermano peca, corrígelo a solas… Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos. Si no hace caso, dilo a la comunidad. Si tampoco hace caso a la comunidad, entonces considéralo un gentil”.

 

Ante tantas ofertas de amor y de perdón, si alguien no es capaz de creer en el amor de toda una comunidad, ya está fuera de la comunidad. Y no está fuera de ella por su pecado, sino porque precisamente no fue capaz de creer en el amor que se le brinda. La corrección fraterna, busca, ante todo, que la persona que se ha equivocado, se dé cuenta de los valores que ha atropellado, de las heridas que ha causado y que sí le es posible el cambio y la conversión.

 

La corrección fraterna no consiste “en airear el pecado del hermano”, porque puede envenenar más al hermano y alejarlo. Si nadie se entera, mejor. Cubre con el silencio de tu amor y comprensión, “el pecado de tu hermano”. No se trata de silenciar el pecado del hermano y dejarlo solo. Tienes que asumir una “responsabilidad”: “llamarlo a solas entre los dos”. No es el “silencio culpable”, sino el “silencio responsable”.

 

La “corrección fraterna” no es humillar al hermano, echándole en cara lo que ha hecho. ¡Qué importante es sentirse “amado en esos momentos de pecado! Es levantarle el ánimo y despertar la esperanza. Es “acompañarlo en esos momentos de humillación ante sí mismo”; no dejándolo solo y hundido en la soledad de su pecado. Recordemos que “el que peca, y los que pecamos, no somos unos extraños. Somos hermanos” Hoy puede ser él, mañana puedo ser yo. El pecado, antes que escandalizarnos, nos tiene que doler “por ser el pecado de alguien de nuestro corazón, es decir, un hermano”. Lo sentimos como “pecado de nuestro hermano”. Y cuando el que peco soy yo, sé que tengo a mi lado a un hermano que sufre y siente mi pecado. La presencia de ese hermano, o de esa comunidad, hace sentir que no se está solo ni abandonado, porque alguien está dando la mano, y la comunidad está abriendo sus entrañas.

 

Si en nuestra natural debilidad pecamos, Dios coloca a nuestro lado alguien que puede salvarnos y que incluso, si nos resistimos, otros hermanos más, tratarán de arroparnos con su cariño y su perdón. Nadie puede ser indiferente al sufrimiento de los que nos rodean, porque ser cristiano implica compartir la alegría y la tristeza, el gozo y el llanto, el éxito y el fracaso con todos. Sin embargo, no olvidemos que la corrección fraterna que nos sugiere el Señor, solo será posible en la medida en que estemos unidos a él, porque es quien todo lo puede por su infinito amor.

 

San Agustín, en su frase, “Ama y haz lo que quieras.” da un ejemplo sobre la corrección fraterna: Si alguien tuviera que escoger entre recibir disciplina y ser tratado con cariño, todo el mundo elegiría el segundo. Pero supón que el que disciplina es el papá del niño y el que acaricia es un secuestrador. En ese caso, el amor disciplina y la maldad acaricia. Las flores también tienen espinas: unas acciones parecen duras, aún salvajes; pero son hechas para disciplinarse y formarse en el bien. A nadie le gusta ser corregido- y a pocos les gusta corregir a otros. Esto requiere: Táctica, paciencia, oración, valentía y humildad porque el que corrige a otros debe abrirse a la corrección.

 

Lo que está en juego en la corrección fraterna es: “no abandonar al pecador”, sino “salvarlo”, “levantarlo”, “sanarlo”. Y todo eso significa que “vivimos realmente en una comunidad de amor”, “en una comunidad de misericordia y de perdón”. No somos una comunidad que “condena”, sino “una comunidad que salva”.

 

Que el Señor nos ayude a cumplir con el santo servicio de la corrección fraterna. Aunque exigente y muchas veces doloroso, es garantía del reino celestial.

 

A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.capillasantaanachia.org o del Facebook de la capilla, les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, el Reino de Dios, donde quiera que se encuentren.

 

Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga, y María Santísima los cubra con su manto.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía

“Si Tu Hermano Peca, Corrígelo con Amor ¡Hoy por Ti, Mañana por Mí!”

 

Saludo y bendición a todos los fieles de esta comunidad.

 

El Evangelio de este domingo se centra en la corrección fraterna. Nos dice cómo resolver los conflictos y cómo hay que tratar al que peca, que antes de ser pecador, es un hermano nuestro, y un hijo de Dios amado entrañablemente por Él. Es un anuncio de esperanza en el poder del perdón frente al hermano que ha pecado y ofendido a la comunidad. El profeta Ezequiel nos exhorta a no ser cómplices del pecado, y San Pablo nos recuerda: “No tengan con nadie otra deuda que la del amor mutuo, porque el que ama al prójimo, ha cumplido toda la ley.

 

Recordemos que el credo confiesa que la Iglesia es “una y santa”; pero también nos dice: “creo en el perdón de los pecados”. Somos una comunidad creyente pero también comunidad pecadora; una familia de gente imperfecta que tiene por misión ayudarse mutuamente a madurar en el amor y en el perdón. Nadie está exento de debilidades y pecado. Jesús no se escandaliza del pecado, antes bien nos deja los resortes de ayuda mutua. Que los buenos no se sientan superiores, sino responsables de los más débiles espiritualmente.

 

Jesús deja claro que, en la pedagogía de la corrección fraterna, más importante que el pecado, es la dignidad del pecador. Hacia allá tiende la insistencia de la corrección fraterna:

Lo importante será evitar, a toda costa, la vergüenza ante la comunidad. La actitud ha de ser de delicadeza, prudencia, humildad hacia quien cometió una culpa, evitando las palabras que puedan herir y asesinar al hermano. “Si tu hermano peca, corrígelo a solas… Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos. Si no hace caso, dilo a la comunidad. Si tampoco hace caso a la comunidad, entonces considéralo un gentil”.

 

Ante tantas ofertas de amor y de perdón, si alguien no es capaz de creer en el amor de toda una comunidad, ya está fuera de la comunidad. Y no está fuera de ella por su pecado, sino porque precisamente no fue capaz de creer en el amor que se le brinda. La corrección fraterna, busca, ante todo, que la persona que se ha equivocado, se dé cuenta de los valores que ha atropellado, de las heridas que ha causado y que sí le es posible el cambio y la conversión.

 

La corrección fraterna no consiste “en airear el pecado del hermano”, porque puede envenenar más al hermano y alejarlo. Si nadie se entera, mejor. Cubre con el silencio de tu amor y comprensión, “el pecado de tu hermano”. No se trata de silenciar el pecado del hermano y dejarlo solo. Tienes que asumir una “responsabilidad”: “llamarlo a solas entre los dos”. No es el “silencio culpable”, sino el “silencio responsable”.

 

La “corrección fraterna” no es humillar al hermano, echándole en cara lo que ha hecho. ¡Qué importante es sentirse “amado en esos momentos de pecado! Es levantarle el ánimo y despertar la esperanza. Es “acompañarlo en esos momentos de humillación ante sí mismo”; no dejándolo solo y hundido en la soledad de su pecado. Recordemos que “el que peca, y los que pecamos, no somos unos extraños. Somos hermanos” Hoy puede ser él, mañana puedo ser yo. El pecado, antes que escandalizarnos, nos tiene que doler “por ser el pecado de alguien de nuestro corazón, es decir, un hermano”. Lo sentimos como “pecado de nuestro hermano”. Y cuando el que peco soy yo, sé que tengo a mi lado a un hermano que sufre y siente mi pecado. La presencia de ese hermano, o de esa comunidad, hace sentir que no se está solo ni abandonado, porque alguien está dando la mano, y la comunidad está abriendo sus entrañas.

 

Si en nuestra natural debilidad pecamos, Dios coloca a nuestro lado alguien que puede salvarnos y que incluso, si nos resistimos, otros hermanos más, tratarán de arroparnos con su cariño y su perdón. Nadie puede ser indiferente al sufrimiento de los que nos rodean, porque ser cristiano implica compartir la alegría y la tristeza, el gozo y el llanto, el éxito y el fracaso con todos. Sin embargo, no olvidemos que la corrección fraterna que nos sugiere el Señor, solo será posible en la medida en que estemos unidos a él, porque es quien todo lo puede por su infinito amor.

 

San Agustín, en su frase, “Ama y haz lo que quieras.” da un ejemplo sobre la corrección fraterna: Si alguien tuviera que escoger entre recibir disciplina y ser tratado con cariño, todo el mundo elegiría el segundo. Pero supón que el que disciplina es el papá del niño y el que acaricia es un secuestrador. En ese caso, el amor disciplina y la maldad acaricia. Las flores también tienen espinas: unas acciones parecen duras, aún salvajes; pero son hechas para disciplinarse y formarse en el bien. A nadie le gusta ser corregido- y a pocos les gusta corregir a otros. Esto requiere: Táctica, paciencia, oración, valentía y humildad porque el que corrige a otros debe abrirse a la corrección.

 

Lo que está en juego en la corrección fraterna es: “no abandonar al pecador”, sino “salvarlo”, “levantarlo”, “sanarlo”. Y todo eso significa que “vivimos realmente en una comunidad de amor”, “en una comunidad de misericordia y de perdón”. No somos una comunidad que “condena”, sino “una comunidad que salva”.

 

Que el Señor nos ayude a cumplir con el santo servicio de la corrección fraterna. Aunque exigente y muchas veces doloroso, es garantía del reino celestial.

 

A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.capillasantaanachia.org o del Facebook de la capilla, les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, el Reino de Dios, donde quiera que se encuentren.

 

Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga, y María Santísima los cubra con su manto.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía

 “Sin Cruz, Imposible Seguir a Jesús”

 

Saludo y bendición a todos los fieles de esta comunidad.

 

   En el Evangelio de hoy, Jesús coloca las cosas en lógica divina. Pedro y los discípulos quizá entendieron lo del Reino, pero del destino que Jesús ofrece no quieren saber nada. Incluso Pedro, - que todavía sigue pensando como los hombres -, tiene el coraje de pedirle que cambie de idea. Pedro entiende y acepta a “Jesús, como el Mesías, Hijo de Dios”, pero luego se le atraganta el “Jesús crucificado”, “el Jesús a quien van apresar, condenar y crucificar”. Pedro aún no ha entendido que Jesús “vino para entregar su vida”, para “dar su vida”, para “servir y no ser servido”.

 

   Incluso, Pedro se atreve a ser consejero de Jesús: Por el camino “de dar y darnos, no Señor”. Mejor por el camino “de recibir, de guardar y acaparar lo nuestro”. Por el “camino del servicio hasta entregar nuestra vida, no Señor”. Mejor por “el camino de que otros la den por nosotros”. Por el camino del “sufrimiento, no Señor”. Mejor por “el camino de los éxitos y triunfos”, por el “camino del bienestar y de la buena salud”.  Y para Jesús, esto significa desviarlo de la voluntad del Padre; camino que implica renuncia, sacrificio, amor y cruz.

 

   El Domingo pasado Jesús alabó a Pedro, porque “el Padre celestial le reveló su profesión de fe”, ahora lo aparta porque trata de “de desviarlo de los planes del Padre”. Ahora Pedro “piensa no como Dios”, sino “como los hombres”. Con esos criterios, Pedro está “devaluando el sentido de la muerte de Jesús”. Pedro quería la gloria, pero no la cruz, el triunfo, pero no el sacrificio, la salvación, pero no la entrega.

 

   Quería seguir a Jesús como el Mesías divino, pero a la manera humana, no a la manera de Dios que tendría que pasar por la experiencia de la cruz. Y sin la Pasión y la Muerte de Jesús, el “Evangelio pierde su fuerza y su sentido”. El amor de Dios es un amor total, no un amor a medias.

 

   Pedro es el maestro de la fe, pero aquí se deja ver como el hombre de carne y hueso, con virtudes y debilidades, como todos. Esta actitud de Pedro, hace que el Señor lo reprenda con un fuerte reproche: “Apártate de mí, Satanás”. Para Jesús, el que quiere impedirle el camino, es un adversario. Esto vale no solo para Pedro sino para todos. Ser cristiano exige transitar su mismo camino, pasar por su mismo destino, negarse a sí mismo, cargar su cruz y seguirlo.

 

   El Papa Francisco comenta: “Siempre, incluso hoy, la tentación es la de querer seguir a un Cristo sin cruz, como Pedro: “No, no Señor, esto no, no sucederá jamás”. Pero Jesús nos recuerda que su vía es la vía del amor, y no hay verdadero amor sin el sacrificio de sí mismo. La Cruz y la muerte de Jesús “no son un final”, sino “un puente, un camino” que llevan más lejos. Por algo Jesús comparó su muerte “al grano de trigo que muere y da mucho fruto”, y con los dolores de un parto. Es “la fecundidad de la Cruz y la Muerte de Jesús”. “No nos quedamos con los dolores del parto o del sufrimiento de la Cruz”, sino “con la nueva criatura de ese parto en la Cruz”, que somos cada uno de nosotros.

 

   No hay amor sin cruz, ni seguimiento sin cruz, ni discípulos sin cruz. Una cruz, no como una maleta moderna, de esas que, por más que pese la paseamos tranquilamente por los aeropuertos sobre ruedas. Muchos invierten lo que sea para conseguir una vida fácil: nada de cruz, sin preocupaciones y “pare de sufrir”. Si la cruz tuviera ruedas, la vida cristiana sería un hermoso paseo con eternas vacaciones.

 

   Muchos tenemos la gran tentación de querer seguir a Jesús, pero si nos quita las exigencias del evangelio, y nos permite conservar la mentalidad mundana, lejos de la mentalidad y proyecto de Dios. Es el gran peligro que nos amenaza: cristianos, sí, pero seguir siendo como todo el mundo; seguir a Jesús sin cruz; o una cruz a nuestro acomodo. La sentencia de Jesús es clara y radical: “El Hijo del hombre tiene que subir a Jerusalén, ser matado y resucitar” y, “El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mi”

 

   Lo más cristiano de los cristianos, es Cristo, y él en la Cruz: “In hoc singo vinces” = Con este signo vencerás, porque desde la Cruz gloriosa, “Christus Vincit, Christus Régnat, Christus Imperat” = Cristo vence, Cristo Reina, Cristo impera. Desafortunadamente abundan los consejeros demasiado humanos como Pedro. Abundan las propuestas profanas, ofertas de grupos que se dicen católicos, ofreciendo estilos de iglesias a la carta, una fe fácil y sin cruz, o doctrinas llamativas y extrañas que quieren hacer claudicar lo eterno a cambio de falsos consuelos y fugaces alivios. Todo, lejos del querer divino. Ser cristianos, pero seguir siendo como todo el mundo. Seguir un Jesús que me haga sentir bien, nada de cruz, y sin exigencias de conversión que autentiquen mi fe.

 

   La cruz, con sus dos alas abiertas y apuntando al cielo, es el verdadero vehículo capaz de taladrar las fronteras del universo, la barrera de la muerte, y conducirnos a la vida de Dios. La vida cristiana, ciertamente no siempre es fácil. “Si queremos ser sus discípulos, estamos llamados a imitarlo, gastando sin reservas nuestra vida por amor de Dios y del prójimo”.

 

   A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.capillasantaanachia.org o del Facebook de la capilla, les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, el Reino de Dios, donde quiera que se encuentren.

 

   Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga, y María Santísima los cubra con su manto.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía

 “Tú eres mi único Señor y Salvador”

 

Saludo y bendición a todos los fieles de esta comunidad.

 

   En la vida, cada día, hay todo tipo de preguntas, unas muy simples y otras, definitivas. En el evangelio de hoy, Jesús hace dos preguntas fundamentales a sus discípulos: ¿Quién dice la gente que soy yo? y ¿Quién dicen ustedes que soy yo? Y las respuestas adecuadas se aprenden a dar en la vida, en la escuela o en otros ambientes. Sin embargo, para responder por una vida espiritual y de relación con Dios, será en la familia, y en ambiente de oración. Es en la familia en donde se aprende a creer, a esperar, a amar y a seguir al Señor.

 

   Aunque Jesús no necesita hacer “encuestas o sondeos de opinión” sobre lo que “se piensa de él”, sí está interesado en saber “cómo es visto y aceptado por los demás”. Para eso vino al mundo, “para los demás”. Y le interesa saber “¿Qué dice la gente?”, y “si los mismos discípulos están tomando conciencia de lo que piensa la gente”, porque deben vivir “preocupados de lo que la gente piensa y vive”. Y porque también ellos “están destinados para servir a la gente”. Al preguntarles: “¿Qué dice y piensa la gente de él?”, les ayuda a pensar en los demás; a no ser indiferentes. Y Jesús da un paso más y quiere saber: Y vosotros que ya lleváis tiempo conmigo, ¿Quién decís que soy yo?” ¿Cómo vais madurando en vuestra fe?

 

   A la primera pregunta, “todos contestaron”, en cambio a la segunda pregunta: “es Simón Pedro el que responde por todos”. “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Y es a esta respuesta de Pedro que Jesús le anuncia “su primado; el ser la piedra fundamental sobre la que va a construir su Iglesia”. “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. La roca de la Iglesia siempre será Jesús. “La Iglesia no es de Pedro”. Por eso le dice: “edificaré mi Iglesia”, y Pedro será la “roca visible de Jesús”. El que construye la Iglesia es Jesús, y pondrá a “Pedro como roca, sobre la cual la cimentará y la construirá”.

 

   Por la confesión de fe, Pedro es designado como “piedra de la base”. Esta base no “absorbe el resto de piedras”, sino que “les da consistencia”, y son las que “cargan el peso del resto”,

dan consistencia a todo el edificio. Y como cabeza y primacía de la Iglesia, Pedro será el responsable de ella y para ello tendrá los poderes de atar y desatar. El elogio a Pedro, -como fue inspirado por el Padre-, no termina ahí. Ahora tendrá que ser como el Hijo, manifestarlo y seguir sus caminos. Deberá ser un servidor como el Hijo, que “no vino a que le sirvan sino a servir”, y tendrá que subir a Jerusalén, ser apresado, juzgado y condenado. La suerte de Pedro, entonces, no puede ser otra que la de Jesús.

 

   ¿Estamos convencidos de lo que significa el Señor para cada uno de nosotros? Porque son muchos los que profesan su fe, pero en un Jesús que les suavice las exigencias del evangelio. Mientras todo vaya bien y no haya dificultades, es fácil seguirlo y decir, “Tú eres el Hijo de Dios”. Es fácil decir “creo en Jesús”, el problema está cuando nos exigen testimoniar lo que creemos. Es fácil decir “yo quiero ser cristiano”, hasta que me encuentro con exigencias de conversión, de fidelidad y de vida nueva. Es fácil comulgar mientras no sea más que abrir la boca y tomar la hostia, pero ¿estoy a la altura de quien recibo? ¿O justifico mi respuesta, según la opinión de los demás?

 

   “De lo que hay en nuestro corazón, hablan nuestros labios” Si le respondemos a Jesús: “Tú eres el Hijo de Dios, tú eres mi Señor, tú eres mi salvador”, nuestro corazón está evidenciando también nuestra propia identidad: ¿Quién soy yo? Se deduce que responder a Jesús, conlleva recibir, como Pedro, una misión, unas llaves, una gracia, un poder. Si doy la mejor respuesta de lo que significa el Señor para mí, estaré dando la mejor respuesta sobre mí mismo. La experiencia que tengo de Dios, señala mi propia valoración. Vale la pena, entonces, que nos preguntemos si creemos y profesamos - con palabras y obras-, que Jesús es el Hijo de Dios, el salvador; y si lo elegimos como nuestra opción definitiva frente a los dioses y señores de la tierra.

 

   La Iglesia es: “Ni Pedro sin Jesús, ni Jesús sin Pedro”. “Ni Pedro sin el resto de “pequeñas piedras”, ni “las pequeñas piedras sin Pedro”. Jesús “el constructor”. Y todos, “Pedro y nosotros construidos”. Firmes los cimientos en la fe en Jesús. Y firmes las “paredes en la fe de Pedro en Jesús”. Por eso mismo “todos dispuestos a dar razón de nuestra fe”. “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Desde la profesión, oficio, o el estado de vida, cada uno podemos dar esa doble respuesta, sobre Dios y sobre nosotros mismos. ¿Qué responde el médico, el enfermero, el arquitecto, el artista, el campesino, el niño o el joven? ¿Será, Jesús, alguien que impacta todo nuestro ser, y al que aceptamos porque da sentido y dirección a nuestra vida?

 

   Que, por intercesión de la Virgen María, podamos responder con corazón sincero: «¡Tú eres el Hijo de Dios vivo, ¡tú eres mi Señor, ningún bien tengo sin ti! ¡No hay felicidad fuera de ti!».

 

   A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.capillasantaanachia.org o del Facebook de la capilla, les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, el Reino de Dios, donde quiera que se encuentren. 

Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga, y María Santísima los cubra con su manto.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía

Saludo 20° Domingo del Tiempo Ordinario

La Asunción Fiesta Patronal Diócesis Zipaquirá

20 Agosto 2023, Ciclo A

 Saludo y bendición a todos los fieles de esta comunidad.

 

   Celebramos el triunfo definitivo de María. Primero celebramos “la Resurrección y Ascensión del Hijo”. Hoy celebramos “la Asunción de la Madre en cuerpo y alma”. Es el triunfo de la Madre, pero es también la esperanza gozosa de los hijos. Si Jesús decía “que los que me diste estén conmigo, donde yo estoy”, ahora es la Madre “que nos espera donde ella está”.

 

   María se nos ha adelantado, y Dios la ha puesto en lo alto del cielo, como estrella, guía y luz en nuestro peregrinar. Es como un faro luminoso que nos asegura que, mientras vamos como peregrinos de este mundo, ella resplandece sobre nosotros como signo de esperanza y de consuelo.

 

   Esta Solemnidad de la Asunción de la Virgen María, nos impulsa a elevar la mirada hacia el cielo, allá donde Dios nos espera como nuestra meta y nuestra eterna morada. Hoy, nuestra Diócesis de Zipaquirá, celebra la fiesta patronal. Fiesta del triunfo final de María, la humilde esclava del Señor. La mujer vestida de sol, la primera mujer que ha entrado al cielo y la primera que experimentó los frutos de la redención. Ella nos participa su gloria y su destino.

 

   “Cuando el hombre puso un pie en la Luna, se dijo una frase que se hizo famosa: «Este es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad». Y hoy, en la Asunción de María al Cielo, celebramos una conquista infinitamente más grande. La Virgen ha puesto sus pies en el paraíso: no ha ido solo en espíritu, sino también con el cuerpo, toda ella. Este paso de la pequeña Virgen de Nazaret ha sido el gran salto hacia delante de la humanidad. De poco sirve ir a la Luna si no vivimos como hermanos en la Tierra. Pero que una de nosotros viva en el Cielo con el cuerpo, nos da esperanza: entendemos que somos valiosos, destinados a resucitar. 


   Dios no dejará desvanecer nuestro cuerpo en la nada. ¡Con Dios nada se pierde! En María se alcanza la meta y tenemos ante nuestros ojos la razón por la que caminamos: no para conquistar las cosas de aquí abajo, que se desvanecen, sino para conquistar la patria de allá arriba, que es para siempre. Y la Virgen es la estrella que nos orienta. Ella ha ido primero. Ella «precede con su luz al peregrinante Pueblo de Dios como signo de esperanza cierta y de consuelo». (Papa Francisco)

 

   Aquella que en el parto conservó intacta su virginidad, conservará su cuerpo también, después de la muerte, libre de la corruptibilidad. Aquella que había llevado al Creador como un niño en su seno, tendrá luego su mansión en el cielo. Aquella que había visto a su Hijo en la cruz y cuya alma había sido atravesada por la espada del dolor del que se había visto libre en el momento del parto, lo contempla ahora a la derecha del Padre. Como Madre de Dios posee lo mismo que su Hijo y es venerada por toda creatura como Madre y esclava de Dios. Por todo ello, resplandece en el cielo como Reina, a la derecha de su Hijo, y por todos los siglos.

 

   Las madres no se acostumbran a vivir solas. Necesitan la compañía y la presencia de sus hijos. Asunta, desde el cielo, la madre María, intercede por todos sus hijos. Ella también nos necesita a su lado. No se acostumbra a estar sin nosotros. Su mediación está subordinada a la de Cristo, al que no oscurece, sino que lo irradia. De ahí que los Santos Padres compararon a María con la luna, que, en medio de nuestras noches y de nuestras oscuridades, refleja la luz del sol – como la luz por los vitrales de una catedral -, y la irradia hasta que llegue el día. Lo que el Señor nos dará un día como gracia, hoy nos lo entrega ahora como tarea.

 

   La Virgen María, en su Asunción en cuerpo y alma al cielo, nos enseña a valorar nuestra alma, pero también a valorar nuestro cuerpo. Ella no podía ver la corrupción del cuerpo que “llevó dentro al Hijo de Dios durante nueve meses”. Tampoco nosotros estamos llamados a la corrupción definitiva, porque “llevamos en nuestro cuerpo” a Jesús, hecho “pan de Eucaristía”. María nos invita a “respetar y valorar nuestro cuerpo”, y a verlo como portador de nuestra alma”, como “compañero de nuestra alma en las luchas de la vida”, también es un cuerpo llamado “a la resurrección final”.

 

   El valor de la obra de María es acercar el Cielo, ya aquí, en la tierra. Su gloriosa Asunción nos enseña “a mirar el cielo desde la tierra”, a “mirar allá de los problemas de cada día”, y a mirar “lo que el Poderoso puede hacer en nosotros”. Lo que él puede “hacer en los humildes y sencillos”. Y sobre todo que “no todo termina en la muerte”. Que “más allá de la muerte” está “nuestra glorificación en el cielo”.

 

   Pidamos a la Virgen, puerta del Cielo, la gracia de iniciar cada día alzando la mirada hacia el cielo, hacia Dios, en acción de gracias por lo que Dios ha hecho en ella, y por lo que Dios hace y quiere hacer en nosotros, y para para decirle: “¡Gracias!”, como agradecen los pequeños a los grandes”. (Papa Francisco)

 

   A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.capillasantaanachia.org o del Facebook de la capilla, les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, el Reino de Dios, donde quiera que se encuentren.

   Feliz semana para todos. Que Dios y María Santísima, nuestra Señora de la Asunción, patrona de nuestra Diócesis de Zipaquirá, los protejan siempre.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía

“Si Vienes Conmigo y Alientas mi Fe, Si Estás a mi Lado, ¿A Quién Temeré?”

 

Saludo y bendición a todos los fieles de esta comunidad.

 

   En el Evangelio de este domingo, luego de la multiplicación de los panes, el Señor Jesús quiere evitar que los discípulos caigan en triunfalismos, y les ordena irse a la otra orilla, mientras él también se retira a orar. Los discípulos pasarán del triunfalismo de la multiplicación de los panes a la experiencia de su debilidad, flaqueza y miedo al frente de una barca que amenaza hundirse. Si bien, los discípulos repartieron los “panes y los peces”, fue Jesús quien hizo el milagro. Tienen que aprender que los éxitos no siempre dependen de uno mismo, sino de alguien, que es más que nosotros.

 

   Nos recuerda que la fe en el Señor y en su palabra no nos abre un camino donde todo es fácil y tranquilo; no nos quita las tempestades de la vida. La fe nos da la seguridad de la presencia de Jesús, que nos impulsa a superar las tormentas existenciales. Nos da la certeza de una mano que nos aferra para ayudarnos a afrontar las dificultades, indicándonos el camino incluso cuando esta oscuro. La fe, finalmente, no es una escapatoria a los problemas de la vida, sino que nos sostiene en el camino y le da un sentido.

 

   “La barca” siempre ha sido uno de los símbolos de la Iglesia, porque “dejando sus barcas” le siguieron los primeros discípulos. Porque la “barca es símbolo de navegación”, y más que sensación “de puerto”, “habla de alta mar”. Es símbolo de “seguridad”, y también “símbolo de inseguridad”. La “barca nos da seguridad”, pero también “nos habla de riesgo”. Y es símbolo de riesgo porque a veces “está al interior de la misma barca” cuando algo se estropea en el motor o en las velas.    Y otras veces, el riesgo está “en el exterior”, en las condiciones del mar y de las aguas y de las tormentas. Y la Iglesia ahí sigue, con amenazas de “hundirse”, pero siempre “saliendo a flote por la intervención y presencia de Jesús, siempre cerca de ella”. Los vientos difícilmente soplan a favor de la Iglesia.

 

   “Lo que la salva a la iglesia, a la familia, y a cada uno de nosotros, no son las cualidades y la valentía de sus hombres, sino la fe, que permite caminar incluso en la oscuridad, en medio de las dificultades. La fe nos da la seguridad de la presencia de Jesús siempre a nuestro lado, con su mano que nos sostiene para apartarnos del peligro. Todos estamos en la barca de la iglesia amada del Señor, y ahí nos sentimos seguros a pesar de nuestros límites y nuestras debilidades. Estamos seguros, sobre todo cuando sabemos ponernos de rodillas y adorar a Jesús, el único Señor de nuestra vida”. (Papa Francisco)

 

   También dice el evangelio que: “De madrugada se les acerca Jesús, andando sobre el agua”. Jesús no abandona a la Iglesia ni en los momentos de riesgo y peligro. Y hasta diríamos que es entonces cuando “se reaviva la fe en él”, aunque a veces lo “reconozcamos como un fantasma”; porque luego terminamos poniéndonos de rodillas y renovamos nuestra fe en él. 

 

   El problema de Pedro, fue no creer en la palabra de Jesús: “Animo, soy yo, no tengáis miedo”. Más bien pide argumentos para creer. Exige el milagro de poder andar sobre las aguas, algo que solo le corresponde a Dios: “Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre las aguas”. Él era experto en las aguas, pero inexperto en confiar en Jesús; y ante el primer obstáculo, su fe se derrumba, el miedo se apodera de él, y comienza a hundirse: “al sentir la fuerza del viento, le entró miedo y empezó a hundirse”. Entonces tendrá que dejar la barca para descubrir su propia debilidad y aprender a fiarse en el poder de Dios.

 

   También como Pedro, nuestra fe en Dios busca ante todo su poder que pueda librarnos de las tormentas y dificultades, y olvidamos que la fuente está en Dios. Cuando la fe no brota de su verdadera base termina siendo una fe muy débil, que ante las primeras dificultades se quiebra. La verdadera fe no pide milagros, nace de aceptar y fiarnos en las manos de Dios. Algunas veces se oye decir: «Yo sólo creo en lo que veo», pero es que para creer no se necesita ver; se necesita confiar. Todos creemos en muchas cosas sin necesidad de verlas. La fe en Dios es creer en su amor y corresponderle a ese amor, con amor. Es frecuente que sólo nos acordemos de Dios en tiempos de crisis y dificultad. Pero cuando navegamos por aguas tranquilas y sin sobresaltos, podemos enfriar nuestra relación con él. Cuando pasamos por sufrimientos, buscamos con más insistencia a Dios; pero en tiempos de dicha y regocijo, nos olvidamos que él es la fuente de toda gracia.

 

   Como Pedro, cuando caminamos sobre aguas tranquilas guiados por el Señor, tenemos la tentación de sentirnos dueños de lo que hacemos y nos olvidamos de aquel que nos posibilita todo. Y para no amañarnos en los momentos de tranquilidad, se requiere valorar las crisis y los momentos de turbulencia, donde reconoceremos al Señor como la verdadera fuente de nuestra seguridad. Sólo así, como los discípulos, después de la tormenta, nos postramos en tierra para decirle al Señor: ¡En verdad tú eres el Hijo de Dios!

 

   La fe, la iglesia, la familia y la sociedad, siguen siendo azotadas por vientos de ideologías y todo tipo de corrientes llamativas y extrañas contrarias al evangelio. Éstas se nos presentan tan seductoras y atractivas que nos sacuden. Unas veces vamos dando pasos en dirección al evangelio, y otras en dirección contraria. Esa pérdida de rumbo parece hundirnos. Estamos, como Pedro, necesitados de aumentar nuestra fe, de sentir a Jesús siempre a nuestro lado no como un fantasma sino como nuestro Dios y Señor. Y en medio de tantas tormentas, Jesús siempre está con nosotros, tal vez oculto, pero presente y dispuesto a sostenernos, y sigue tendiendo su mano a cuantos clamamos, “Señor sálvanos”.

 

   A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.capillasantaanachia.org o del Facebook de la capilla, les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, el Reino de Dios, donde quiera que se encuentren. 

Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Santísima Virgen los proteja.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía

Saludo 18° Domingo del Tiempo Ordinario, La Transfiguración del Señor, 6 Agosto 2023, Ciclo A

“Ilumina, Señor, Tu Rostro Sobre Nosotros…”

 

Saludo y bendición a todos los fieles de esta comunidad.

 

Hoy, Jesús, -en la transfiguración- quiere anticipar a sus discípulos, “lo que hay al otro lado de la cruz”. Los tres discípulos creían conocer bien a Jesús; sin embargo, en la cima de la montaña, en la oración y en la conversación con Moisés y Elías, Jesús les dejará entrever la totalidad de su identidad y la verdad completa de su corazón.

 

Les muestra “la belleza que hay al otro lado de la muerte”: la resurrección gloriosa. Es que el camino de la Cruz no es fácil de entender para nadie. Y Jesús lo hace “transfigurándose”, manifestándose “glorioso”. Les anticipa “el misterio de la resurrección gloriosa”. Que detrás de la “humillación de la Pasión”, vendrá “la exaltación de la resurrección”. Los “hombres lo humillarán”, pero “Dios lo exaltará”, “lo glorificará”. Después de “las oscuridades de la Pasión donde los hombres tratan de borrar su imagen”, “vendrán las claridades de la luz pascual de la resurrección”; donde recuperará “el rostro brillante e radiante de su divinidad”.

 

En el monte, Dios obra maravillas. En el Sinaí Moisés recibió las tablas de la ley y se nos regalan los mandamientos. En el monte de las bienaventuranzas se nos da la carta de navegación del reino de Dios. Y hoy, el Tabor es el monte de la luz porque en Jesús todo es luz. Su rostro resplandece como el sol, sus vestidos se volvieron blancos como la luz, y la voz de Dios lo declara como su “Hijo amado y predilecto”, al que debemos escuchar

 

La Transfiguración del Señor es como el cristal a través del cual se puede mirar al futuro en lugar de vagar sin sentido, con nostalgia y temores. Es la fuerza que nos hace mirar hacia adelante con ansia de vivir lo que incluso, quizá, no habíamos soñado. La orden del Padre es escuchar a su Hijo hecho Palabra. Sólo así se comprenderá que “transfigurar la vida” significa orientarla de otra manera y más allá. Sabemos, entonces, que aún en medio de la rutina, los dolores y fracasos, hay una vida oculta que va fermentando nuestra existencia, con el brillo glorioso del Señor.

 

Jesús nos advierte que más allá de los sufrimientos y problemas, nos espera la vida eterna que tiene reservada, -al final de la peregrinación terrena-, a quienes vivan unidos a él. A Jesús “se le nota” anticipadamente su condición divina y la plenitud de su Gloria. Desde ahora podemos unirnos a Dios, y “entrever y saborear” anticipadamente lo que será nuestra felicidad eterna. Es la eterna propuesta para “ir más allá de la figura”, para aprender a “ver más allá de lo físico” todo lo que se va colando de maravilloso en la vida cotidiana, que a pesar de sus limitantes apariencias nos va empapando del brillo del cielo.

 

Los discípulos que, llenos de gozo y felicidad, acompañaron en la transfiguración a Jesús viendo su rostro glorioso (“Señor, qué bien se está aquí”), también acompañarán al Señor en el huerto de los Olivos, pero esta vez viendo su rostro «transfigurado por el dolor». Ellos aprenderían que lo importante es estar siempre con el Señor, tanto en los momentos de gloria como en los de cruz. Si bien es una invitación a participar del esplendor glorioso del Señor, es también un llamado al compromiso solidario con los que necesitan ayuda en los momentos de cruz.

 

Hoy podríamos traducir la transfiguración así: Que aprendamos a vernos a cada uno de nosotros desde el otro lado. Que, si por una cara, vemos “nuestras debilidades”, éstas no nos impidan ver nuestras “posibilidades”. Que, si por una cara, vemos nuestros pecados, que éstos no “nos impidan ver al posible santo” que escondemos y podemos ser. Que, si por una cara, vemos los problemas y sufrimientos de esta vida, no nos impidan ver los gozos eternos que nos esperan.

 

La transfiguración nos enseña a “mirar a los que nos rodean”. Los discípulos descubren un Jesús muy distinto al que cada día están acostumbrados a ver. Que no nos quedemos en lo que vemos de los demás, sino que sepamos ver lo que Dios ve en ellos. Que no nos quedemos con lo que son, sino que descubramos lo que pueden ser. Que es preciso “aprender a mirar siempre más allá de las cosas, aprender a mirar la cruz desde el otro lado”, “desde lo que hay al otro lado”. Que la cruz no nos esconda “lo que hay detrás de ella”. Sino que la hagamos “transparente”, “y nos que deje ver la dicha que nos aguarda…

 

Pidamos al Señor que nos conceda “ojos de transfiguración” que transfiguren lo que ven; que vean “más allá de lo que ven”. Ojos que nos permitan ver “más allá” y “más lejos”.

 

A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.capillasantaanachia.org o del Facebook de la capilla, les envío mi bendición, y los invito a seguir buscando, como discípulos-misioneros, los tesoros de Reino de Dios, donde quiera que se encuentren.

 

Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Santísima Virgen los proteja.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía

“Darlo Todo por el Tesoro del Cielo, que Brilla en Nosotros…”

 

Saludo y bendición a todos los fieles de esta comunidad.

 

   Con la sabiduría como telón de fondo, el evangelio de hoy nos hace una llamada a vivir nuestra fe con la alegría de quien “descubre un tesoro y encuentra una perla”. Encontrar un tesoro escondido era el sueño de muchos en la antigüedad. En una época sin bancos quedaba como único recurso seguro esconder la fortuna en la tierra. Y si el poseedor moría sin desenterrarlo, un golpe de fortuna podía sacar a luz este tesoro. Los dos protagonistas de las parábolas toman la misma y sabia decisión: «venden todo lo que tienen». Nada es más sabio y valioso que «buscar el reino de Dios».

 

   En la primera lectura, el rey Salomón le pide a Dios que le conceda un corazón sabio para poder gobernar al pueblo y distinguir entre el bien y el mal. El evangelio, en las dos parábolas, describe al reino de Dios como un tesoro escondido o una perla preciosa que hay que buscar y, una vez encontrados, hay que darlo todo para obtenerlos. Y Dios, como es el verdadero tesoro, habrá que darlo absolutamente todo, comenzando por disponer un corazón limpio, sabio y prudente que guarde a Dios como el tesoro que brille en él. Así lo hizo el sabio Salomón.

 

  En la primera parábola, el hombre parece ser un pobre jornalero. Él encuentra el tesoro, trabajando en un campo ajeno. Por eso tiene que vender todo lo que posee, para poder comprar el campo. Resuelta y alegremente aprovecha la única ocasión de salir de la miseria. Por el contrario, el hombre de la segunda parábola es un rico comerciante mayorista en perlas. En ese tiempo las perlas eran obtenidas en el mar Rojo y valían como el oro. Él las adquiere de pescadores de perlas o de pequeños negociantes. También este rico aprovecha el caso fortuito, vende su propiedad para poder comprar los que más vale.

 

   Jesús subraya dos modos de ser en nosotros: El primero: la alegría radiante de los que encuentran el tesoro o la perla. Su gozo es tan grande que lo demás palidece ante el brillo de su hallazgo. Emocionados y cautivados por su suerte, ponen en juego toda su existencia. El segundo: su abandono total para ganar el tesoro o la perla de mayor valor. Conocen un solo fin y venden todos sus bienes para conseguirlo: adquirir ese tesoro, es hacer el gran negocio de su vida.

 

   Lo mismo pasa también con el Reino de los Cielos. La Buena Nueva despierta una alegría desbordante, causa una entrega apasionada, y ha de movilizar todas las facultades de cuerpo y alma para adquirir el mejor de los tesoros. Los que oyen y comprenden esta noticia, arriesgan todo lo que tienen para ganar a Dios y su Reino porque es la oportunidad única de toda su vida. Esta suerte incomparable hay que aprovecharla a riesgo de todo, por tratarse del verdadero y único valor por el cual vale la pena jugársela toda. Una ganancia extraordinaria y eterna espera a los que se juegan la vida por Dios.

 

   Dios sigue ofreciéndose a cada uno de sus hijos, -representados, tanto en el pobre jornalero, como en el rico mayorista-, la oportunidad para salvarse. Él es el tesoro escondido y de valor incalculable, que, aunque lo diéramos todo por él, nunca sería demasiado. A Dios no lo podemos comprar con dinero. Se nos da gratuitamente. Afortunadamente muchos sabemos que las realidades más bellas de la vida no pueden comprarse con dinero; se dan gratuitamente: como el amor, el cariño, la comprensión, la verdadera amistad, la fidelidad, la bendición y el gozo espiritual. El único tesoro que llena las aspiraciones del corazón humano es Dios. Pero tenemos que buscar las «pistas» que nos lleven a Él, si no queremos andar «despistados». Nos dice san Agustín: «Nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti».

 

   Tener la referencia del valor supremo, nos permite valorar en su justa medida todo lo demás. No se trata de despreciar lo demás, sino de tener claro lo que vale de veras; saber cuáles son las prioridades, cuáles los valores y cuáles no los son. El valor auténtico aporta una alegría continuada, mientras que los valores terrenos aportan dichas pasajeras logradas a costa, tal vez, del sufrimiento de muchos.

 

   Reza el refrán: “donde está tu tesoro está corazón”. Es decir, “donde está tu tesoro está la alegría de tu vida”. Todos nosotros estamos todavía en camino, en busca de este tesoro divino. ¿Quién de nosotros puede decir que ya encontró en Dios la eternidad dichosa? Ella se conquista día a día. ¿Quién de nosotros realiza su vida con esa alegría desbordante que caracteriza a los que ya hallaron la felicidad en Dios y descansan con él? ¿Quién de nosotros está dispuesto a arriesgarlo todo para ganar el tesoro celestial? ¿Qué estoy dispuesto a “vender” o a arriesgar para ganar el verdadero tesoro? - Si Dios nos diera posibilidad de pedirle algo, ¿qué le pediríamos?

 

   Como el Rey Salomón, pidamos sabiduría para ir sacando del arca del “tesoro” de nuestro interior, lo nuevo y lo viejo. Así, de manera sabia, sabremos qué nos conviene conservar o desechar del corazón. En el Padre nuestro pidamos que “venga a nosotros su Reino”, pero que también trabajemos para hacernos merecedores de sus tesoros.

 

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Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía

“Bien y Mal: la Eterna Lucha que Llevamos Dentro”

 

Saludo y bendición a todos los fieles de esta comunidad.

 

   En este Domingo, Jesús nos describe el misterio del Reino de Dios como una realidad en la que pueden aparecer juntos el trigo y la cizaña. La santidad, bajo la imagen del trigo, es la semilla sembrada por Dios. El pecado, representado en la cizaña, es sembrado por el enemigo. Es la triste realidad del corazón humano. Llevamos la gracia divina en nuestro corazón, pero somos víctimas del pecado. Es el eterno misterio del bien y del mal, la lucha que llevamos dentro.

 

   De día se siembra el trigo, pero la cizaña, el enemigo la siembra de noche mientras los demás duermen. El pecado, el mal y la mentira requieren de las tinieblas, mientras que la verdad no tiene miedo a la luz. Aunque la santidad y el pecado no se conllevan, crecen juntos, conviven en la misma tierra, pero tienen origen distinto y, Dios, lejos de cortar la cizaña con las tijeras de la destrucción, le brinda oportunidades para crecer en el jardín de su reino y en las entrañas de su corazón.

 

   Todos nos preguntamos ¿por qué existe el mal, el dolor, el hambre en el mundo? Y a veces, hasta nos atrevemos de “culpar a Dios”. Ante tanto mal, la razón es “porque alguien sembró de noche la cizaña”. Dios ha sembrado “el buen trigo del amor” y “de la gracia”. Dios siempre “siembra de día”. El enemigo “siembra de noche”, mientras “la gente duerme”. No podemos olvidar nuestra fragilidad, nuestra debilidad y nuestras tentaciones.

 

   Esta parábola nos permite ver que en este mundo el bien y el mal están tan entrelazados, que es imposible separarlos y extirpar todo el mal. Solo Dios puede hacer esto, y lo hará en el juicio final. En el campo de la libertad se cumple el difícil ejercicio del discernimiento entre el bien y el mal. El Papa Francisco afirma: “Es curioso, el maligno va de noche a sembrar la cizaña, en la oscuridad, en la confusión; él va donde no hay luz para sembrar la cizaña. Este enemigo es astuto: ha sembrado el mal en medio del bien, de tal modo que es imposible a nosotros los hombres separarlos claramente; pero Dios, al final, podrá hacerlo”.

 

   Vemos el contraste entre las prisas de los “obreros”: “¿Quieres que vayamos a arrancar la cizaña?, y la paciencia del “dueño del campo”: “No, porque, al arrancar la cizaña, podríais arrancar también el trigo”. A buenos y malos nos da tiempo para descubrir nuestras cizañas, para eliminar las malas hierbas de nuestra vida y tener el valor de erradicarlas. Lo que hoy puede ser cizaña en nuestro corazón, puede que mañana sea buen trigo. Los milagros de la gracia son sorpresas de Dios.

 

   Muchos tenemos una gran prisa por juzgar, clasificar, poner de este lado a los buenos y del otro a los malos. Dios siempre prefiere “esperar”, siempre tiene tiempo “de hacer la selección”. A Judas le dio oportunidad hasta el último momento. Él mira el “campo” de la vida de cada persona: Con paciencia y misericordia ve mucho mejor que nosotros la suciedad y el mal, pero ve también los brotes de bien y espera con confianza que maduren. 

 

   De ahí el énfasis que hace el Señor en la paciencia de Dios, frente a los afanes de los hombres que desean hacer justicia por sus propias manos. Y nos advierte el peligro de conductas intempestivas y contraproducentes que pueden ocasionar arbitrariedades e injusticias. Solo Dios puede juzgar y solo él tiene la última palabra al final de los tiempos. Entre la siembra y la cosecha, Dios establece un compás de espera, que nos ha regalado como tiempo de salvación. No hay que dividir la humanidad entre buenos y malos, como si Dios ofreciera el premio de la salvación solo a los buenos y la condenación a los malos.

 

   ¿Cuántos nos quejamos de los defectos de los demás y no vemos los nuestros? Recordemos aquel refrán: “Si buscas un amigo sin defectos te quedarás sin amigos”. Muchos que hoy son santos, en su momento tal vez fueron pecadores. Todo santo, quizá, tuvo un pasado de pecado, como todo pecador puede tener un futuro de santidad. Junto al trigo está la cizaña; junto a los buenos están los malos; junto a los santos están los pecadores. La iglesia es santa, pero también es pecadora porque ella crece donde crecen el bien y el mal. En el credo primero afirmamos el deseo de santidad confesando: “Creo en Dios Padre todopoderoso…”, y, acto seguido, nos reconocemos pecadores golpeándonos el pecho y diciendo tres veces: “por mi culpa…” Mientras otros se dediquen a sembrar cizaña, nuestra tarea será no dormirnos y estar atentos cuidando el trigo de la gracia, de la fe y del amor.

 

   El hortelano prepara la tierra, la abona y la fertiliza; siembra la semilla y lo más probable es que tenga el fruto asegurado. Pero si el terreno no está preparado ni abonado, el fruto quizá sea una manzana podrida. De igual manera, cuando disponemos bien nuestro corazón con los valores del evangelio y sembramos la semilla del Reino, lo más seguro es que obtendremos frutos benditos; pero si nuestro corazón está descuidado, él será habitado por la cizaña y no habrá fruto bueno. Cuando colocamos una manzana buena al lado de una dañada, ésta contagia a la buena. En el ámbito moral y espiritual debe suceder lo contrario, porque contamos con la ayuda de Dios.

 

   Podríamos preguntarnos: ¿Nunca le hemos fallado al Señor? ¿Nunca nos hemos desviado del camino? ¿Qué hubiese pasado con nosotros, si en ese momento, Dios nos hubiese excluido? Si Dios hubiese arrancado la cizaña que éramos, ¿hubiésemos sido el trigo que hoy somos?

 

   En lugar de escandalizarnos de lo malo que vemos en los demás, ¿por qué no tratamos de ser mejores? Esperemos que los malos “sean buenos”, y que nosotros “seamos mejores”.

 

Señor Jesús, plántanos en tu tierra y quita las cizañas de nuestro entorno; y apártanos

 de la quema y de la destrucción

 

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Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía

“¿Qué Clase de Terreno es Nuestro Corazón?"

 

Saludo y bendición a todos los fieles de esta comunidad.

 

   En el Evangelio de este domingo, la parábola del sembrador se refiere sobre todo a nosotros, y habla más del terreno que del sembrador. Jesús efectúa, por así decir una “radiografía espiritual” de nuestro corazón, que es el terreno sobre el cual cae la semilla de la palabra”. Jesús siembra siempre con gozo y alegre esperanza. No le duele soltar de sus manos los granos de trigo. Él es el “sembrador” que siembra su semilla de manera abundante.

 

   Jesús, Palabra divina, “no impone su Evangelio”, “lo siembra”. Es que Dios “nunca se impone por la fuerza”, “Dios se pone siempre en oferta”. Y Dios siempre “siembra en abundancia”, no siembra grano a grano, sino “a manos llenas”. No mide las semillas, no cuanta las semillas, ni mide los riesgos de sus dones. Es consciente de que mucho de lo que siembra se perderá. Pero Dios ve más allá. Él piensa más en las semillas que brotarán que en las que se pierden.

 

   Jesús, Palabra de Dios hecha carne, es Don divino que reclama acogida y respuesta, sea el treinta, el sesenta o el cien por ciento, dependiendo de la acogida en el corazón del hombre. Dice el Señor: “Dichosos los que escuchan la Palabra y la ponen en práctica”. Desafortunadamente nuestro corazón no siempre es esa tierra bien dispuesta para recibirla. A causa de tantos afanes, inquietudes, distracciones y voces mundanas que resuenan constantemente en nuestros oídos, nos quedamos como oyentes, pero sordos a la voz del Señor.  El refrán, “No hay peor ciego que el que no quiere ver, ni peor sordo que quien no quiere oír”, nos señala la mala disposición del corazón humano.

 

   Jesús nos invita a mirarnos por dentro; a dar las gracias por nuestro terreno bueno y a seguir trabajando sobre los terrenos que todavía no son buenos. Preguntémonos: ¿nuestro corazón está abierto a acoger con fe la semilla de la Palabra de Dios? ¿Nuestras piedras de la pereza son todavía numerosas y grandes? Llamemos por el nombre a las zarzas de los vicios.  Encontremos el valor de recuperar el terreno de nuestro corazón, llevándole al Señor, en la confesión y en la oración, las piedras y las zarzas. Que él purifique nuestro corazón de tantas espinas que asfixian la Palabra.

 

   Los agricultores, antes de sembrar la semilla, suelen trabajar y preparar bien el campo para hacerlo más asequible y fecundo, y asegurar el fruto. De la misma manera, el corazón, como tierra bien preparada recibe la semilla sembrada y siempre da frutos. Un corazón bien dispuesto, es garantía para que la semilla de la palabra sembrada, de fruto abundante. Pero tristemente también, así como la sequía convierte a la tierra en estéril, así de infecunda será la semilla de la palabra en el corazón del hombre árido e indiferente al don divino.

 

   En la parábola, Jesús coloca el acento, no tanto “en las semillas, ni en el sembrador”, sino “en el terreno” donde estas semillas caen. La suerte de las semillas “depende donde caen”, y “cómo son recibidas”. No habla de la calidad de las semillas, sino de la bondad y calidad de la tierra donde caen las semillas. Es consciente “de la bondad y calidad de las semillas”. Y también es consciente que “no todas correrán igual suerte”.  Es que Dios quiere que todos tengamos las mismas posibilidades, aunque las desperdiciemos. Prefiere que se pierdan las semillas de su gracia, a que alguien se quede sin las posibilidades de su amor.

 

   Como todo don que viene de lo alto, no importa dónde caiga la semilla, sólo hay que esparcirla abundantemente. Ella se siembra siempre con esfuerzo y no dará fruto sin sufrimiento. Solo así toca el corazón. La tierra de nuestro corazón puede estar llena de piedras, de dificultades, de zarzas, de preocupaciones que ahogan la voz de Dios. El sembrador no deja de esparcir el grano. Él sabe que la piedra no se puede convertir en tierra; el camino no puede dejar de ser camino, ni los espinos, espinos. Pero cuando se trata del terreno de las almas y del corazón, es diferente: la piedra puede convertirse en tierra fértil, el camino puede dejar de ser pisoteado por los caminantes y hacerse un campo fecundo, los espinos pueden arrancarse y dejar que el grano fructifique libremente.

 

   ¿Por qué unos son santos y otros no lo son? No es que Dios quiera a unos mejores que otros. Dios quiere que las semillas sembradas fructifiquen todas al cien por cien. Pero el fruto de cada semilla, depende siempre la bondad del terreno que somos cada uno. Mientras muchas semillas se pierden, otras dan fruto. Y unas más que otras. Pero no depende de las semillas. Sino de la respuesta y la calidad de nuestros corazones. Si enredamos nuestros corazones de malezas, la semilla no podrá crecer, porque quedará absorbida por las malas hierbas del corazón. Si no somos sensibles a la gracia, nuestra insensibilidad endurecerá nuestro corazón y la semilla no podrá germinar y se perderá.

 

   Miremos nuestro interior y examinemos cómo está el terreno de nuestro corazón. La misma semilla bendita la recibieron santos y pecadores, buenos y malos; y las consecuencias son totalmente distintas. Dios comenzó en nosotros como una semilla. El Evangelio comenzó en nosotros como una semilla. ¿En qué tierra cayó esa semilla? No nos quejemos de las semillas, examinemos la tierra de nuestro corazón. Cristo, el sembrador, ha cumplido bien su oficio. El culpable no será quien ha sembrado, sino la dureza del corazón en donde ha caído la semilla.

 

   Contemplemos a María, la Madre de Jesús y aprendamos como ella a responder con total entrega a la Palabra de Dios, y a dar frutos para la vida del mundo.

 

   A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.capillasantaanachia.org y el Facebook de la Capilla, les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la Buena Nueva del Señor, donde quiera que estemos.

 

Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Santísima Virgen los proteja.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía

“Jesús, Manso y Humilde de Corazón, Haz Mi Corazón Semejante al Tuyo"


Saludo y bendición a todos los fieles de esta comunidad.

 

   Hoy, Jesús nos enseña a hablar con Dios Padre desde la alegría y el gozo que le dan los humildes y sencillos, no desde las grandezas de los soberbios. El corazón de los humildes y sencillos es la casa preferida por Dios; el pesebre donde siempre quiere nacer. Por la humildad es por la que él conoce lo que hay en el corazón. Al ver la alegría de los humildes y sencillos, Jesús se llena de gozo, y agradecido por ellos, le habla con regocijo a su Padre celestial. Son ellos los que han abierto su corazón a la semilla del reino, los más cercanos a las entrañas de Jesús y en quienes se descubre más diáfano el rostro del Señor. “Bienaventurados los humildes, los sencillos y los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”

 

   "Te bendigo, Padre, porque has ocultado los misterios del Reino a los sabios y a los entendidos, y se los has revelado a los pequeños". Jesús, hablando con el Padre, no le pide nada, le da gracias por la alegría que siente; la alegría que le da la gente sencilla, la que le abre el corazón. Lo que no logran entender los sabios lo entiende la gente sencilla. Lo que no entienden los “entendidos de Jerusalén”, lo está entendiendo la gente sencilla del campo de Galilea. Es la “sabiduría de la gente sencilla”. No es la “sabiduría de los libros”, es la “sabiduría del corazón”. No es la sabiduría “de la cabeza con muchas ideas y teorías”. Es la sabiduría de la gente que cada día le sigue y lo busca. Eso es “lo que admira Jesús y alaba a Dios por lo que hace en ellos”. La verdadera grandeza no la da el poder, sino la humildad, la mansedumbre y el servicio

 

   Jesús va siempre "en sentido contrario y en contra corriente”. La preferencia del Señor se arraiga en el beneplácito de Dios, en su amor gratuito. Ese es el motivo del agradecimiento de Jesús. La oración del Señor nos invita a hacer lo mismo. El amor libre y gratuito de Dios está al comienzo de todo y desde ahí es posible comprender el compromiso y solidaridad hacia los demás. Ese "yugo es suave”, porque tiene en la raíz el amor. No es un yugo, símbolo de tiranía ni de servidumbre, sino de docilidad y obediencia a la voluntad de Dios. Aquí, el amor es la única condición para entrar en el Reino de los Cielos, y se concreta en la búsqueda de la justicia y en la práctica de la caridad.

 

   ¿Quién no está cansado, rendido o agobiado por distintos sufrimientos en la vida? Y Jesús sigue llamándonos: "Venid a mí los cansados, los humildes y sencillos que yo los aliviaré". Así como en la vida cotidiana, después de una jornada de trabajo el cuerpo necesita un lugar para descansar, también nuestros corazones siempre inquietos y ante tantas fatigas, angustias, afanes y agobios necesitamos descanso, fuerza y sabiduría. Y es, precisamente, ofreciendo todo a Jesús, que se nos hacen más livianas y llevaderas, porque se vuelven parte de él. Las espinas pinchan cuando se pisan, no cuando se besan. El sufrir pasa, pero el mérito de haber sufrido por amor a Dios, es eterno. Jesús nos ofrece su corazón como santuario para nuestro reposo, sosiego y consuelo en tantos agobios y momentos difíciles.

 

  Dios no cabe en el corazón ocupado por las cosas, por la soberbia o la arrogancia. Él prefiere un corazón vacío porque se constituye en el amo de ese corazón, hace de él su morada y lo colma de su gracia y bendición. De ahí que los humildes sean agradecidos porque en sus corazones habita la gracia de Dios, la misma que los conforta y les hace llevadero cualquier cansancio. ¿Cuántos se vanaglorian de su presunta ciencia, pero viven co­mo si Dios no existiera? Con razón afirma san Agustín: “¡Desdichado el hombre que todo lo sabe, pero no te conoce, oh Señor!”

 

   En nuestra vida, ¿Cómo nos consideramos?: ¿los entendidos, o los humildes y sencillos? - ¿En dónde alojamos al Señor? ¿En la cabeza o en el corazón? A los sabios e inteligentes quizá se les nota más su cabeza; a los humildes y sencillos se les nota más su corazón. Nos dice el Papa Francisco: “Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien” (EG 2). El Santo Cura de Ars afirmó: “La humildad es en las virtudes, lo que la cadena es en los rosarios: si se quita la cadena, todos los granos caen. Se quita la humildad, y todas las virtudes desaparecen”.

 

   Cuenta la historia de aquel niño, que cada día se subía a las rodillas de su papá para que leyese un cuento. El papá se cansaba porque no le dejaba ver la TV. Entonces le grabó todos los cuentos del libro, para que los escuchase. Pero el niño prefería que el papá se los leyese. El papá le dice: “Ya te los he grabado, escúchalos”. Y el niño en su sencillez le dice: “Sí, papi, pero ahí no siento en calor de tus rodillas”.

 

   Señor: Quisiera ser de esos sencillos que alegran tu corazón; que viven abiertos a tu llamada de cada día, para que cuando hables con tu Padre, le hables de mí. Quisiera que cuando hables con tu Padre, puedas decirle que la semilla de la sencillez ha crecido en mí.

 

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Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Santísima Virgen los proteja.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía

 “Adoremos a Dios, el único AMOR de los Amores”

 

Saludo y bendición a todos los fieles de esta comunidad.

 

   La primera lectura de este domingo acentúa la caridad y hospitalidad como características esenciales de la vida cristiana, y más cuando se trata de recibir "a un hombre de Dios", o recibir "a un profeta porque es profeta. Recibir a los mensajeros de Dios, es recibir a quien anuncian ellos: a Dios mismo. Ante la indiferencia, rechazo y persecución a la fe, sólo una respuesta y adhesión radical al evangelio, puede manifestar su verdad plena y el verdadero rostro del Señor. La acogida a los humildes y sencillos más que un signo de hospitalidad, es la llave que nos abre las puertas del cielo.

 

   El Evangelio deja claro el orden y el complemento del primer mandamiento “amar a Dios sobre todas las cosas y el cuarto mandamiento de honrar a padre y madre”, recordándonos que lo más importante para la familia siempre ha de ser Dios. Lo que nos dice Jesús pudiera chocar con nuestros sentimientos naturales: “El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí”. Jesús no quiere cancelar el cuarto mandamiento, que es el primer gran mandamiento hacia las personas. Al contrario, cuando Jesús afirma el primado del amor a Dios, la más bella comparación que utiliza, son los afectos familiares. El amor a Dios, siempre protegerá el amor a nuestros padres y familias.

 

   Jesús no nos dice “que dejemos de amar a los padres”. Lo que nos dice es “que el amor a los padres no puede ser obstáculo alguno para el amor a Dios”. Es entender que la vida solo tendrá auténtico sentido y valor en referencia a Dios. “Amar a Dios sobre todas las cosas”, está por encima de todo, pero también, hay que “amar y honrar a padre y madre”. Lo primero, lo principal, y el centro de nuestro corazón siempre será Dios. Y nos permite prolongar su amor amando a nuestros padres porque “quien no ama a sus padres, tampoco ama a Dios”.

 

   En su precepto “Dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne” no está diciendo que no “amen a sus padres”. Les advierte “la relatividad de este amor”, y que hay “otros amores, como el amor conyugal” que nos obliga a poner el amor a nuestros padres en su lugar, y el amor conyugal en el suyo. Seguiremos “amando a nuestros padres”, pero “sin que ponga condiciones al amor de los esposos”.

 

   Y Jesús da un paso más: El único amor absoluto, “es el amor a Dios”. El único amor definitivo es “seguirle a él”. No puedo “dejar de amar a los padres, por amar a Dios”. Pero tampoco puedo “dejar de amar a Dios, por amor a los padres”. Lo que regula nuestro amor y lo pone todo en su lugar es el “amor a Dios”, “el seguimiento de Jesús”.

 

Es un poco la experiencia de María y de José cuando “Jesús se quedó en el templo”. “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que debo ocuparme de las cosas de mi Padre”? No son amores que se contradicen, sino que se complementan. “Si el hijo puede dejar a sus padres porque se enamoró de una mujer”, ¿no podremos dejarlos porque estamos enamorados de Jesús y del Evangelio? Aquí podríamos utilizar las mismas palabras de Jesús: “me voy, pero no os dejaré solos, volveré”.

 

   Un sacerdote describe cómo vivió este reto en carne propia. Cuenta cómo su papá nunca aceptó su vocación sacerdotal. Él quería ser sacerdote y se encontraba en una lucha interior: ser fiel a Dios que lo llamaba, o ser fiel a su papá que no quería que fuera sacerdote. Fue toda una lucha hasta que la cuerda se rompió cuando el papá se atrevió a decirle “que, si era sacerdote, se olvidara de él”. Hoy el sacerdote cuenta que él nunca olvidó al papá, mientras que el papá ni le escribía. Y concluye diciendo: “A mí me sangró mucho el alma. Por más que seguía amando a mi padre, también sentía la voz de Dios que me decía: sigue adelante”.

 

   El amor a Dios fundamenta los demás amores. Colocando a Dios en primer lugar amaremos lo que él ama. De lo contrario, será un amor limitado, un amor humano y siempre escaso. Reconozcamos que los apegos, egoísmos y caprichosas, impiden que nuestra vida esté marcada por el amor. El evangelio refleja el carácter absoluto y fundamental del Dios Amor. Si en la cruz, su divino hijo nos muestra el amor sin medida de Dios, ahora nos pide: “El que no tome su cruz y me siga no es digno de mí”. El camino del que sigue a Jesús, es el mismo camino de Jesús. “sacrificando la vida por los demás”, “poniendo la vida al servicio de los demás”. El sacrificio Cristo en la cruz, sostiene el de los padres por los hijos.

 

   Desafortunadamente, no siempre el amor de los padres coincide con el amor y los planes de Dios. Es ahí cuando el evangelio puede generar situaciones de conflicto de fidelidades. El amor de Dios no sacrifica el amor a los demás. Ni el amor a la familia, ha de sacrificar el amor y la fidelidad al amor de Dios. Más allá de cualquier división, cuando se es dócil al amor a Dios, triunfa su amor en nosotros y repara nuestros corazones.

 

   Centremos nuestra vida en Dios. Ordenemos y orientemos nuestros sentimientos en dirección a Él, convencidos que su amor atraerá nuestros amores al amor sin medida de su amor divino.

 

   A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.capillasantaanachia.org y el Facebook de la Capilla, les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la Buena Nueva del Señor, donde quiera que estemos.

 

Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Santísima Virgen los proteja.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía

“Si vienes conmigo y alientas mi fe, si estás a mi lado, ¿A quién temeré?”

 

Saludo y bendición a esta comunidad de Santa Ana.

 

   En el Evangelio de hoy, Jesús nos invita a no tener miedo y a confiar en él, y a fiarnos de su providencia: “No tengáis miedo; a lo más, pueden matar vuestro cuerpo, pero nunca podrán matar vuestra alma”. Él no nos deja solos. Cuando nosotros tenemos alguna tribulación, alguna persecución o algo que nos hace sufrir, escuchamos su voz: “¡No tengáis miedo! No nos deja solos porque somos preciosos para Él. ¡Qué dicha sentir que para “Jesús somos preciosos”!

 

   Aunque muchos vivimos demasiado aferrados al presente, no todo termina en el cuerpo; siempre nos queda el alma. También “Nos compara con los gorriones”, que, aunque no valen mucho, el Padre cuida de ellos. ¡Con cuanta más razón cuidará de nosotros y se preocupará de nosotros! Si se preocupa de lo que poco vale, ¿cómo no se va a preocupar de lo que vale de verdad? Si Dios se preocupa de los gorriones, ¿no se va a preocupar de sus hijos? Dios, que no abandonó a Jesús en ningún momento de su vida, incluso en el momento doloroso de su Pasión, no nos dejará solos ni abandonados.

 

   Y nos da otra razón para no tener miedo: “Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del Cielo”. Si damos la cara por Jesús ante los hombres, él dará cara por nosotros ante Dios. Puede que estemos convencidos de creer en Dios, pero “lo vivimos demasiado superficialmente”. ¿De dónde nos viene tanta cobardía para dar la cara por Jesús y por el Evangelio? Aquello que se vive a fondo, nos suele hacer fuertes. A una madre, “no trates de quitarle a su hijo”. Hasta los animales “se hacen violentos cuando atacamos sus nidos”. Y nosotros, ¿Por qué no defendemos con valentía nuestra fe dando la cara por él?

 

   Es un llamado a la coherencia en la vida cristiana, recordándonos lo que, sin falta, algún día sucederá. ¿Cuántos, a causa de la fe, nos escondemos por lo que hacemos, decimos o pensamos? Las dificultades y persecuciones a causa de la fe han ocurrido siempre, y nos hacen sentir la tentación de dejarnos llevar por el miedo, ocultando nuestra condición de creyentes y absteniéndonos del testimonio que debemos dar. Aunque el miedo es una dimensión natural de la vida, tenemos la certeza divina que el amor de Dios prevalecerá sobre la muerte. Podrán condenarnos a muerte por nuestra fe, pero Dios dará la cara por nosotros por la vida definitiva. Los hombres pueden llevarnos al cementerio, pero Dios nos lleva al cielo, porque es Dios quien tiene la última palabra, no nosotros.

 

  El Señor no pide nada que Él mismo no haya experimentado. Lo bello de la fe cristiana está en que Jesús va siempre por delante. Seguirle es sentir la alegría que el camino ya está andado; que nuestros sacrificios, ya los ha vivido él. Su presencia segura alienta nuestro caminar. Es él quien nos hace ver y descubrir el verdadero valor de nuestras vidas; que valemos más que los gorriones y siempre estará pendiente de cada uno de nosotros. San Jerónimo dice que, si los pajaritos, que son de tan escaso precio, no dejan de estar bajo la providencia y cuidado de Dios, ¿Cómo nosotros, que por la naturaleza de nuestra alma hemos sido creados a su imagen y para la eternidad, podemos pensar que el Señor nos abandonará ante las dificultades?

 

   El Señor fue consciente que sus apóstoles iban al encuentro inevitable de la persecución, del martirio, de las insidias y asechanzas de los hombres. Cuando la mentira, el engaño, la falsedad y la confusión son difundidas a diario de muchas formas, el Señor anima a sus discípulos a la predicación: “lo que os digo de noche anunciadlo en pleno día”. “Nada hay oculto que no llegue a ser descubierto, ni nada secreto que no llegue a saberse”. Los exhorta a ser pregoneros apasionados de la palabra de Dios. Y es la misma insistencia de San Pablo a Timoteo: “Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo y exhorta con toda paciencia y doctrina. porque vendrá un montón de maestros con el anhelo de oír novedades, y apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas”. 2 Tim 4, 2-4.

 

   Es necesario entrar confiados en la presencia del Señor, para tener fuerzas en el combate espiritual del bien contra el mal. En esta lucha, el enemigo – el diablo- no duerme ni toma vacaciones. Como Jeremías, digámosle a Dios: "A ti he encomendado mi causa. Canten al Señor que libró la vida del pobre del poder de los malvados”.

 

   Sintamos “que para Dios somos preciosos”. Esto nos levantará el ánimo. Tengamos la valentía de “dar la cara por el Evangelio” y así podremos contar con que Jesús, en todo momento, dará la cara por nosotros. Si Jesús da la cara por nosotros ante el Padre, ¿qué podremos temer? “Si vienes conmigo y alientas mi fe, si estás a mi lado, ¿a quién temeré?

 

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Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía

“La Mies Es Abundante…Los Obreros Pocos…”

 

Saludo y bendición a esta comunidad de Santa Ana.

 

¿Qué nos dice el Evangelio de hoy? Jesús ve a la gente que anda como ovejas extenuadas y abandonadas, y su corazón se estremece: “Y se compadece de ellas”. Inmediatamente urge a sus discípulos que “pidan al Padre pastores para éstas y otras ovejas extraviadas”. Se da cuenta de que “la mies es abundante”, “pero los trabajadores son pocos”. “Rogad, pues, al Señor de la mies, que mande trabajadores a su mies”. Y pide al Padre que seamos más los que “nos dedicamos a atender a esta gente, de la que nadie se preocupa”. Y aún da un paso más: a sus discípulos “Les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos, y sanar y curar toda enfermedad y dolencia”. Los hace partícipes de su misericordia “compartiéndoles” su capacidad de “ser misericordiosos”.

 

Dios, al elegirnos, destruye nuestra soberbia porque se muestra como Señor y como aquel que va adelante señalando el camino. Al elegirnos, Dios también pulveriza nuestra desesperación y hace nacer de modo maravilloso la esperanza. El Dios que elige se muestra como providencia en el camino de los elegidos, y como aquel que acepta nuestro pasado y nos abre su futuro con el sello de su presencia.

 

Así como los israelitas fueron salvados cuando fueron llamados y elegidos, también nosotros hemos sido llamados y elegidos, y de esa manera, salvados en Cristo Jesús. Los apóstoles son "llamados" porque hay alguien que los llamó, Jesucristo. Por eso hemos escuchado hoy que el Señor "llamando a sus doce discípulos, les dio poder para expulsar a los espíritus impuros y curar toda clase de enfermedades y dolencias." La elección es como una nueva creación que pone al elegido completamente en manos de su Creador, y nosotros, como discípulos misioneros continuamos su obra: somos elegidos, llamados y enviados. Las huellas del maestro darán fuerza a las pisadas débiles de los apóstoles, pero aun así llevan la impronta del Señor.

 

A través del llamado que Jesús hizo a sus apóstoles, Dios nos está llamando. Ellos son los llamados y son la prueba viva del corazón compasivo de Cristo. Si Cristo eligió apóstoles, ello no se debió sólo a una decisión táctica o práctica. Hay un enlace entre la misericordia de Cristo, que ve la necesidad de operarios, y la resolución de Cristo de constituir como apóstoles suyos a los Doce y de ahí a nosotros.

 

Hemos sido llamados y elegidos. Cristo, especialmente en el misterio de la Cruz, es la presencia apremiante del amor divino. Pablo destaca la grandeza de ese amor diciendo: "Difícilmente habrá alguien que quiera morir por un justo. La prueba de que Dios nos ama está en que Cristo murió por nosotros, cuando aún éramos pecadores." Ser obreros en su mies implica ayudarle a extender su amor, su obra y su reino. Llevamos en cada paso la impronta de su ser. Somos voceros de su voz y grito del Verbo en las encrucijadas de los caminos. Entonces, sus promesas eternas quedan grabadas en nuestros corazones y en nuestra frente su perenne bendición.

 

Es que Dios siempre se nos anticipa. Sobre todo, en su amor misericordioso cuando se trata de perdonar. El Papa Francisco llama a Jesús “el rostro de la misericordia del Padre”. En la segunda lectura de hoy leemos: “Cuando nosotros todavía estábamos sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos” Dios siempre va por delante. Mientras nosotros cobramos por adelantado, Dios siempre se nos anticipa con su amor y su misericordia: cuando todavía éramos pecadores…Jesús da su vida por nosotros para reconciliarnos con Dios.

 

¿Nos hemos dado cuenta que, antes que demos un paso hacia Dios, Él ya se ha metido en nuestro corazón? Acordémonos de la parábola del hijo pródigo. Cuando el hijo va abrir la boca para pedir perdón, su padre le tapa la boca, lo abraza y estrecha contra su corazón. En las olimpíadas del amor, Dios nos gana en todos los estilos porque siempre es el primero.

 

La misericordia de Dios siempre va por delante. Y va como una señal, un signo de su amor.

El amor siempre se anticipa. Antes que “pidas perdón”: Jesús da su vida por ti. Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. Antes que “tú le veas”: él ya te ha visto. Antes que “te confieses”: él ya te ofrece su mano para el perdón. Antes de que “le pidas” él alarga su mano para atenderte.

 

El santo Cura de Ars tiene una linda expresión: «El buen Dios lo sabe todo. Incluso, antes de que os confeséis, ya sabe que pecaréis de nuevo, y sin embargo os perdona. ¡Cuán grande es el amor de nuestro Dios, que llega a olvidar voluntariamente el futuro, con tal de perdonarnos!». Acudamos, entonces, gozosos, al manantial inagotable del amor, de perdón y de misericordia que brota de su sagrado corazón.

 

A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.capillasantaanachia.org y el Facebook de la Capilla, les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la Buena Nueva del Señor, donde quiera que estemos.

 

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Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía

“Eucaristía…Presencia Real del Señor”

 

Saludo y bendición a esta comunidad de Santa Ana.

 

   Celebramos la solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor (Corpus Christi). El sacramento por excelencia, presencia real del Señor en la mesa del altar. Ya, desde niño, Jesús era como un panecito divino que se ofrecía como alimento. El nació en Belén, que en Hebrero significa “casa del pan”. Dos días en el año acentúan el pleno resplandor de la Eucaristía: el Jueves Santo, en el que se conmemora su institución, y la fiesta del Corpus Christi, centrada en el misterio de la presencia real del Señor en la Eucaristía.

 

   Jesús se hace pan de vida. Él es la vida de Dios en nosotros. En la eucaristía Jesús se hace pan para alimentar la vida cotidiana con la prenda de eternidad. Fue en la última cena en donde nos dio el mandato: “haced esto en memoria mía”. Es el memorial del amor de Jesús que no solo se encarnó en la naturaleza humana, sino que se encarna en un pedazo de pan, y en un poco de vino para prendernos a la eternidad. La eucaristía es el memorial del Señor que nos dejó para que “no olvidemos cómo nos ama Dios”. Para recordarnos que en la Eucaristía “el amor de Dios en la Cruz sigue siendo el alimento de nuestra fe”.

 

   “Si el grano no muere, queda infecundo, pero si muere da mucho fruto”. Así, las vidas que no mueren renunciando a sí mismas terminan muriendo en su infecundidad, mientras que las vidas que mueren sacrificándose por los demás, son vidas que florecen en nuevas vidas. Lo que no se da, se muere. Lo que se da se hace vida, sigue estando fresco y se convierte en vida. El grano de trigo, para dar fruto, muere, dejándose abrazar por las entrañas de la tierra. Y en la última cena Jesús anuncia que, solo muriendo será como abrazará y guardará en sus entrañas a la humanidad. La mejor definición que Jesús encontró de sí mismo fue: “ser pan”. Es la razón por la cual en la última cena quiso “dejarse a sí mismo” entre nosotros, y nada mejor que haciéndose pan. Jesús Eucaristía es el pan rodeado de discípulos, el pan que es entregado, el pan partido, el “pan que se da y se entrega, el pan de vida. “El que come de este pan vivirá para siempre”.

 

   Como comenta el Papa Francisco: “No nos dejó sólo símbolos, porque también se puede olvidar lo que se ve. Nos dio, en cambio, un alimento, pues es difícil olvidar un sabor. Nos dejó un Pan en el que está Él, vivo y verdadero, con todo el sabor de su amor. La eucaristía es “El amor del Dios entregado por nosotros” ¡Vamos a la eucaristía a alimentar, fortalecer y darle vida a nuestra fe! ¡Vamos a la eucaristía a “llenar de amor nuestra fe” y “llenar de fe nuestro amor”! y a sentirnos “Cuerpo de Cristo, familia de Jesús”.

 

   En los banquetes no falta el pan y el vino. En el banquete eucarístico Cristo está vivo en las especies de pan y vino. A través de ellos él permanecerá para siempre como alimento de eternidad. Él está presente en el pan y el vino que el sacerdote, por medio de la consagración convierte en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. “Así como el pan es uno, nosotros, aunque seamos muchos, somos un solo cuerpo, porque participamos del mismo pan”.


   Al comulgar, somos “cristianos eucaristía” y Cristo nos asimila a él; hace de nosotros, “nuevos cristos” con la misión de alimentar al mundo hambriento de Dios. De ahí que el Corpus Christi es el día de la caridad, prolongando aquel jueves santo, en el que Cristo se donó como alimento. En la fiesta del corpus, Jesús eucaristía alimenta nuestro corazón con su presencia perpetua, y, más que ir por las calles en procesión, va en cada uno de nosotros por los distintos senderos de la vida cotidiana, para acercarlo al necesitado. Si venimos a la Eucaristía con un corazón abierto para recibir al Señor, siempre podremos irnos con más de lo que trajimos y compartirlos con los demás como se comparte el pan.

 

   Aunque nos alimentemos bien en ese mundo, la vida y la salud se van acabando; y en la vida cristiana pasa lo mismo. Quien no la alimenta, la va perdiendo. Por eso Jesús se ha hecho para los suyos alimento de aquella vida que no tiene fin. Para eso venimos a la Eucaristía: para alimentarnos del Pan de la palabra y del pan vida eterna. Si abandonamos la Eucaristía, poco a poco se va debilitando la fe y apagando la vida cristiana. Quien está bien alimentado de Cristo, irradia vida y una fuerza divina que lo lleva a compartir el pan con el necesitado y la cercanía con el que está solo.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía

 “Casa - Puerta - Llave, Santísima Trinidad, Cúbrenos Con Tu Poder…

 

Saludo y bendición a esta comunidad de Santa Ana.

 

   Celebramos hoy “la Fiesta de Dios Padre creador, de Dios Hijo redentor, y de Dios Espíritu Santo santificador”. "Jesús nos ha dado a conocer el rostro de Dios como Padre misericordioso; se presentó a sí mismo, hombre verdadero, como el Hijo de Dios y la Palabra del Padre, el Salvador que da su vida por nosotros; y ha hablado del Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo, el Espíritu de la Verdad, el Espíritu Paráclito". (Papa Francisco)

 

   Dios es Amor, y es el amor el que define este misterio insondable de la trinidad. Y los cristianos quedamos inmersos en este soberano misterio cuando nos bautizan, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Así comienza nuestra vida de miembros de la iglesia. Con esta fórmula expresamos nuestra fe en los momentos más decisivos de nuestra existencia. La Santísima Trinidad es el misterio más escondido en Dios, el misterio de la intimidad de Dios, pero abierto a la mirada de todos. Como se trata de una verdad inefable que sobrepasa infinitamente los límites de lo creado, exige de nosotros una disposición de fe, docilidad y contemplación ante soberana majestad. Solamente postrando el alma, podremos conocerlo.

 

   De niños comenzamos a crecer y a relacionarnos con la Santísima Trinidad y a adorar este soberano misterio. Nuestros padres nos llevaron a la Iglesia y, de rodillas, nos enseñaron a santiguarnos: “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”: Una señal de la cruz en la frente (Indicando al Padre, mente creadora de todo); en la boca, (indicando al Hijo, palabra eterna del Padre), y en el pecho sobre el corazón, (indicando al Espíritu Santo, amor del Padre y el Hijo). Este misterio de la Santa Trinidad nos abraza y nos cubre todos los días, aunque muchos, quizá, permanecemos fríos e insensibles.

 

   En el credo, todos confesamos la santa trinidad, pero siempre será inabarcable porque solo el mismo Dios es quien lo puede revelar. Y no es solo el misterio de Dios, sino también el misterio de cada uno de nosotros, pues ya tenemos en nuestro interior la luz de Dios que nos impulsa hacia él (cfr. San Agustín. - Ver anécdota 3: el mar en un pozo).

 

   Dios es amor, y en la experiencia humana, el amor se va colando en cada corazón de manera disimulada pero muy real, sensible y efectiva. Así pasa con la Santísima Trinidad que se va dejando encontrar en lo más cercano y cotidiano. De niños, mientras tomábamos leche materna, se nos iba descubriendo la imagen del Dios-amor. Mientras íbamos descubriendo la imagen de “papá”, se nos iba regalando la imagen de “Dios Padre”. Mientras descubríamos la imagen de nuestros padres, descubríamos, al mismo tiempo, la imagen de Dios.

 

   Lo primero que nos enseñaron y aprendimos fue el “Padre nuestro”, y nuestra primera conversación con Dios fue “llamarle Padre nuestro”. Crecimos con la imagen de Dios y Dios estaba creciendo en nosotros y con nosotros. Los hijos comienzan por “hacerles cariñitos a sus papás”, “a sentirse a gusto en sus brazos” ¿Acaso nuestra fe no ha comenzado por “hacerle cariñitos a Papá Dios”? A “Papá Dios” siempre se le presenta con una gran barba. ¿Será para que, como hijitos pequeños, nos entretengamos acariciándola? Más tarde fuimos aprendiendo que la Santísima Trinidad es la eterna historia de amor narrada de manera admirable en la Cruz. Misterio de amor del que venimos, en el que nos movemos, existimos y hacia él nos caminamos.

 

   Solo como analogía: En la partitura universal el Padre es el creador; el Hijo es el intérprete perfecto de la obra del Padre, y el Espíritu Santo es el director, y quien conduce a perfección, la obra. Celebramos a Dios en tercera dimensión: Dios Padre: Dios de lo alto. Dios Hijo: Dios que extiende sus brazos en la cruz a lo ancho. Y Dios Espíritu Santo: Dios que nos lleva a lo profundo del amor divino.

 

   Que, en cada una de nuestras familias, reine el amor de la Santa Trinidad, y con la ayuda de María santísima, que acogió en su alma la presencia misteriosa y fiel de la Santa Trinidad, hagamos de nuestra vida un canto de alabanza al Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo. Gracias Padre, porque nos das la vida cada mañana. “Gracias Hijo porque nos rescatas y nos redimes cada tarde. Gracias Espíritu Santo, porque nos acompañas siempre en la comunidad”.

 

“Santísima Trinidad, acompáñanos en los viajes de esta vida y en el viaje a la eternidad”

 

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Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Santísima Virgen los proteja.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía

“Infunde tu calor, en el hielo de nuestro corazón…”

 

Saludo y bendición queridos fieles de esta comunidad.

 

Hoy, cincuenta días después de la pascua, (Penta-costa = el día cincuenta), celebramos la solemnidad de Pentecostés, el fruto maduro de la pascua, día en que Jesús envió el Espíritu Santo sobre los discípulos. Día en que el Espíritu Santo, como arquitecto del Padre, coloca la primera piedra de la iglesia, extiende su fuego sobre los apóstoles para que actúen y salgan de su encierro, revistiéndolos de su color rojo, símbolo de la pasión por el Reino de Dios y colocando en las almas un lenguaje común, el lenguaje del amor. En Pentecostés, el Espíritu Santo edifica no una torre de Babel. de orgullo, egoísmo, ambición y confusión, sino una comunidad en la que todos tienen el mismo fuego del Espíritu, unidos en la fe y el amor.

 

El Espíritu Santo siempre ha estado en la obra del Señor. Cuando Jesús nace en Belén es por obra del Espíritu, y cuando la Iglesia nace en Jerusalén es por obra del Espíritu. Cuando Jesús inicia su ministerio, lo hace bajo el poder del Espíritu en su bautismo. Jesús anuncia el reino de Dios guiado por el Espíritu. Los apóstoles se abren a los gentiles guiados por el poder de su Espíritu. Bajo esta mirada cabe también la historia de la Iglesia, que, desde hace más de dos mil años, ha sido la historia que el Espíritu Santo ha escrito a través de personas de fe que se dejaron guiar por el Espíritu. Esta Iglesia del Señor Jesús, fue, es y será edificada por el mejor arquitecto, el Espíritu Santo, quien nos garantiza, por sus siete dones, los planos seguros y la guía inequívoca para llegar a Dios.

 

El mismo Espíritu que crea la unidad, crea la diversidad. Crea la común-unión y a la vez las diferencias. Es él quien crea una misma iglesia y la pone en camino (en sinodalidad), regalándole en pentecostés, alma y dinamismo. La guía a la plenitud de la verdad, la instruye y la dirige con diversos dones jerárquicos y carismas. La embellece con abundantes frutos, la rejuvenece, la renueva, y la conduce a la unión consumada con su esposo y cabeza.

 

San Hipólito afirmaba: "Cuando se rompe un frasco de perfume, su fragancia se difunde por todas partes. Al romperse el cuerpo de Cristo en la cruz, su divino Espíritu se derramó en los corazones de todos". Sin la presencia del Espíritu que entra en la habitación de nuestro corazón seguiremos dormidos, y la iglesia quizá encerrada.

 

También San Cirilo de Jerusalén afirmó: “El agua es condición necesaria para que haya vida. La lluvia siendo siempre la misma, produce efectos muy diferentes dependiendo de quién la recibe. En una vid se convierte en uva y luego en vino; en un árbol frutal se convertirá en naranjo, en limón, en lima y dará un fruto exquisito. El agua que, siendo la misma, produce diversidad de frutos. Y Dios, siendo el mismo, produce diversos frutos según la persona que lo recibe, pero él siempre es la fuente de donde nace todo bien. De él proceden todos los bienes materiales y espirituales que recibimos.

 

El amor divino es el fruto por excelencia del Espíritu Santo. Él llena el corazón de gozo y de consuelo, de paz y dulzura que perduran aun en medio de la adversidad. Por eso lo invocamos como el “dulce huésped del alma”. Dado que somos creaturas limitadas y pecadoras, necesitamos la fuerza de sus siete dones para tener una relación con Dios; para que nos abrigue, y que infunda calor de vida en el hielo de nuestro corazón. “El Don de los dones espléndido” se traduce en el amor sagrado que nos hace amables y nobles para ayudar a los demás. Es la “fuente del mayor consuelo” que habita en nosotros y hay que cultivarlo para que el amor de Dios pueda reinar y dar fruto en nosotros.

 

No nos cansemos de pedir: Ven espíritu de sabiduría, para que nos comuniques el gusto por las cosas de Dios. Ven espíritu de entendimiento, para que nos comuniques un conocimiento más profundo de las verdades de la fe. Ven espíritu de consejo, para que nos ayudes a resolver con criterios cristianos los pequeños o grandes conflictos de nuestra vida y a saber discernir lo que está bien y lo que no lo está. Ven espíritu de fortaleza, para que despiertes en nosotros la audacia que nos impulse al apostolado con entusiasmo. Ven espíritu de ciencia, para que nos enseñes a darle a las cosas terrenas su verdadero valor de medios y no de fines. Ven espíritu de piedad, para que sepamos relacionarnos con Dios como verdadero Padre nuestro y sepamos amarlo y confiar en él como verdaderos hijos suyos. Ven espíritu de temor de Dios, para que nos impulses a huir de cualquier cosa que pueda ofender a Dios.

 

Jesús deja de caminar por este mundo, y después de su ascensión nos colma con el don del Espíritu que dejó a sus apóstoles. Es el momento de dar razón de nuestra esperanza, de nuestra fe y de nuestra alegría. Todos somos protagonistas del único proyecto eterno de Dios, porque pentecostés es el fruto eterno e incontenible de la Pascua.

 

Se cuenta de Miguel Ángel, que cuando terminó de esculpir el famoso “Moisés”, le quedó tan bien que le dio una palmada diciéndole: “¡Sólo te falta hablar!” El Señor Jesús nos va construyendo cada día, y en cada pentecostés nos vuelve a moldear, nos retoca con su mano divina, y con su fuerza de lo alto, nos da un empujoncito “para que nos llenemos de vida y hablemos de Dios”.

 

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Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Santísima Virgen los proteja.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía

“Testigos de la eternidad”

“Estamos Aquí Con Su Imagen Grabada. Y Ya Estamos Allá Con La Nuestra Grabada en Él”

 

Saludo y bendición a todos ustedes, queridos fieles de esta comunidad.

 

   Hoy celebramos la solemnidad de la Ascensión del Señor al cielo. Se despide, pero no se aleja definitivamente. Su partida marca el término del tiempo del Señor entre nosotros y da comienzo al tiempo de los discípulos, el tiempo de la Iglesia. Antes de ascender al cielo, Jesús reviste a sus discípulos con su bendición, para dejarlos habitados y revestidos de él; luego les asegura su eterna presencia: “…Y Yo estaré con vosotros, todos los días hasta el fin del mundo”. Y al terminar el camino terreno de Jesús, la ascensión es “punto de llegada”. Pero también es “punto de partida” al comenzar la tarea misionera que Dios encomienda a cada uno.

 

   "Jesús se va, asciende al Cielo, es decir, regresa al Padre de quien fue enviado al mundo. Hizo su trabajo, luego regresa al Padre. Pero no es una separación, porque permanece con nosotros para siempre, en una forma nueva. Con su ascensión, el Señor resucitado atrae la mirada de los Apóstoles - y también nuestra mirada - a las alturas del Cielo para mostrarnos que el objetivo de nuestro viaje es el Padre. La mirada al Cielo y los pies al mundo". Y antes de irse, Jesús, "Ve al mundo y a sus discípulos". Ve que el lugar del cristiano es el mundo para anunciar la Palabra de Jesús, para anunciar que somos salvados, y que Él para llevarnos a todos con Él ante el Padre". (Papa Francisco)

 

   ¿Sabían que, con la Ascensión, Jesús pone fin a su Navidad? La Ascensión es como la Navidad a la inversa. La Navidad celebra a Dios haciéndose hombre, y la Ascensión celebra al Dios, que encarnado, vuelve a su condición divina. En la Navidad es Dios que “se rebaja”. En la Ascensión es Dios que “triunfa”. Aquella alegría que inundó a los pastores de Belén, es la alegría de los humildes discípulos que continúan la obra de Dios. “En la Navidad, Dios anida su divinidad en la humanidad. En la Ascensión, Dios anida la humanidad ya redimida, en la eternidad”. Así que Navidad y Ascensión son el paréntesis que abarca la vida terrena de Jesús. Y, por así decirlo, la Ascensión es “el pitazo final” porque ha terminado aquel partido que comenzó en Belén. Ahora seremos nosotros quienes vistamos su camiseta.

 

   En su Ascensión, Cristo ya ha alcanzado lo que nosotros esperamos: el gozo de estar con Dios. Estaremos unidos a Él que es nuestra cabeza. El cielo que nos promete el Señor, no se encuentra solamente sobre nosotros; él está en nuestro corazón, en la intimidad como una realidad y una tarea. La Ascensión nos propone levantar la mirada al cielo dejando huella en la tierra. Así avanzaremos al cielo sin descuidar nuestras tareas. Como el ciclista que, para mantener el equilibrio, tiene que pedalear y avanzar, sólo estaremos unidos a Jesús, si avanzamos con él. Él no nos ha dejado solos, va a nuestro lado y muchas veces nos lleva sobre sus hombros.

 

   “La mirada al Cielo y los pies al mundo" Si el Señor nos deja con los pies en la tierra, nuestra mirada, nuestra alma y nuestro corazón, se levantan al cielo. Mientras nuestra mirada asciende al cielo, nuestros pies han de grabar por los senderos del mundo, el Reino de Dios. La Ascensión es el triunfo definitivo de Jesús, y es a la vez, “el triunfo de nuestras debilidades”. Porque a pesar de todo, Dios confía en nosotros su obra; en nuestras manos y en nuestros pies. Con la Ascensión “nuestras lenguas” se hacen “lengua de Jesús”. Y “nuestros pies”, “en pies de Jesús”. Seguirá hablando a través de nosotros y seguirá caminando en nuestro caminar misionero, porque, Cristo resucitado, ya nos ha incluido de alguna manera en su destino final.

 

   Exaltado a los cielos, Él seguirá con nosotros por el Espíritu Santo. No nos deja solos. Nos deja la imagen del Padre grabada en nuestros corazones y se lleva grabada nuestra débil naturaleza y tenernos junto al Padre celestial. Si Jesús está en lo más alto de los cielos, nada ni nadie estará por encima de él. Él es la meta más alta a la que aspira la humanidad. San Agustín, lo expresó de esta bella manera: “El Señor se fue, pero sigue estando. Nosotros estamos aquí, pero de alguna manera estamos allá con él. Nuestra vida está en la tierra, pero nuestro corazón está en el cielo; y teniendo nuestro corazón en el cielo, buscamos las cosas de arriba, mientras que las cosas de la tierra se relativizan. Jesús, cuando bajó a nosotros, no dejó el cielo; ahora que vuelve al cielo, tampoco nos deja. Cristo es la cabeza del Cuerpo, y si la cabeza ya está glorificada, de alguna manera también estamos glorificados con él”.

 

El cielo ha comenzado, vosotros sois mi cosecha.

El Padre ya os ha sentado conmigo a su derecha.

Partid frente a la aurora, salvad a todo el que crea.

Vosotros marcáis mi hora, comienza vuestra tarea.

 

   A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.capillasantaanachia.org y el Facebook de la Capilla, les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la Buena Nueva del Señor, donde quiera que estemos.

Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Santísima Virgen los proteja.


Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía

“Me Voy, Pero No los Dejaré Solos…

 

Saludo y bendición a todos ustedes, queridos fieles de esta comunidad.

 

   El Evangelio de este sexto domingo nos presenta la despedida del Señor y la promesa de darnos el gran don pascual del Espíritu Santo. “Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad”. La presencia del Señor, de ahora en adelante, la experimentarán los discípulos en la fuerza del Espíritu Santo, y en los dones de la paz y el mandamiento del amor.

 

   El Espíritu Santo que promete el Señor resucitado será la fuente del amor divino y la nueva la presencia de Dios en nosotros. Ese es el misterio del don del Espíritu Santo. Dios lo concibe en nuestro corazón y en nosotros se produce la maravilla de “Jesús en el Padre, nosotros en Jesús y Jesús en nosotros”. Como la madre que ha concebido, también nosotros comenzamos sin casi enterarnos ni percibir esa nueva presencia del Espíritu en nosotros. Como la semilla germina en la tierra y está llamada a brotar, y aunque tarda un poco, siempre brota, el Espíritu divino que brota de las entrañas del Señor resucitado, entra al fondo del alma y comienza a florecer y a dar frutos en ella.

 

   Jesús se va, pero no deja huérfanos ni abandonados a sus discípulos porque en su ausencia, su divino Espíritu les animaría constantemente. Jesús “se nos va”, pero “se queda”. Él lo afirmó: “Volveré, y estaré con vosotros todos los días hasta el fin de los tiempos”. Él regresa en el don del Espíritu que nos hará vivir en esa comunión trinitaria del “Dios Amor”. “los cristianos no nos quedamos huérfanos de Dios” porque estamos habitados por él, y seguirá con nosotros en la comunidad, familia de Dios en donde “vendremos a él y haremos morada en él”. Como estamos habitados por él, él permanecerá con nosotros hasta el final del mundo.

 

   A los apóstoles les habría gustado que su amado Jesús permaneciera en la tierra siempre con ellos. A nosotros nos pasa lo mismo: ¿Acaso no quisiéramos que nuestros seres queridos no se fueran nunca de nuestro lado? Será cuando ya no esté el Señor, cuando comprendan que convenía que él se fuera de su lado para emprender un nuevo camino. Sólo que, en ese nuevo camino, la nueva presencia de Jesús es a través de su Espíritu Santo. Ya no lo retendrán físicamente en sus retinas; ahora será a través de los ojos de la fe, y en variedad de sus dones espléndidos, que arderá en el corazón de los creyentes.

 

   Jesús se mantendrá presente y vivirá en la comunidad, por su Espíritu divino: “donde estén dos o tres reunidos en mi nombre allí estaré yo en medio de ellos.” La comunidad, a su vez, tendrá que crecer en torno a tres legados que aseguran su presencia: Guardar su Palabra. El don de la Paz. Y el mandamiento del amor: “Si alguno dice que ama a Dios y aborrece a su hermano es un mentiroso”. El gran mandamiento de Jesús es “el mandamiento del amor”. Pero un amor como “el suyo”. El amor que está dispuesto a sacrificarlo todo por él, a venderlo todo por él, a dar la vida por él y como él. No es el amor “de ofrecer un ramo de flores”, ni “de invitarte a una comida”. No es el amor “salir juntos a divertirnos”. Es el amor “que lo da todo”, “que lo entrega todo”. Todo, “hasta la propia vida”.

 

   El Amor de Dios por nosotros, nos impulsa a amarnos y a dar marcha a su amor. “Amaos unos a otros como yo os he amado”. El amor a Dios solo adquiere fuerza y dinamismo en al amor a los demás; algo así como las dos ruedas que impulsan una bicicleta. El amor de Jesús es un amor gratuito, nunca nos pide nada a cambio, y quiere que este amor gratuito se convierta en la forma concreta de vida entre nosotros: “Amándonos como Él nos ha amado” Para esto se requiere guardar sus mandatos, darle el espacio en el corazón a su Espíritu, nuestro abogado y defensor. Observemos que, si en los negocios de este mundo necesitamos de buenos consejeros y guías, con mayor razón, para conquistar la eternidad necesitaremos de un mayor consejero. No podemos ir solos la ruta de la fe. Se requiere la luz del cielo.

 

   Y es que, nuestra vida está llena de ruido, de palabras que van y vienen, de propuestas que confunden, de promesas falsas y, con frecuencia, perdemos la capacidad de amar, de dar espacio a Dios, de propiciar silencio espiritual para escuchar su voz, para dejarnos guiar por su Espíritu que nos habita. Necesitamos que el Espíritu divino llene el vacío de nuestras almas cuando él nos falta por dentro, y que infunda calor de vida en el hielo en nuestro corazón.

 

   Muchos nos creemos poseedores de la verdad y no queremos que nadie nos quite nuestras ideas y forma de ver y actuar. La actitud de los discípulos ha de ser también la nuestra. Si abrimos el corazón y nos dejamos impregnar por el evangelio y vivirlo en la cotidianidad, con seguridad él vendrá a nosotros, se manifestará a través de nosotros y haremos morada en él. Jesús no nos dejará huérfanos, pero tampoco podemos dejar huérfanos a los demás. Con la fuerza el Espíritu divino sintámonos familia de Dios para sentirnos familia de todos, porque todos somos hijos de un mismo Padre.

 

   A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.capillasantaanachia.org y el Facebook de la Capilla, les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la Buena Nueva del Señor, donde quiera que se encuentren.

 

Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Santísima Virgen los proteja.

 

Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía

“Señor, Sé Nuestro Pastor y Guíanos por Siempre

 

Saludo y bendición a todos ustedes, fieles de esta comunidad.

 

Hoy celebramos a Jesucristo, el Buen Pastor por excelencia, y la palabra de Dios nos invita a escuchar su voz, a seguirle y a conocerle. En la relación del Señor, - el Buen Pastor-, con el rebaño - que somos nosotros- se diseñan las características del auténtico pastor: Dar la vida por las ovejas. Conocer a sus ovejas.  Las ovejas le conocen. El Padre conoce al Hijo y el Hijo al Padre. Y el Hijo da su vida por las ovejas.

 

La relación entre el rebaño y el Buen Pastor, es tan estrecha, porque “Escuchan la voz del Pastor” porque les es familiar. “El pastor que conoce a sus ovejas”, y “Las ovejas le siguen”. Para que las “ovejas escuchen la voz del Pastor, y él las conozca” es fundamental que él esté “cerca de ellas” porque nadie conoce desde lejos, ni se puede pastorear a control remoto. Él las llama por su nombre y camina delante de ellas. El pastor no amenaza ni empuja, sino que va con ellas marcando el rumbo, y sólo pueden seguir al que va delante porque les brinda confianza; es ejemplo y modelo.

 

¿Cómo podemos conocer al ben pastor? Observando el trato que da a las ovejas: “y las ovejas atienden su voz, y él va llamando por su nombre a sus ovejas, y las ovejas lo siguen porque conocen su voz”. “Conocer la voz de Jesús”, entre tantas voces. “Saber distinguir la voz de Jesús” de las demás voces que nos hablan y llaman.

 

El Buen Pastor, se regocija con las ovejas que están cercanas a él, pero también va en busca de las extraviadas. Y lejos de enojarse, por su compasión la toma sobre sus hombros y de su propio cansancio, “cura y venda sus heridas”. Su misericordia es infinita y su amor quiere alcanzar a todas las ovejas, aunque sean de otro redil: “tengo otras ovejas que son de otro redil que necesitan ayuda”. A los que se han apartado de su amor y han perdido el calor de su corazón, los sigue buscando para ofrecerles sus entrañas de pastor, porque el buen pastor solo busca el bien de los demás.

 

Cuando Jesús dice: “Yo soy la puerta”, se nos está descubriendo como el punto de encuentro. En Jesús toda persona puede encontrarse con Dios, porque en él, Dios se nos manifiesta, sale a nuestro encuentro, nos abre, nos acoge y nos perdona. Hay muchas puertas que quieren desviarnos de la verdad. Su denuncia es contra tantos falsos pastores que no merecen nuestra confianza, ni son garantía de nada. Sólo la puerta de la verdad, que es Jesús resucitado, nos abre al camino que nos lleva al banquete de la vida. Él nos da acceso a la vida del Padre, y nos invita a entrar en ella, no con falsas promesas, sino con un profundo realismo: "El que quiera seguirme, que tome su cruz". Es decir, sólo hay una puerta que se abre a una vida verdadera y nueva: la del amor hecho servicio en Cristo el Buen Pastor.

 

Dice el Papa Francisco: «La imagen de la puerta se repite varias veces en el Evangelio y se refiere a la de la casa, del hogar doméstico, donde encontramos seguridad, amor, calor. Jesús nos dice que existe una puerta que nos hace entrar en la familia de Dios, en el calor de la casa de Dios, de la comunión con Él. Esta puerta es Jesús mismo. Él es la puerta. Él es el paso hacia la salvación. Él conduce al Padre. Y la puerta, que es Jesús, nunca está cerrada, esta puerta nunca está cerrada, está abierta siempre y a todos, sin distinción, sin exclusiones, sin privilegios. Porque Jesús no excluye a nadie”.

 

Jesús olía a cuna de pastores, olía a establo de ovejas, olía a pueblo sencillo, olía a enfermos, a ciegos, a leprosos, a cojos y paralíticos. Olía a gente que tenía hambre. El mejor perfume de un pastor es “el de su oveja y su rebaño”. La calidad de los pastores se demuestra por la calidad del rebaño, por la vida del rebaño y por la unidad del rebaño. Y es en esta lógica que el Señor ha elegido a los pastores para custodiar su rebaño. A este respecto, se refiere el Papa Francisco diciéndonos que el Pastor tiene que ir detrás del rebaño; delante del rebaño; con el rebaño, y en medio del rebaño. Misión que no es nada fácil, pero misión maravillosa, porque es la que mejor nos configura con el mismo Jesús que “entregó su vida para que nosotros tuviésemos vida”. El mejor pasto del pueblo de Dios, - como precioso rebaño-, es la vida de sus pastores, consagrada en favor de ellos.

 

Ser buen cristiano, ser buena oveja, es saber “reconocer la voz de Dios”, la “voz de Jesús”, y diferenciarla al resto de voces que continuamente nos llaman a seguir otros caminos. La voz de Jesús es distinta a las demás voces. Es una voz con melodía de “amor, comprensión, bondad, perdón”. Es una voz que “nos da paz, serenidad y esperanza”. Es una voz que “ofrece e invita a la salvación”.

 

En cualquier condición o lugar en que nos encontremos, podemos ser pastores porque siempre tendremos ovejas que cuidar. Como los padres de familia son verdaderos pastores porque “dan vida”, la vida de Jesús a sus hijos, y como él, “prefieren entregar su vida”, para que sus hijos la “tengan vida abundante”. ¡Cuidemos la vida, la familia, los amigos, los vecinos, nuestros compañeros y semejantes! Que cada día reconozcamos la voz del Señor, de manera especial en aquellos que en el fondo de su alma necesitan la mano tendida y segura del Buen Pastor. Y si en Jesús Dios quiso impregnarse de olor de humanidad para que la humanidad huela a divinidad, entonces, es posible que, así como Cristo Buen Pastor huele a oveja, nosotros, -sus ovejas-, nos impregnemos del olor de Dios.

 

A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.capillasantaanachia.org ó del Facebook de la capilla, les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la Buena Nueva del Señor, donde quiera que se encuentren.

 

¡A todos: ¡Feliz día del Buen Pastor! ¡Y que todos seamos pastores según el corazón Cristo! Que el Señor, Buen Pastor los bendiga y la Virgen los proteja. Amén.

 

Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía

“Señor, Sé Nuestro Pastor y Guíanos Por Siempre

 

Saludo y bendición a todos ustedes, fieles de esta comunidad.

 

   Hoy celebramos a Jesucristo, el Buen Pastor por excelencia, y la palabra de Dios nos invita a escuchar su voz, a seguirle y a conocerle. En la relación del Señor, - el Buen Pastor-, con el rebaño - que somos nosotros- se diseñan las características del auténtico pastor: Dar la vida por las ovejas. Conocer a sus ovejas.  Las ovejas le conocen. El Padre conoce al Hijo y el Hijo al Padre. Y el Hijo da su vida por las ovejas.

 

   La relación entre el rebaño y el Buen Pastor, es tan estrecha, porque “Escuchan la voz del Pastor” porque les es familiar. “El pastor que conoce a sus ovejas”, y “Las ovejas le siguen”. Para que las “ovejas escuchen la voz del Pastor, y él las conozca” es fundamental que él esté “cerca de ellas” porque nadie conoce desde lejos, ni se puede pastorear a control remoto. Él las llama por su nombre y camina delante de ellas. El pastor no amenaza ni empuja, sino que va con ellas marcando el rumbo, y sólo pueden seguir al que va delante porque les brinda confianza; es ejemplo y modelo.

 

   ¿Cómo podemos conocer al ben pastor? Observando el trato que da a las ovejas: “y las ovejas atienden su voz, y él va llamando por su nombre a sus ovejas, y las ovejas lo siguen porque conocen su voz”. “Conocer la voz de Jesús”, entre tantas voces. “Saber distinguir la voz de Jesús” de las demás voces que nos hablan y llaman.

 

   El Buen Pastor, se regocija con las ovejas que están cercanas a él, pero también va en busca de las extraviadas. Y lejos de enojarse, por su compasión la toma sobre sus hombros y de su propio cansancio, “cura y venda sus heridas”. Su misericordia es infinita y su amor quiere alcanzar a todas las ovejas, aunque sean de otro redil: “tengo otras ovejas que son de otro redil que necesitan ayuda”. A los que se han apartado de su amor y han perdido el calor de su corazón, los sigue buscando para ofrecerles sus entrañas de pastor, porque el buen pastor solo busca el bien de los demás.

 

   Cuando Jesús dice: “Yo soy la puerta”, se nos está descubriendo como el punto de encuentro. En Jesús toda persona puede encontrarse con Dios, porque en él, Dios se nos manifiesta, sale a nuestro encuentro, nos abre, nos acoge y nos perdona. Hay muchas puertas que quieren desviarnos de la verdad. Su denuncia es contra tantos falsos pastores que no merecen nuestra confianza, ni son garantía de nada. Sólo la puerta de la verdad, que es Jesús resucitado, nos abre al camino que nos lleva al banquete de la vida. Él nos da acceso a la vida del Padre, y nos invita a entrar en ella, no con falsas promesas, sino con un profundo realismo: "El que quiera seguirme, que tome su cruz". Es decir, sólo hay una puerta que se abre a una vida verdadera y nueva: la del amor hecho servicio en Cristo el Buen Pastor.

 

   Dice el Papa Francisco: «La imagen de la puerta se repite varias veces en el Evangelio y se refiere a la de la casa, del hogar doméstico, donde encontramos seguridad, amor, calor. Jesús nos dice que existe una puerta que nos hace entrar en la familia de Dios, en el calor de la casa de Dios, de la comunión con Él. Esta puerta es Jesús mismo. Él es la puerta. Él es el paso hacia la salvación. Él conduce al Padre. Y la puerta, que es Jesús, nunca está cerrada, esta puerta nunca está cerrada, está abierta siempre y a todos, sin distinción, sin exclusiones, sin privilegios. Porque Jesús no excluye a nadie”.

 

   Jesús olía a cuna de pastores, olía a establo de ovejas, olía a pueblo sencillo, olía a enfermos, a ciegos, a leprosos, a cojos y paralíticos. Olía a gente que tenía hambre. El mejor perfume de un pastor es “el de su oveja y su rebaño”. La calidad de los pastores se demuestra por la calidad del rebaño, por la vida del rebaño y por la unidad del rebaño. Y es en esta lógica que el Señor ha elegido a los pastores para custodiar su rebaño. A este respecto, se refiere el Papa Francisco diciéndonos que el Pastor tiene que ir detrás del rebaño; delante del rebaño; con el rebaño, y en medio del rebaño. Misión que no es nada fácil, pero misión maravillosa, porque es la que mejor nos configura con el mismo Jesús que “entregó su vida para que nosotros tuviésemos vida”. El mejor pasto del pueblo de Dios, - como precioso rebaño-, es la vida de sus pastores, consagrada en favor de ellos.

 

   Ser buen cristiano, ser buena oveja, es saber “reconocer la voz de Dios”, la “voz de Jesús”, y diferenciarla al resto de voces que continuamente nos llaman a seguir otros caminos. La voz de Jesús es distinta a las demás voces. Es una voz con melodía de “amor, comprensión, bondad, perdón”. Es una voz que “nos da paz, serenidad y esperanza”. Es una voz que “ofrece e invita a la salvación”.

 

   En cualquier condición o lugar en que nos encontremos, podemos ser pastores porque siempre tendremos ovejas que cuidar. Como los padres de familia son verdaderos pastores porque “dan vida”, la vida de Jesús a sus hijos, y como él, “prefieren entregar su vida”, para que sus hijos la “tengan vida abundante”. ¡Cuidemos la vida, la familia, los amigos, los vecinos, nuestros compañeros y semejantes! Que cada día reconozcamos la voz del Señor, de manera especial en aquellos que en el fondo de su alma necesitan la mano tendida y segura del Buen Pastor. Y si en Jesús Dios quiso impregnarse de olor de humanidad para que la humanidad huela a divinidad, entonces, es posible que, así como Cristo Buen Pastor huele a oveja, nosotros, -sus ovejas-, nos impregnemos del olor de Dios.

 

   A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.capillasantaanachia.org ó del Facebook de la capilla, les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la Buena Nueva del Señor, donde quiera que se encuentren.

 

   ¡A todos: ¡Feliz día del Buen Pastor! ¡Y que todos seamos pastores según el corazón Cristo! Que el Señor, Buen Pastor los bendiga y la Virgen los proteja. Amén.

 

Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía


“Quédate Con Nosotros, Por Siempre Señor…

 

Saludo y bendición a todos ustedes, fieles de esta comunidad.

 

   En el encuentro de Jesús con los discípulos de Emaús, encontramos toda una catequesis. Dios se esconde de nuestros ojos físicos para no imponerse a nuestra voluntad. Pero los que escuchan su palabra y se sientan a su mesa reconocerán su presencia. El momento decisivo donde se le reconoce es en “la fracción del pan”, en la Eucaristía. Ahí arde el corazón y presentimos su presencia. No obstante, para reconocer la presencia de Jesús resucitado hay que acercarse a la mesa compartida, al pan que se parte, a la comunidad donde los hermanos celebran con gozo la Eucaristía y extienden hacia el mundo la experiencia del pan que se toma en común.

 

   En Emaús las tristezas se convierten en la fiesta de la alegría; las dudas se hacen certezas, las desilusiones vuelven a florecer en ilusiones nuevas y los fracasos se convierten en nuevas energías. Emaús es la experiencia de cómo la compañía del resucitado calienta los corazones aún sin reconocerlo. Emaús no es el final de un camino, sino el comienzo de uno nuevo.  Es el camino del regreso, de la vuelta a casa, de la vuelta a la comunidad abandonada, y los labios de los discípulos que estaban como amarrados, ahora proclaman: “Era verdad, ha resucitado”

 

   ¡Cuántas tristezas, cuántas derrotas, cuántos fracasos existen en la vida de cada persona! En el fondo somos todos un poco como estos dos discípulos. Cuántas veces en la vida hemos esperado, cuántas veces nos hemos sentido a un paso de la felicidad, y luego nos hemos encontrado por los suelos decepcionados. Pero Jesús camina con todas las personas desconsoladas que van con la cabeza agachada. Y caminando con ellos, de manera discreta, logra dar esperanza”. (Papa Francisco)

 

   El encuentro con Jesús, permite a los discípulos cambiar su trayectoria, abandonar la dirección de la aldea para volver a Jerusalén. Es decir, volvieron a sus raíces, a encontrarse con la comunidad donde todo comenzó. Esa es la vida del cristiano: un camino de ida y de regreso. El regreso de la desesperanza al ardor del corazón; de las desilusiones a las esperanzas; camino en el que necesitamos de alguien que nos libere de la sensación del fracaso en el que nos vamos hundiendo más y más. El ardor con el Señor resucitado, transforma la vida de los discípulos y hace nacer la comunidad cristiana, naciendo así la Iglesia. Nos alimenta y nos da vida con la Palabra de Dios, y nos deja la eucaristía, fuente y cima de la vida cristiana. Estas son las tres bases fundamentales de nuestra vida cristiana.

 

   La tristeza y la desilusión nunca son buenos compañeros en la vida. ¡Cuántas vidas frustradas por la desilusión, por la pérdida de la alegría! ¡Cuántos matrimonios rotos, porque “han perdido la alegría de estar juntos”! El encuentro de Jesús con los discípulos de Emaús, nos enseña a no tomar decisiones en momentos de frustración y tristeza, más bien a dejarnos acompañar de alguien que pueda ayudarnos a ver. No hundirnos ante la primera decepción, porque durante la tormenta todo parece imposible, pero cuando pasa la tormenta todo vuelve a clarear. Y Jesús que calma la tormenta, siempre nos acompañará.

 

   De ahí que la pedagogía de Jesús es el acompañamiento. Porque acompañar es “caminar al lado de los otros”. No es caminar por ellos. Es “darles pistas de discernimiento”. no discernir por ellos. Es “ayudar a pensar”, no pensar por ellos. Es “ayudar a encontrar respuestas”. No encontrarlas por ellos. Es “dejar tiempo de maduración”. Porque toda maduración requiere de tiempo. Ojalá que, en los momentos de tristeza, de desilusión, o cuando nos ahoguen problemas y angustias, dejemos que el Señor se nos una y nos ayude a aclarar la ruta; que nos de su luz para que arda nuestro corazón y descubramos el camino.

 

   Avancemos por los caminos de nuestra vida, y para que tenga sentido nuestro camino, mostremos a los demás las manos gastadas en generosidad y caridad; los pies cansados yendo al encuentro de los necesitados y compartamos la fe, las alegrías y las tristezas, seguros que las dificultades de cada día se quedan sobre los hombros del peregrino de Emaús que nos acompaña en la ruta de cada día, nos espera en la eucaristía.

 

   Cada domingo, Jesús se sienta a la mesa con nosotros y parte el pan que nos recuerda que su amor por nosotros y su misericordia son eternos. Que cada eucaristía “sea un comenzar de nuevo”, “con la alegría de habernos encontrado con el Resucitado”. Anunciémoslo por donde quiera que vayamos, y supliquémosle: “¡Quédate con nosotros Señor!  

 

   A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.capillasantaanachia.org ó del Facebook de la capilla, les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la Buena Nueva del Señor, donde quiera que se encuentren.

 

Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Virgen los proteja. Amén.

 

Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía


“Señor Mío y Dios Mío, Ten Misericordia de Mi…

 

Saludo y bendición a todos ustedes, en este domingo de la divina misericordia.

 

Este segundo Domingo de Pascua, ha sido declarado como Domingo de la Divina misericordia. Nos sitúa en la noche del día de Pascua. Un día que amaneció para ellos “oscuro” y terminó en “un amanecer gozoso”. Se pasaron el día corriendo de aquí para allá, viendo sepulcros vacíos, vendas y sudario, pero “él no estaba”.

 

Hasta que Jesús se presenta en medio y les dijo: “Paz a vosotros”. Por fin, se hizo luz en la noche. Por fin, la alegría volvió a sus corazones. Por fin, el miedo se convirtió en valentía. Por fin, también ellos lo ven y pueden tocarlo. Y pueden ver sus llagas, y pueden ver su corazón abierto. Jesús puede tardar, pero siempre llega a tiempo. Jesús puede poner a prueba nuestra fe, pero la fortalece, y todo comienza de nuevo.

 

En esa noche fue cuando “amaneció y resplandeció” para ellos la luz pascual, porque de día solo corrían los rumores. En eso consiste la novedad de la Pascua: abrir las puertas cerradas, como Jesús dejó abiertas las puertas del sepulcro, para que brotara la vida. 

 

Al presentarse en medio de sus discípulos, Jesús resucitado no les reprende por haberlo abandonado y negado. Al contrario, les ofrece el don de su paz, de su divina misericordia y les encarga la misión de transmitir en su nombre el perdón de los pecados. En el resucitado experimentamos que su misericordia, es tan infinita, que el mismo Dios nos lleva grabados en las manos, en los pies y en el costado de su divino Hijo. «Lo único que hay en el cielo hecho por manos humanas, son las heridas que llevó Nuestro Señor Jesucristo», y a través de ellas, Dios puede leer nuestros nombres escritos en las manos de su hijo.

 

En el cuerpo de Cristo resucitado las llagas no desaparecen, permanecen, porque aquellas llagas son el signo permanente del amor de Dios por nosotros, y son indispensables para creer en Dios; para creer que Dios es amor, misericordia, fidelidad. Como escribe San Pedro, citando a Isaías, escribe a los cristianos: “Sus heridas nos han curado”. En adelante, al Padre celestial, para vernos, le basta mirar las llagas de su divino Hijo, en donde quedó grabada para siempre la humanidad, por la cual murió y resucitó. En la muerte, o en la vida, quedamos prendidos del Señor, y de sus heridas glorificadas, también participamos todos. El profeta Isaías lo canta: “Míralo, en las palmas de mis manos te tengo tatuado” (Is 49,16).

 

Cristo resucitado atraviesa nuestras puertas cerradas y se pone en medio. Cuando él se convierte en el centro de nuestra vida y de la comunidad ya no hay miedo. La fuerza nos viene del poder amoroso de Dios. Es él quien nos libra de las obsesiones de nuestras inseguridades, y nos da la paz que anhelamos desde lo más hondo. Necesitamos aumentar los encuentros con Cristo resucitado; cada encuentro con Jesús resucitado y misericordioso, nos hace vencer tantas resistencias y nos convertirá en apóstoles fervientes. ¡Señor mío y Dios mío! Gracias a él, Jesús pronuncia la última bienaventuranza, la que nos abarca a todos: “Felices aquellos que creen sin haber visto”. Esos dichosos somos nosotros que creemos en Jesús resucitado, porque, aunque no lo hemos visto, sabemos que está vivo.

 

Según aquel refrán: “hasta no ver, no creer”, lo que necesitó Tomás, y necesitamos nosotros, es conectarnos directamente con el corazón de Dios. Esto requiere pasar por las huellas que dejaron sus clavos, sintonizar nuestro corazón con el suyo y permitir que él moldee y abra nuestro hermético corazón. Pidamos al Señor resucitado que nos conceda la gracia de poder meter nuestros dedos en las llagas del resucitado, pero especialmente en las llagas de los crucificados de hoy, y así, atestiguar que él sigue vivo en ellos. Nosotros, unidos a la fe del Apóstol, deberíamos pedir: “Señor mío y Dios mío”: tú que dijiste: “Dichosos los que crean sin haber visto”, ayúdame a verte en mis hermanos y así creer más en ti.

 

Lindo gesto de Jesús hacia sus discípulos. Pasar de “estar encerrados por el miedo”, “al envío”. Y enviados no de cualquier manera, sino “para continuar mi envío”. “Lo mismo que yo he sido enviado por el Padre, ahora os envío a vosotros”. Mi misión ahora es la vuestra. Pasar de las “puertas cerradas” al “polvo de los caminos”.

 

Si la Vigilia Pascual iluminó la noche santa. Ahora el mismo resucitado ilumina la vida de los suyos. Este es un domingo lleno de sorpresas, lleno de encuentros. Un domingo de renovación en el Espíritu, de perdón y perdonados. Un domingo para meter nuestras vidas en las llagas del Señor.

 

Señor: Cada vez que me caiga, que me canse, que me sienta solo, que tenga dudas, que alguien me niegue su amor, que sienta que como que no valgo nada, me miraré en tus manos, como tú me miras a través de tus llagas. Ayúdame a verte en mis hermanos y así creer más en ti. Amén.

 

Feliz semana de la misericordia para todos. Que el Señor resucitado y misericordioso los acompañe siempre, y que su santísima madre la Virgen María los proteja. Amén.

 

Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía

Saludo Domingo Pascua de Resurrección del Señor,  9 Abril 2023 Ciclo A

“Cristo ha resucitado, Aleluya, Aleluya

 

Saludo y bendición a todos ustedes, discípulos misioneros de esta comunidad de Santa Ana, en este domingo de resurrección, deseándoles a todos las más felices de pascua.

 

Llega la Pascua, el paso triunfal del Dios de la vida, sobre la muerte. ¡Cristo vive! Esta es la gran verdad que llena de contenido nuestra fe. Cristo triunfó sobre la muerte y su victoria es nuestra victoria, ya que esperamos participar en su gloriosa resurrección. Cristo, el Don por excelencia del Dios con nosotros, está vivo para siempre. Su resurrección es el grito de Dios, pronunciando que la última palabra la tiene él, y que Dios nunca abandonará a los suyos. Cristo resucitado vuelve a ser el agua viva, la luz que brilla en las tinieblas, la esperanza y la salvación para todos los hombres. El amor del Padre no defrauda a quien se confía a él, y a pesar de la losa de nuestros pecados, la muerte no tendrá ya nunca la última palabra.

 

La Pascua es el paso triunfal de Dios. La alegría profunda de este día tiene su origen en Cristo, en el amor que Dios nos tiene y en nuestra correspondencia con ese amor. Se cumple aquella promesa del Señor: Yo les daré una alegría que nadie les podrá quitar, y nadie podrá separarnos de su amor. El último enemigo, la muerte, mientras nos espere al final de la vida terrena, seguirá mostrando su poder y hemos de pasar por ella, como pasó el Señor; es la ley de la vida y es también ley de la vida nueva. Pero todo servirá como anticipo de la vida nueva. La luz pascual del Resucitado penetra en nuestros miedos, en nuestros desánimos, en las cobardías, en las tentaciones de muerte y hace que resplandezca la luz que no tiene ocaso.

 

El poder y la bondad de Dios hacen que el grano de trigo, que muere y es enterrado y del que al final ni siquiera quedará la cáscara, se transforme en algo mejor, en una espiga. Pues bien, el poder y la bondad de Dios hacen que nosotros, que morimos y somos enterrados, al final nos transformemos en algo mejor, en personas resucitadas, libres ya de las miserias de esta vida. Para Dios, más importantes que el grano de trigo somos nosotros, sus hijos, vivificados por el Espíritu, cuerpo terrenal y visible, e incorporados a su cuerpo glorioso.

 

Al final de la secuencia pascual decimos: "da a tus fieles parte en tu victoria santa". Pero sabemos que, para tomar parte en la victoria del Señor, se requiere intervenir en su combate. Todo lo que nos va haciendo personas es un don que recibimos, pero también es una conquista en que nos empeñamos. Así como la alegría es una tristeza vencida; el valor, un miedo al que nos hemos vencido, y la fe, una victoria sobre la duda.

 

Lo viejo ha pasado, lo nuevo ha comenzado, la muerte ha pasado, ahora es el tiempo de la vida nueva. Ya no es la hora de los sepulcros, sino la hora del jardín y la hora de los encuentros. Ya no es hora de mirar atrás sino de mirar adelante. Saludemos gozosos al Resucitado con nuestro Aleluya. Con la Resurrección de Jesús, nuestra vida tiene más luz. Y es porque la pascua es el tiempo para renacer con aquel que ya ha renacido; el resucitado nos empuja a vivir ya desde el suelo para el cielo. La gloria de Jesús, al resucitar, será atraernos y llevarnos al encuentro definitivo con el Padre. ¡Alegrémonos, hermanos, por tan gran noticia!, porque ¡Cristo ha resucitado!

 

Cristo ha Resucitado, todo es vida nueva en nosotros y para nosotros. ¡Aleluya¡, nos decimos hoy los cristianos. Se ha acabado el tiempo de orfandad. De nuevo, vivimos plenamente la dignidad de hijos de Dios renovados por el aliento del Espíritu Santo. Y como el don de la resurrección nos sobrepasa, seguiremos necesitando la ayuda del Espíritu que viene a reforzar nuestra fe, para enseñarnos a comprender todo su valor y su esplendor. Habiendo resucitado el Señor, quedamos bajo la fuerza divina y el poder de su santo Espíritu.

 

Junto con Monseñor Héctor Cubillos, Obispo de la Diócesis de Zipaquirá, les deseamos a toda la comunidad de Santa Ana, las más felices pascuas de resurrección y eternas bendiciones del Señor. Y a quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.capillasantaanachia.org  o a través del Facebook de la capilla, les enviamos la bendición, invitándolos a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la Buena Nueva del Señor, donde quiera que se encuentren.

 

Que Dios los bendiga, que Cristo resucitado los acompañe siempre, y la Virgen de la Pascua los proteja.

 

Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía

Saludo Domingo de Ramos, 2 Abril 2023 Ciclo A 

“Bendito el que viene en el nombre del Señor

 

Saludo y bendición a todos ustedes, queridos fieles de esta comunidad.

 

Iniciamos la Semana Santa con la celebración del Domingo de Ramos, la cual tiene dos momentos claramente diferenciados. Por una parte, el momento festivo de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén y, por otra parte, la lectura dramática de la pasión de Nuestro Señor. Recibimos festivamente a Jesús con los ramos y lo saludamos cantando ¡Bendito el que viene en nombre del Señor, hosanna en el cielo!, pero no cerramos los ojos ante el viacrucis que le espera.

 

Con la bendición de los Ramos damos comienzo a la Semana Santa. Las Agencias de Viajes preocupadas de vender pasajes. Los Hoteles esperando llenar sus espacios. Los transportes contabilizando el número de viajeros. Toda una campaña sobre “Vacaciones de Semana Santa”. Y, sin embargo, es la semana en la que los hombres ponemos de manifiesto “la verdad de nuestros corazones”, y en la que Dios “pone de manifiesto su corazón y su amor para con los hombres”.

 

Celebramos el acontecimiento central de nuestra salvación: el misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Al abrir la semana mayor con el domingo de ramos, así como se abren las palmas para ver pasar al Señor en Jerusalén, se abren nuestros corazones para experimentar el paso del Señor en nuestras vidas. Hoy, las palmas son los latidos de nuestro corazón que claman la presencia de Jesús para clamar tantas angustias.

 

Vivir la semana Santa es acompañar a Jesús desde la entrada a Jerusalén hasta la resurrección; es descubrir qué pecados hay en nuestra vida y buscar la reconciliación y el perdón generoso de Dios. Es afirmar que Cristo está presente en la eucaristía y recibirlo en la comunión; es aceptar decididamente que Jesús está presente también en cada ser humano que convive y se cruza con nosotros. Vivir la Semana Santa es proponerse seguir junto a Jesús todos los días de la vida, practicando la oración, los sacramentos, la caridad. Es la oportunidad para darle un rumbo nuevo al trabajo de cada día, y para abrirle el corazón a Dios, que nos sigue esperando. Es el tiempo propicio para abrir el corazón a nuestros hermanos, especialmente a los más necesitados. Es la gran oportunidad para morir con Cristo y resucitar con él.

 

¡Admiremos la pobre cabalgadura que eligió nuestro Señor! Quizá nosotros, engreídos, habríamos escogido un brioso corcel. Pero Jesús no se guía por razones meramente humanas, sino por criterios divinos. Jesucristo, verdadero Dios, se contenta con un burrito por trono. Nosotros, simples criaturas, nos mostramos a menudo vanidosos, soberbios y buscamos sobresalir, llamar la atención para que los demás nos admiren y alaben. Jesús entrando a Jerusalén sobre un burrito, nos enseñará que cada cristiano que lo recibe como rey, puede y debe convertirse en trono del Señor Jesús, donde reine y triunfe su amor.

Tratemos de mantenernos con coherencia entre la fe y la vida, y que nuestro grito de júbilo de hoy, no se convierta en el “crucifíquenlo” del viernes santo. Que nuestros ramos, sean brotes nuevos de propósitos santos, y que no se marchiten en las manos, sino que florezcan en obras de misericordia y amor, propios de esta semana mayor.

 

Desde este domingo de Ramos, participemos de antemano en los dolores, sufrimientos y muerte del Redentor, que nos liberan del pecado y de la muerte. Solo así, al final podemos dar el paso definitivo, seguro y gozoso de nuestra propia resurrección, hacia la pascua eterna. Acordémonos que la naturaleza de Dios es amarnos a pesar de las heridas que le causamos con el pecado. Aunque sean muchos nuestros pecados, la naturaleza de Dios no cambia; él siempre será perdón y su misericordia es infinita.

 

Los ramos indican a Cristo vencedor; son signo de la cercanía del Señor. No son las ramas las que salvan al creyente, sino la fe que le hace batir las palmas para que Jesús entre en los corazones. Dejemos que el Señor tome posesión de nuestros pensamientos, palabras y acciones y desechemos todo lo que sea obstáculo en su marcha por la conquista de nuestro corazón. Que nada sea obstáculo para que Cristo reine. Que hoy, en cada uno de nosotros, el Señor sea bendito, y sea el rey en la medida en que nuestras vidas estén adornadas por las palmas de la humildad, sencillez, alegría y mansedumbre. ¡Bendito el que viene a mi vida, a mi familia y a mi comunidad!

 

HIMNO DE ACLAMACIÓN

 

1).- Hoy me he vestido de fiesta, para seguirte los pasos. Y he salido a la calle, con mi ramita en la mano.

2).- Vas montado en un burrito. Todos te van saludando. Y yo levanto mi rama, y tú mi rama has tocado.

3).- Oh Jesús de mi vida, siendo amor, perdón y entrega, has cruzado la muralla, sabiendo lo que te espera.

 

A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.capillasantaanachia.org  o del Facebook de la capilla, les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la Buena Nueva del Señor, donde quiera que se encuentren.

 

Feliz semana Santa para todos. Que Dios los bendiga y la Virgen los proteja.

 

Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía


Saludo 5° Domingo Cuaresma,26 Marzo 2023 Ciclo A 

“Yo Soy La Resurrección y La Vida…”

 

Saludo y bendición a todos ustedes, queridos fieles de esta comunidad.

 

En este último domingo de cuaresma, el evangelio nos presenta la resurrección de Lázaro que será la ocasión, para revelar la gloria de Dios y para proclamar que la resurrección del Señor será el triunfo definitivo sobre la muerte.

 

Al resucitar a Lázaro, Jesús está preludiando el gran milagro de su resurrección. De manera anticipada, Jesús también les permitió, a quienes lo amaban, soportar lo que se vendría: verlo padecer y morir en la cruz. Dios no es indiferente a nuestras necesidades. Tarda en responder, pero responde siempre. Tal vez, no como nosotros quisiéramos, pero sí de una manera mucho más rica en generosidad. Las tardanzas de Dios pueden ser pruebas a nuestra fe.

 

La expresión desconsolada de Marta: “Señor, si hubiese estado aquí, no hubiese muerto mi hermano”, refleja los sentimientos de todo ser humano. También solemos quejarnos que la muerte de un ser querido es culpa de Dios. De ahí que Jesús reafirma con un gesto amistoso, y antes de su propia muerte, su clara opción por la vida. Si Jesús no acudió presuroso a curar a Lázaro, no fue porque no le importara sino porque tenía un plan mejor: ¡librarlo no de la enfermedad, sino de la muerte! Aquel que dijo: “Yo soy la resurrección y la vida”, quizá no nos responda como deseamos, porque tal vez le pedimos lo que creemos que nos conviene, pero él concede lo que de verdad nos servirá para la salvación; aquello que fortalecerá nuestra fe, afianzará nuestra esperanza y animará nuestra caridad.

 

“Señor, tu amigo, está enfermo”. Martha y María estaban seguras que, con solo saberlo, Jesús vendría a sanarlo. Pero Jesús se quedó todavía dos días en donde estaba”. Él no se da prisa, espera todavía dos días para ponerse en camino. Dios no vive al ritmo de nuestras urgencias y prisas. Mientras ellas temen lo peor, Jesús “no ve muerte, sino vida”. Mientras ellas temen por su muerte, Jesús “está viendo en todo ello un motivo de glorificación”.

 

La expresión triste: “Señor, si hubieras estado acá…” quizá tiene un tono de decepción o de reclamo. Pero Jesús es quien tiene la última palabra en ese momento de dolor. Él las consuela, aunque ese consuelo exige de parte de ellas, -y de nosotros ante la muerte de nuestros seres queridos-, mucha más fe. El dolor de las hermanas llega a su corazón. “Y entonces, Jesús lloró. Y la gente decía: “¡Cómo lo quería!” Él sufre con los que sufren; llora con los que lloran. Dios que se hace presente en nuestros sufrimientos. El problema es que nosotros miramos lo inmediato, y Dios tiene por delante todo el futuro. Y aunque en el Padrenuestro le decimos “hágase tu voluntad”, siempre preferimos que Dios “haga la nuestra”.

 

La historia de Lázaro, cuyo nombre significa “Dios proveerá”, nos muestra a Jesús, hombre y Dios, que ama, consuela, compadece y pone todo su poder al servicio de sus amigos. “Al llegar ante el sepulcro de su amigo, se conmovió y lloró”. San Agustín dice que “Cristo lloró para enseñar al hombre a llorar”. Se conmovió para enseñarnos a conmovernos con el dolor de los demás. Llora con el que llora, porque el llanto expresa la debilidad y el duelo de la humanidad derrotada ante la muerte. A Jesús le duele la pérdida de Lázaro; se le rompe el alma ante las lágrimas de las dos hermanas, y llorando, se une a su dolor, que es suyo propio por la muerte de su amigo.

 

Lo que ya parecía perdido, se va a convertir en un triunfo de la vida y de la fe. Jesús no es solo resurrección en el último día; desde ya es vida y capaz de convertir la muerte en revelación de Dios. Mientras las hermanas piensan en que ya no contarán más con su hermano, Jesús piensa en devolverlo sano al hogar. Mientras las hermanas sienten que “ya huele a muerto”, Jesús sabe que volverá a oler a vida. Donde todos ven un sepulcro cerrado guardando un muerto vendado, Jesús ordena abrirlo y con potente voz grita: “Lázaro, sal fuera”, y luego de desatarlo, la vida echa a andar. Jesús pudo haberlo curado de su enfermedad, pero prefirió aprovechar su muerte “para revelar el poder de Dios sobre la muerte”. El Dios de la vida, que saca vida de la muerte, convierte la muerte en nueva vida.

 

Tan fácilmente nos olvidamos que “el reloj de Dios no coincide con nuestra hora” y que Dios mira siempre mucho más lejos. De hecho, el Señor hizo más de lo que habían pedido. Si recuperó vivo a Lázaro, a nosotros nos concederá algo mucho mejor. Al cabo de los años Lázaro volvió a morir. ¿Para qué resucitar y tener que volver a morir como le pasó a Lázaro? Cuando morimos, esta vida se nos cambia no por otra igualmente frágil, sino que nos hará renacer a una vida nueva, más allá de la muerte: “Tú nos dijiste que la muerte no es el final del camino…Tú nos hiciste y tuyos somos…”

 

Gracias a la resurrección de Cristo, la última palabra no la tendrá la muerte sino Cristo, el dueño de la vida. Dios nos hizo para él, somos su pueblo y ovejas de su rebaño y nuestro destino está en él. Por doloroso que sea perder seres queridos, Cristo, como Pastor supremo, nos conducirá por las cañadas oscuras de la muerte a los pastos de la eternidad.

 

Aunque la vida venga cargada de sufrimientos y al final de nuestra vida terrena nos espere la muerte, podremos afirmar con fe: creo en la resurrección de los muertos, porque tengo la certeza que el que resucitó de entre los muertos a Cristo el Señor, vivificará también nuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros.

 

A quienes nos siguen, les envío mi bendición, y los invito a caminar juntos y a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la Buena Nueva del Señor, donde quiera que se encuentren.

 

Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Virgen los proteja. Amén.

 

Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía


Saludo 4° Domingo Cuaresma,  19 Marzo 2023 Ciclo A

Saludo 4° DomSeñor, Enséñame a Mirar con tus Ojos

 

Saludo y bendición a todos ustedes, queridos fieles de esta comunidad.

 

El Pasado domingo Jesús nos ofrecía “el agua de la vida”. El evangelio de este cuarto domingo de cuaresma, en la curación de un ciego de nacimiento nos ofrece “La luz de la fe”. “El ciego curado llega a la fe, y ésta es la gracia más grande que le viene dada por Jesús: no sólo poder ver, sino conocerlo. Al primero que vio fue a Jesús, luz del mundo. Mientras el ciego se acerca gradualmente a la luz, los doctores de la ley al contrario se hunden cada vez más en su ceguera interior. Encerrados en su presunción, creen tener ya la luz; por esto no se abren a la verdad de Jesús”. (Papa Francisco)

 

Los discípulos preguntan a Jesús, si haber nacido ciego, fue por culpa del pecado del ciego o de sus padres. Fácilmente culpamos a Dios de los sufrimientos en el mundo. Lo culpamos por la pobreza en el mundo, pero no ayudamos a combatirla. Culpamos a Dios por las enfermedades, pero nosotros seguimos contaminando al mundo. Entonces Jesús dejará claro que aquel encuentro con el ciego, será un destello de la Gloria de Dios; el triunfo de la luz sobre la oscuridad, de su compasión y su amor sobre la ceguera del pecado, porque su amor está por encima de cualquier culpa o pecado.

 

La curación del ciego es todo un símbolo. Da la impresión que todo el mundo lo conoce mientras era ciego, pero al recobra la vista, no lo reconocen. Los problemas no los tiene estando ciego, los tiene cuando puede ver. San Juan utiliza una ironía: aquellos quienes podían ver, no verían ni a Jesús y hasta dudaban si el ciego al que interrogaban era realmente el que se encontraba siempre al borde del camino. Ellos, en el fondo sí que eran ciegos, porque pudiendo ver, no quieren reconocer las obras del Mesías. Es que, para no ver, se requiera estar ciegos. Basta no querer ver cerrándose a las maravillas de Dios.

 

La visión no es sólo cuestión de poder ver, sino sobre todo de querer ver. "No hay ciego más grande que el que no quiere ver". Hay muchos que son ciegos de nacimiento, porque nacieron en una familia sin fe, y durante años han vivido ciegos. Hasta que un día Jesús toca los ojos de su corazón y ahora creen en él y ven con los ojos de la fe. Hay ciegos que no pueden ver y hay ciegos que no quieren ver y que ni siquiera toleran que otros vean. Jesús aparece como la luz del mundo, y a todos les da la vista y la fe. Al reconocer que nosotros somos el ciego del evangelio, aceptamos que estamos llamados a recuperar la luz de la fe, y a reconocer que sigue resonando la voz del Señor: “Yo soy la luz del mundo…quien me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”.

 

La ceguera física del ciego de nacimiento hay que trasladarla al ámbito espiritual. Muchos estamos ciegos en nuestro interior. Nos tapamos los ojos del alma para no ver la luz de Dios. Nuestra ceguera es más del alma que física, porque nos amañamos en tantas miopías que nos impiden contemplar las maravillosas de Dios. Si hemos recibido la luz de Dios en nuestro bautismo, ¿Por qué nos hacemos los desentendidos con los que no ven, con los que nadie quiere ver o con los que lo necesitan todo y nadie los tiene en cuenta? Diera la impresión que ya nos acostumbramos a ver todo tipo de sufrimiento, angustia y dolor, ignorando que cada hermano que sufre, espera, en nuestra ayuda, el destella la luz de Dios. En cada ser humano que pasa por cegueras, tenemos la oportunidad de salvarnos si le participamos la luz del Señor.

 

Todos tenemos zonas oscuras a las que aún no ha llegado la luz del Señor. Somos incapaces de vernos, y ver a los demás, con la mirada de Dios. Miramos las apariencias, el brillo de lo pasajero y lo externo, y no miramos el corazón. Nuestra ceguera es tan grave que sólo valoramos lo que nos ha dado Dios cuando lo hemos perdido. La falta de fe, la pérdida de valores, los intereses, el materialismo, los fanatismos, las pasiones, la superficialidad, el poder, el orgullo, la vanidad y la arrogancia de nuestra condición humana, nos hunden en una total ceguera. En alguna medida todos atravesamos situaciones de oscuridad, de falta de luz, de dudas, de búsqueda. En la curación del ciego, el Señor, nos recuerda que él es la Luz del mundo, que disipa nuestras tinieblas.

 

El ciego de nacimiento aprendió a ver al mismo Dios, a sí mismo y a sus hermanos con ojos nuevos. Como él, no miremos las apariencias sino el corazón, y preguntémonos: nuestros ojos, ¿Hacia dónde o qué miran? ¿Vemos lo caduco que nos rodea, o queremos ver al Señor?, ¿Queremos aumentar nuestra fe en él?, ¿Queremos lavarnos cada domingo y empaparnos del resplandor de su luz? Ojalá podamos decir, como el ciego, “yo sólo sé una cosa, que antes era ciego y ahora veo; que antes era oscuridad y ahora soy luz; que antes no conocía a Jesucristo y ahora lo conozco y lo amo”.

 

“Pon a Dios en tu corazón, y podrás ver todo con claridad”. Para el ciego, su alma vio y siguió los caminos que sus ojos no podían ver. No basta con que no seamos ciegos, se requiere saber mirar y saber brillar con el resplandor de quien nos ha salvado y participado de su luz maravillosa. Pidámosle al Señor que su amor y su luz enciendan nuestros corazones, que “haga barro con su saliva, unte los ojos de nuestro corazón, y podamos ver con claridad para confesarlo como luz del mundo”.

 

A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.santaanacentrochia.org les envío mi bendición, y los invito a caminar juntos y a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la Buena Nueva del Señor, donde quiera que se encuentren.

 

Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Virgen los proteja. Amen.

 

Padre Luis Guillermo Robayo M.

Rector Capilla Santa Ana de Centro Chíaingo Cuaresma, 19 Marzo 2023 Ciclo A